21 nov 2025

DE ÁFRICA; DEL ÁFRICA ESPAÑOLA. (y II)

  

Y como terminé ayer: vayamos más abajo; a las Posesiones Españolas del Sahara Occidental… en las que entraremos mañana.

Este territorio se extendía entre los paralelos 20º45’ y 27º41’ de latitud Norte con unos 280.000 km2, entre el cabo Bojador y el cabo Blanco. Y fue reclamada por España en 1884 durante la Conferencia de Berlín.

Como lo de Ifni no se materializaba porque nadie sabía dónde había estado Santa Cruz de Mar Pequeña y como queríamos un territorio en África antes de acudir a la Conferencia de Berlín -programada para noviembre de 1884- a instancias del canciller Bismark y a la que iban a acudir catorce países de Europa -y los EEUU, que ya mandaban mucho- con la intención de repartirnos (influencias en) África, nos entraron las prisas por tener “algo” allí. Y ya han visto que teníamos territorios pero no existían o no aparecíamos.

Así, el 15 de octubre de 1884 Emilio Bonelli, un alférez aragonés políglota, que buscaba adelantarse a las sociedades británicas que pretendían el dominio del territorio africano con el fin de explotar su riqueza pesquera, como representante de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas y con el apoyo de Antonio Cánovas del Castillo, emprendió una expedición de urgencia para establecerse la península de Río de Oro, larga y estrecha, entre el Roque Cabrón (que así se llama) y la Punta Dunford.

Río de Oro (donde se ubicó Villacisneros); 1885


Salió Bonelli de Tenerife a bordo de la goleta ‘Ceres’, inspeccionó la zona, recorrió la costa atlántica entre el cabo Bojador, Río de Oro y el cabo Blanco y, con las prisas, se decidido por la península de Río de Oro para fundar en ella Villa Cisneros en honor al cardenal de tal apellido y a la política africanista que impulsó con los Reyes Católicos. Y, ya de paso, fundó otras dos factorías comerciales en la región -Medina Gatell y Puerto Badía, en honor a los exploradores Joaquín Gatell Folch y Domingo Badía- situadas en la Bahía del Oeste y la Bahía del Galgo. En julio de 1885, Bonelli fue nombrado por el rey Alfonso XII Comisario Regio en la costa occidental de África, lo que después se le renombraría como Vicegobernador Político y Militar de Río de Oro,​ que así se llamó a todo el territorio, consiguiendo establecer la paz con las cabilas de la zona.

Así, España pudo presentarse en la conferencia de Berlín con pruebas irrefutables de que había ocupado efectivamente la región comprendida entre el cabo Blanco y el cabo Bojador. Posteriormente, dos expediciones más, la de Álvarez Pérez -actuó del Dráa al cabo Bojador- y la de Cervera-Rizzo-Quiroga -del Adrar al Temar-, lograron firmar tratados con los indígenas del lugar donde desembarcaron, colocando bajo la protección española los territorios situados al Norte y al Este de dichos cabos. A partir de 1886 todos estos territorios africanos continentales quedaron incorporados a la Capitanía General de Canarias.



Tras acuerdos con Francia, se fijó su límite norte del territorio en el paralelo 27º40’. Y se dividió en dos distritos administrativos independientes: Saguia el Hamra, al norte, y Río de Oro, al sur. Ambos se unieron en 1958 para formar la provincia del Sahara Español; la número 53.

Saguia el Hamra (Rio Rojo), formalmente posesión española desde 1910, tenía una superficie de unos 82.000 Km². Era la gran cuenca de un rio fósil de laderas escarpadas y con una longitud superior a los 600 km. La ciudad más importante era El Aaiún, su capital, y estaba ubicada a unos treinta kilómetros del mar. No disponía de puerto en sus proximidades, lo que dificultaba las labores logísticas, pero tenía buen suministro de agua hipogea, por lo que fue elegido en 1934 para ubicar allí una población, además del puesto militar activo desde unos pocos años antes.

Río de Oro tenía una superficie de unos 184.000 Km². Es una zona llana. La ciudad más importante era Villa Cisneros, la capital, y disponía del único puerto natural del África Occidental Española. Fundada en 1884 no será hasta 1908, cuando se organice el envío de agua potable desde Canarias, cuando empiece a tener cierto -y aún muy raquítico- aspecto urbano.

El gran salto en interés por el Sáhara español llegará a partir de 1949 cuando el geólogo Manuel Alia Medina descubra en la meseta de Izic, en la región de Bucráa, unos gigantescos yacimientos de fosfatos. Fosfatos, hierro e indicios de petróleo y gas convirtieron aquel desierto en el magnífico objeto de deseo de españoles, franceses, británicos y marroquíes. Pocos años después, el Banco Mundial llegaría a calificar el territorio saharaui como el más rico de todo el Magreb y uno de los más valorados de África, debido a sus reservas minerales y lo abundante de su banco pesquero[1].

De cómo estaban las cosas en el Sahara hay un excelente trabajo de un muy buen amigo -Javier Morillas Gómez, que es catedrático de Economía y consejero del Tribunal de Cuentas- titulado “Desarrollo y subdesarrollo en el Sahara Occidental; configuración y restricción de una economía dual”, y un resumen de su hija Laura, Laura Morillas Padrón (no olvidemos a Conchibel, la madre), que retrata también la vida en el territorio.

Al principio, nos cuentan los Morillas, las cosas no arraigaron como se habían imaginado en los despachos de Madrid en la carrera previa a la Conferencia de Berlín: la Compañía Mercantil Hispano-Africana que desde Villa Cisneros se convertía en la protagonista de la evolución del territorio -y se centraba en la pesca- no conseguía animar a los lugareños a sumarse al proyecto.

Eso sí, desde el principio, España sentó las bases para que abandonaran el nomadismo y se centraran en el sector primario con el pastoreo como elemento principal y en su tierra ancestral, así como en procurar destribalizar un territorio inmemorialmente tribal. Pero en aquellos años faltaron inversiones -menudo fue el final del XIX, como muy bien relata en sus trabajos Javier- y el sector pesquero, por sí solo, fue absolutamente insuficiente para animar el desarrollo económico en el cambio de siglo.

A partir de 1940 el epicentro económico se desplazó a El Aiún y el Instituto Nacional de Industria (INI) entró en liza: surgieron empresas como IPASA (Industrias Pesqueras Africanas SA) y ENMINSA (Empresa Nacional Minera del Sáhara SA) conocedores que el despegue económico definitivo del Sáhara Occidental se levantaría sobre el fosfato y los fertilizantes; el INI crearía en 1969 COFERSA, Comercial de Fertilizantes SA, que luego sería ENFERSA, Empresa Nacional de Fertilizantes SA.

Por otra parte la seguridad que ofrecían los puestos avanzados del Ejército español en el interior cambió las viejas rutas caravaneras y hasta los pastores saharauis estaban pegados a los radiotransmisores del Ejército para saber con certeza dónde unas determinadas lluvias aplacarían la sed del ganado; incluso así mejoró una tenue agricultura pues saber de la meteorología permitía cosechas más abundantes. Había sintonía entre todos los protagonistas del territorio.

Es más aunque en 1964 la ONU ya había recomendado a España que iniciara los trámites de descolonización, nadie en el Sahara tenía prisa para ello.

En 1967 el Gobierno español comunicó a Naciones Unidas su aceptación del principio de autodeterminación de la población saharaui y la apoyó: ese mismo año se crea la Yemáa/D’jema’a, Asamblea General del Sáhara, de carácter consultivo, que estaba compuesta por 40 representantes elegidos en las fracciones tribales o nómadas, el presidente del Cabildo Provincial y los alcaldes de El Aaiún y de Villa Cisneros. Pero a ojos del mundo no era suficiente y en 1968 la ONU insistió y urgió plazos; la respuesta española fue devolver Ifni a Marruecos y así calmar a la ONU, al tiempo que la Dirección General de Promoción del Sáhara inició un Programa Especial y escalonado de inversiones orientado a modernizar el territorio y el tejido económico. Tal como estaban las cosas programadas, con la producción de Fosfatos de Bu-Cráa a pleno rendimiento y la riqueza de sus bancos pesqueros, el territorio -y por ende los saharauis- tenían asegurado su porvenir económico. Pero entonces, la antigua provincia española se convertía en una pieza muy apetecible para Marruecos.

Paralelamente y en plan político, al comenzar la década de los 70, el Régimen apoyó la creación del Partido de Unión Nacional Saharaui (PUNS); se componía principalmente por los miembros de la Yemáa y era el único permitido, junto a Falange Española. Al principio se opuso al Frente Polisario pero, como veremos, acabó integrado en él. El Polisario, a partir del Movimiento Nacional de Liberación del Sahara, se creó el 20 de mayo de 1973 como Frente Popular de Liberación, bajo el modelo de la Revolución Argelina, de carácter pseudo marxista y profundamente antiespañol, centrado en la lucha armada contra las “fuerzas de ocupación” que componían el Ejército español. Gadafi se ocupó de armarlos y comenzaron atacando a las Tropas Nómadas con gran éxito, reconozcámoslo, porque la sedición de los soldados indígenas dejó perplejos al conjunto de la Agrupación de Tropas Nómadas porque los españoles tuvieron que comenzar a sospechar de soldados con los que mantenían lazos de amistad y compañerismo de muchos años atrás. Bien pronto comenzaron las deserciones de soldados indígenas que se pasaban al Frente Polisario con vehículos, armas y, lo más grave, información.

Si la de Ifni fue la guerra olvidada, lo que pasó con el Polisario nos aboca a hablar de los soldados olvidados, varios de ellos oficiales, torturados en los campamentos de Tinduf y los muertos, que los hubo.

Hay que destacar que no todos los atentados los llevaban a cabo los Polisarios; las autollamadas ‘bandas de liberación’, organizadas, armadas y pagadas por Hasán II, hacían también de las suyas consistiendo en un segundo enemigo mimetizado entre la población y los activistas. Y luego estaban los del FLU, Frente de Liberación Unificado, que también trabajaban para Marruecos y contra el Polisario. Y un cuarto en discordia era el propio Ejército regular de Rabat.

Y pusimos los muertos una vez más. El 24 de junio de 1975 murieron al pisar una mina marroquí el teniente de artillería Luis Gurrea, el sargento Diego Cano y tres soldados del Grupo de Artillería de Campaña ATP XII, los artilleros Porcar, Otero y Casanova, cuando patrullaban a bordo de un Land Rover por la pista existente entre los puestos fronterizos de Tah y Nagritas. La mina había sido colocada por miembros de las Fuerzas Armadas Reales marroquíes. Recordemos sus nombres y los de otros caídos por España en tan injusta batalla.

Ante esta situación, por aquellos días del verano de 1975, la tensión entre las unidades que guarnecían el Sáhara era importante y, además, conocida por sus mandos y las autoridades de Madrid. Pues ante lo tibio de las respuestas que se daban a estos actos y recibiendo las órdenes de aguantar, se produjeron una serie de reuniones entre oficiales medios -tenientes y capitanes-, destinados en el territorio con el objetivo de oponerse a la política -que calificaron de ‘blandengue’- que llegaba desde Madrid. Pedían, ha contado Luis Togores -historiador y catedrático del CEU San Pablo-, entre otras reivindicaciones “mantener a toda costa la dignidad del Ejército basándose en los siguientes apartados; A. Réplica a todos los ataques y agresiones. Tomar en su caso las represalias; B. Montar una operación, en caso de fallar las medidas diplomáticas, para recuperar a las patrullas prisioneras, aunque ello suponga más bajas e incluso la muerte de dichas patrullas; C. Si en el caso qué por razones de alta política, economía, etc. el Gobierno decide que se continúe en la misma línea de pasividad, que se informe oficialmente a la Nación de que la actitud del Ejército es forzada y no por ineptitud[2].

La respuesta del general Gómez de Salazar, muy en la línea castrense llegó: “Qué era imposible montar operaciones de rescate de las patrullas prisioneras por estar los polisarios protegidos por una división acorazada argelina”. Y el general se mostraba dolido porque “sus oficiales desconfiasen de sus mandos y que esperaba que sólo hubiese sido un acto de buena voluntad y no una acción delictiva”. Bien sabía que era de excelente buena voluntad. Pero estaban siendo traicionados: gente de acción para la inacción.

El Polisario, recordemos -que en estos somos muy flojos- no se andaba con chiquitas. El 12 de julio de 1975 asesinó, por medio de una bomba, al hijo del procurador en Cortes saharaui Ahmed Uld Brahim Uld Bachir; el niño tenía solo ocho años. El autor del atentado, Haffa Uld Mahayud, murió durante su detención, lo que contribuyó a crispar más el ambiente de por sí muy tenso[3].

No he encontrado ninguna referencia oficial al número de bajas que provocó aquella situación en la provincia del Sahara que arrancó en 1973 y termino en 1976 con la salida ignominiosa del territorio, aunque la Asociación Canaria de Víctimas del Terrorismo (ACAVITE) calcula que “unos 300” entre asesinados, heridos o secuestrados, puntualizando que fue entre “los años 70 y los 80” por miembros del Frente Polisario[4]. No olvidemos que luego llegó la temporadita de ametrallamientos y secuestro de pesqueros, que en el ADÑ patrio abunda el olvido interesado por manifiesta ignorancia y negligencia neuronal. Lucía Jiménez, la presidenta de ACAVITE, hizo su tesis doctoral tratando el terrorismo del Polisario, el MPAIAC -que hubo un Movimiento para la autodeterminación e independencia del Archipiélago Canario y un tal Antonio Cubillo; y hasta unas Fuerzas Armadas Guanches- y ETA en Canarias[5] y tiene esas referencias saharianas.



En el blog ‘general Dávila’[6], el general retirado Rafael Dávila Álvarez[7] señala las 25 agresiones -así las califica- a las que tuvieron que hacer frente las unidades españolas en los años 1974 y 1975, y que le supusieron 19 muertos, 21 heridos de distinta consideración y el alevoso secuestro de los militares españoles de dos patrullas de Tropas Nómadas, por los soldados saharauis que integraban dichas patrullas infiltrados por el Polisario”.

Y tengo el testimonio directo de otro gran amigo: Moncada, don Manuel, que estuvo allí; y por quince meses. En Cabeza Playa, donde estaba el Batallón de Instrucción de Reclutas Número 1 (BIR 1), al ladito del mar, que era un punto estratégico donde se encontraba el pantalán y acababa la famosa cinta transbordadora de Bu-Cráa, lugar de carga de los fosfatos que vienen tras recorrer más de 98 kilómetros del desierto sahariano en once tramos. Allí , en aquella playa -en Cabeza Playa- estaban acantonados un destacamento de la Policía Territorial, la Compañía de Mar y el Batallón de Infantería Motorizada Cabrerizas I que de batallón disciplinario en el XIX pasó a unidad de combate en el fuerte melillense de Cabrerizas Altas, de dónde tomó su nuevo nombre y adquirió su lema: Si es posible, está hecho. Si no es posible, se hará”. Cabrerizas estuvo en el Sahara desde 1957 a su disolución al acabar 1975; y en Cabeza Playa desde 1964.

Cabeza Playa; puerta de acceso


Manolo recuerda que sobre todo los últimos tres meses los vivieron en alerta; él estaba en la Plana Mayor y tenían como cometido la seguridad del batallón. Recuerda que se dormía con la dotación completa de armamento y municionado; y que cada dos por tres tocaban generala y todos salían todos corriendo a formar. Manolo recuerda bien aquellos días en Cabeza Playa, a veintitantos kilómetros de El Aaiún.

Pero hay más aristas en este tema del África Occidental española que me voy a permitir tratarlas con referencias a Pablo Dalmases y a Gerardo Muñoz.

Otro buen amigo, catalán de pro, Pablo Ignacio de Dalmases, de los tiempos de FEPET, que fue director de Radio Sáhara y del diario La Realidad de El Aaiún, así como Jefe de los Servicios Informativos del Gobierno General de Sáhara durante la época española también ha escrito mucho y bueno sobre aquella provincia y sus vicisitudes. Desde ‘Los últimos de África’ a ‘Quique y los misterios del desierto”, pasando por ‘Sáhara occidental, la colonia que España nunca descolonizó’ son, casi -permítemelo así, Pablo- de obligada lectura.

Dalmases cuenta que durante más de una década convivieron en el gobierno español dos sensibilidades diferentes respecto a la solución del Sáhara. Por un lado estaba el criterio del Ministerio de Asuntos Exteriores, responsable de la presencia de España en la ONU: respetar la declaración de descolonización para la independencia de los pueblos colonizados. Por el otro, el criterio de la presidencia del gobierno español, de la que dependía directamente el Sáhara y las demás provincias africanas, bajo el mando del almirante Carrero Blanco: continuidad; el Sahara era España.

Pero cuando ETA asesina a Carrero, en diciembre de 1973, ganó peso la postura de la descolonización y con esa premisa enviaron allí al general Federico Gómez de Salazar. La idea que le llevó al Sahara se basaba en organizar un referéndum de autodeterminación -según planteaba la ONU- y, tras él, dar por sentada la independencia del Sáhara, frente a la anexión que pretendían Marruecos y, no olvidemos, Mauritania por el sur. Pablo destaca que la cesión a Marruecos estaba mal vista por Franco (moribundo) y su núcleo duro, escarmentados por lo de Ifni: los jóvenes oficiales de aquella guerra olvidada eran en 1975 sus generales.

Con todo esto revuelto y el Polisario haciendo de las suyas, hasta allí se llegó -en la primavera de 1975- una misión especial de la ONU. El Sahara, Madrid, Rabat, Nuakchot y Argelia (el Frente Polisario también era protagonista desde Argel) fueron las escalas del trío que constituía la misión: Simeón Aké (de Costa de Marfil) como embajador de las Naciones Unidas, la cubana Marta Jiménez Martínez y el iraní Manoucher Pisva. En ocho días de visita planificaron su informe conforme a la tesis de España y la ONU.

En Madrid, la misión de la ONU se reunió con los ministros de Asuntos Exteriores, Pedro Cortina Mauri, y de Presidencia, Antonio Carro; y, naturalmente, con el presidente del gobierno Arias Navarro. España atendería las decisiones de las Naciones Unidas, y se retiraría completamente del territorio “lo más pronto posible. Y con eso que se fueron los de la ONU de vuelta a casa.

Como ya señalamos -y reitera Pablo-, desde 1973 se había resquebrajado la total identidad española con los del Polisario; no con la población saharaui. Donde hubo una hermandad narrada con hechos, comenzó la desconfianza de unos con otros. Cientos de testimonios de oficiales de entonces, jefes hoy, cuentan que insistieron a la población que les abandona el gobierno, no ellos. Muchos fueron testigos de los miles de saharauis que iniciaron la marcha hacia Tinduf. Mujeres con niños en brazos, ancianos apoyados en palos, caravanas improvisadas que avanzaban guiadas por la intuición y que no generaron la misma simpatía internacional que la que hoy disfrutan los de Gaza. La aviación marroquí llegó a bombardear aquellas caravanas de saharauis con napalm y fósforo blanco. Ya nadie se acuerda. Yo sí, por eso hoy se lo cuento.

Y vuelvo al gobierno de España. En el cambio de orientación de las decisiones del gobierno español respecto al Sáhara se sabe que existía un poderoso lobby promarroquí dentro del gobierno español, que, según algunos autores, era encabezado por el ministro del Ejército, Francisco Coloma Gallegos, que había sido coronel de la Legión en el Sáhara, durante dos años. Pardillos ellos, además, creían que apoyando la descolonización del Sáhara podían llegar a crear un clima internacional favorable a la descolonización de Gibraltar. Poco nos pasa.

Y con Franco gravemente enfermo, los hechos se precipitaron a finales de Octubre de 1975 porque por en medio estaban también las protestas internacionales por la ejecución de tres miembros del FRAP y dos de ETA político-militar[8], llegaban a la península las primeras noticias graves del hostigamiento militar y terrorista del Frente Polisario y del FLU en el Sahara español, a lo que se añadía la certeza de la ya notoria desafección de los saharauis hacia la metrópoli así como la muy eficaz campaña diplomática de Marruecos hacia el Mundo Árabe e internacional y la extrañísima actuación dubitativa de la ONU.

Introduciendo aquí ya las referencias de Gerardo Muñoz -Historia del Sahara español. De la colonización al abandono (1884-1976)- sabemos que el Gobierno español decidió en la primavera de 1975 abandonar el Sahara occidental, después de 91 años de colonización.

El día 21 de octubre el ministro Solís Ruiz -la sonrisa del Régimen- viajó Rabat, en nombre del gobierno español. Iba, a sabiendas de que Hassan II había hallado en su reivindicación la forma de liquidar las disensiones que se vivían en el seno de sus fuerzas armadas y que con la Marcha Verde había conseguido el respaldo popular frente a sus enemigos socialistas árabes -argelinos y libios- sospechosos (estos últimos) de recientes atentados contra su persona. El día 23 el hermano del rey Hassan II, Muley Abdalá, declaró a la agencia EFE que España y Marruecos estaban “condenadas a entenderse” en la cuestión del Sáhara Occidental, y anunció que había ofrecido al gobierno de Franco el 60% de los fosfatos de Bucráa y la posibilidad de mantener bases miliares en territorio del Sáhara para poder defender las Islas Canarias, pero, al mismo tiempo, amenazaba con que la Marcha Verde se pondría en marcha con cientos de miles de civiles marroquíes hacia el Sáhara para reclamar lo que consideraba era de ellos.

Aquí hago un inciso con información de Álvaro de Diego, que es profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) y sigo sus publicaciones en El Debate. Una figura clave en todo esto es el embajador de España en Rabat: Adolfo Martín-Gamero. Estaba en Marruecos desde el verano de 1972 y tenía excelente información. Remitió tres cartas decisivas al presidente Arias Navarro, directas y sin paso por sus superiores, poniéndole negó sobre blanco la realidad.  De Diego las califica de “decisivas” y están fechadas los días 6 de junio, 11 de julio y 14 de octubre de 1975. Vienen a ser lo mismo, sólo que con un tono más apremiante in crescendo para la urgente solución. La última, coincidente con la convocatoria de la Marcha Verde, se envía dos días antes de que el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya confirme el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui conforme a la Resolución 1514 de la ONU. Martin-Gamero señala siempre que “el único responsable de la crisis es el rey alauita” pero pide que “se le ayude; que se evite su deposición”, pues no las tenía el monarca todas consigo. Para ello recomienda “echarle subrepticiamente un cable para que sobreviva y capitalizar esta ayuda[9]. De lo contrario -advierte-, y “de no desactivarse la Marcha Verde, se llegaría a un enfrentamiento armado con Marruecos”. El problema es que no se supo capitalizar nada; más bien nos arrastró la corriente.

Martín-Gamero expone a las claras que en caso de conflicto militar España ganaría la guerra. El embajador sabía que en todas las ocasiones de enfrentamiento ya producidas entre las tropas regulares marroquíes y el Polisario, éstos habían infringido muy serias derrotas, pues prácticamente todos combatientes y mandos habían sido formados y fueron miembros de las Tropas Nómadas y otras unidades militares españolas. Y además, Gadafi les proporcionaba armamento y munición a cascoporro.

Pero algo más importante y substancial añadía el embajador Martín-Gamero en sus misivas a Arias Navarro: “de meternos en ese conflicto la transición democrática arrancaría condicionada por una condena de las Naciones Unidas y el rey Juan Carlos comenzaría salpicado en su prestigio nada más acceder al trono. Y a España se le abriría, además, un foco de inestabilidad en la frontera sur, con un vecino que sin Hassan II probablemente terminaría en la órbita socialista de Argelia y Libia”. No cabía, en definitiva, más solución que entregar el Sáhara a Marruecos. Pero a nadie le he leído aún reconocer que aquello, por bueno que resultase, era vergonzoso.

Don Juan Carlos, en El Aaiún


Así las cosas, el 2 de noviembre, el príncipe Juan Carlos, Jefe de Estado en funciones a consecuencia de la agonía de Franco, visitó las tropas españolas en El Aaiún y, según diversas fuentes, desde el Casino Militar a los allí reunidos les prometió que “España no dará ningún paso hacia atrás, cumplirá todos sus compromisos, respetando el derecho de los saharauis a ser libres”. Gerardo Muñoz, en su libro, dice más: «[…] quería daros personalmente la seguridad de que se hará cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y el honor. España cumplirá sus compromisos y tratará de mantener la paz […]. No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se ofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y entendimiento entre los pueblos […]. Deseamos proteger también los legítimos derechos de la población civil saharaui […]». Sin embargo -destaca Muñoz-, según el corresponsal de Informaciones, Ángel Luis de la Calle, que se hallaba presente en el acto, el príncipe omitió de palabra una frase que aparecía escrita en su discurso: «No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se ofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y entendimiento entre los pueblos»[10]. ¿Sabía don Juan Carlos que todo estaba ya decidido?

El 6 de noviembre de 1975, a las 10 horas y 33 minutos los primeros manifestantes de la Marcha Verde rebasaban el puesto fronterizo del Tah, abandonado por España días atrás. Las cámaras de televisión de medio mundo captaban aquella marea humana de campesinos marroquíes portando banderas y ejemplares del Corán, en lo que el rey Hasán II presentaba como una manifestación pacífica para “recuperar” el Sáhara Occidental.

Pero hubo otra marcha que las televisiones no mostraron. Días antes, el 31 de octubre, las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos habían invadido el Sáhara Occidental por la frontera norte, concretamente por Echdeiría, Hausa y Farsía, unos 200 kilómetros al este del paso del Tah. Esta invasión militar, que entró arrasando jaimas y poblados, provocó violaciones y ejecuciones arbitrarias de población civil saharaui.

Las marchas Verdes y la acción militar


El despliegue mediático orquestado por Marruecos cumplió su objetivo: mostrar al mundo una marcha pacífica de civiles desharrapados transportados en trenes y camiones desde todo Marruecos, mientras la verdadera invasión militar quedaba oculta. Entre la masa de la Marcha Verde también avanzaban camuflados soldados de las Fuerzas Armadas Reales y milicias del Frente de Liberación y Unidad, además de camiones militares con ametralladoras y blindados.

La Marcha Verde había sido preparada a conciencia y, hay quienes apuntan a que, posiblemente consultada con Washington (y París), que habría dado el placet a través de Henry Kissinger, en el mes de agosto, según Tomás Bárbulo, periodista de El País, en un libro imprescindible, también, para conocer y revivir aquellos infaustos días “La Historia prohibida del Sáhara español” que aporta la visión de quien vivió su niñez como hijo de militar allí destinado y que posteriormente como periodista analizar muchas de las cuestiones que como niño no valoró. Bárbulo, por su parte, rechaza que fuera idílica la convivencia con los saharauis.

Pero la Marcha Verde tiene su intríngulis. Estuvo precedida por una marcha roja y militar de las fuerzas reales marroquíes. Jesús Maturana, editor jefe de Euronews España lo contaba así el pasado día 6: “Detrás de la operación estaba Estados Unidos. El secretario de Estado Henry Kissinger había dado el visto bueno definitivo el 21 de agosto de 1975 mediante un enigmático telegrama desde Beirut: ‘Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses, él la ayudará en todo’. Estados Unidos no solo planificó la organización de la marcha y asesoró a los marroquíes, sino que proporcionó equipos, armamento y logística. Un gabinete de estudios estratégicos en Londres proyectó la invasión y las monarquías del Golfo Pérsico aportaron los petrodólares para financiarla”[11].

Así que nos debe llamar poco la atención que a la cabeza de la Marcha Verde iban representantes de varios países árabes exhibiendo sus propias banderas nacionales o que no pasara desapercibido entre los periodistas el hecho de que también se vieran algunas banderas norteamericanas.



En su día se nos vendió que en el verano de 1974 la CIA y el Departamento de Estado, tras una carta del Embajador norteamericano en Rabat, desarrollaron un amplísimo informe sobre el tema Sahara: España está dispuesta a salir, pero ha invertido mucho en Bucráa y quiere recuperar la inversión, mientras que el rey de Marruecos solo ansía territorio esperando atajar problemas internos. Argelia, por su parte, busca en su alianza con el Polisario un puerto atlántico para exportar. La recomendación: lo mejor para los intereses estadounidenses sería que España y Marruecos alcanzasen un acuerdo, aun a costa de alienar a Argelia. Y tras leerlos, Kissinger se involucró en el asunto.

El 9 de octubre estaba ya en la base de Torrejón para entrevistarse con el ministro Cortina. En la agenda, el embargo petrolero de los países árabes a causa de la guerra de Yom-Kippur, la invasión turca de Chipre, la Revolución de los Claveles en Portugal y el tema del Sáhara Occidental del que ya circulaba un artículo en el Washington Post que decía que EEUU estaba a favor de una negociación directa entre Rabat y Madrid. El ministro español ya ha contado en numerosas ocasiones que Kissinger le dijo aquello de “El mundo puede sobrevivir sin un Sáhara español[12].

Kissinger siguió viaje europeo, pero de regreso a Washington, el 14, aterrizó en Argel donde le dijo al presidente argelino Búmedien que “No tenemos ningún interés en que España esté allí; no es lógico que España esté en África[13]. Al día siguiente, 15 de octubre, Kissinger aterriza en Rabat y en su entrevista, Hassan II le llega a plantear abiertamente que Marruecos le puede ser tan útil a los EEUU como lo era España; y más, ante el riesgo de que con el Polisario esa franja sahariana cayera en la órbita de la URSS.

Kissinger sabía a ciencia cierta -por la CIA- que la URSS no estaba por la labor sahariana y porque estaba en ello que, además, la URSS era el principal suministrador de armas y equipos a Marruecos, con lo que decide seguirle el juego y atraérselo a su bando.

Pero, además, estaba que aunque la mayoría de países árabes habían anunciado su neutralidad, Hassan II había conseguido tres aliados inesperados para un eventual conflicto: Háfez al-Asad de Siria, que ofreció tropas; el rey Faisal de Arabia Saudí, que prometió cortar el suministro de petróleo a España en caso de guerra; y Yasir Arafat de la Organización para la Liberación de Palestina, ajeno a la ironía que supone apoyar la ocupación ilegal de otro territorio árabe, pero el líder y la causa palestina eran y son así.

En el momento en que la URSS anunció también su neutralidad, a pesar de que el Polisario venía con la etiqueta de ser un ‘proxy’ ruso y Hassan II no paró de repetírselo, Kissinger lo tuvo claro y ese día España perdió el Sahara.

No obstante, el 15 de octubre en Rabat, Kissinger estuvo atento a todo y pidió prudencia al marroquí. La inteligencia norteamericana supo -por la española. que habían camuflado a miembros de las unidades de élite del Ejército marroquí entre los supuestos civiles desarmados que iban a protagonizar la Marcha Verde y Kissinger advirtió al monarca. La alerta era clara: Marruecos estaba planeando una invasión militar, y aunque España no deseaba luchar, se defendería si era preciso. Kissinger advirtió que según los análisis de la inteligencia estadounidense, los marroquíes no tenían ninguna posibilidad en una guerra convencional frente al Ejército español[14]. Aun así, Hassan II fue a lo suyo.

La mediación estadounidense a ojos de todos fue un fracaso durante el mes noviembre de 1975, el mes en el que se decidió el futuro del Sáhara. Y la estrategia de Hassan II fue un éxito, ya que consiguió dividir al Gobierno y la diplomacia española -más pendientes del ocaso de la vida de Franco- y obligarles a negociar en sus propios términos y a espaldas de la ONU. Y al final, que es lo que importa, el resultado de la crisis fue, sin duda, satisfactorio para los estadounidenses, ya que Madrid y Rabat habían llegado a un entendimiento sin que se produjera una crisis militar. Halla paz; después gloria. Nadie se dio cuenta de que el drama saharaui no había hecho más que empezar.

Y todos los textos consultados coindicen: resulta difícil de creer que los servicios de espionaje españoles no conocieran las intenciones de Marruecos y todo lo que internacionalmente se cocía. Pero por ahí resuenan ahora entrevistas, recordando los 50 años de la infausta efeméride, en la que los protagonistas ponen de manifiesto que había un pacto secreto: la Marcha Verde sólo entraría unos cinco kilómetros en territorio del Sahara y ahí se quedarían. Pero los planes cambiaron bruscamente cuando el acuerdo tácito que salió de la reunión Solís-Hassan II dejó de ser secreto. Al descubrirse que el ingreso temporal y limitado de la multitud de civiles marroquíes era un paripé para salvar la cara del rey alauita y del Gobierno español, el mandatario marroquí reaccionó rompiendo dicho acuerdo y enviando un duro ultimátum a Madrid.

Pero, el mismo tiempo, hizo llegar una carta al príncipe don Juan Carlos en la que se comprometía a dar orden de retirada de la Marcha Verde en un discurso que transmitiría por radio el domingo, 9 de noviembre. En la carta sostenía que el arreglo definitivo del problema del Sahara significaba la entrega por el Estado español a Marruecos y a Mauritania de todas las responsabilidades y la autoridad civil y militar que ejerce en el Sahara occidental.

¿Qué pasó con la carta? No lo sabemos, pero algo pasaría porque el domingo 9 de noviembre, el rey Hassan pronunció un discurso radiotelevisado en Agadir anunciando el fin de la Marcha Verde. Sí, con aquello de “cumplidos los objetivos previstos” -¿cuáles eran?- y pidiendo a los manifestantes que regresaran a sus puntos de origen al tiempo que les agradecía su participación.

Hubo sorpresa internacional generalizada, pero a las siete y media de la mañana del lunes 10 de noviembre comenzó a registrarse actividad en los campamentos y a las 7’45 se había iniciado el movimiento de camiones hacia el norte.

En la tarde del 11 de noviembre llegaron a Madrid los equipos negociadores de Marruecos y Mauritania. Sabiéndolo, y a tiempo, el secretario general de la ONU hizo llegar al Gobierno español el proyecto de su plan para la descolonización del Sahara, en el que se contemplaba la asunción de la administración temporal por parte de las Naciones Unidas y la preparación de un referéndum. Pero ya era demasiado tarde: ya estaba todo decidido a tres bandas -España, Marruecos y Mauritania- con las bendiciones de Washingt0n y París.

Acogiéndose a un documento anterior, que contenía las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y que instaban a España y Marruecos a mantener negociaciones para superar la grave amenaza que suponía la Marcha Verde, ambos países habían llegado a un principio de acuerdo cuyo resultado final elevarían a las Naciones Unidas. En la mañana del 12 de noviembre comenzaron las conversaciones tripartitas secretas sobre el Sahara en la Presidencia del Gobierno de España. En la mañana del 14 se firmaban los acuerdos.

Y en la noche del 14 de noviembre, los dirigentes del PUNS se reunió en el barrio de Zemla de El Aaiún acordando la disolución del partido y animando a sus miembros a unirse al Polisario para luchar contra Marruecos.

Cuatro días más tarde, las Cortes españolas aprobaron la Ley de Descolonización del Sahara -Ley 40/1975, de 19 de noviembre-, en la que se indicaba que dicha operación no afectaba a la soberanía ni a la integridad territorial española, puesto que España no poseía la soberanía sobre aquel territorio, sino solo la responsabilidad administradora del mismo, que era lo que se había transferido. ¡Cómo somos! Fue aprobada por 345 votos a favor, cuatro en contra y cuatro abstenciones. No se les permitió votar a los procuradores saharauis que, miembros del disuelto PUNS, hubieran sumado sus votos en contra.

Y cuando se firmaron los acuerdos de Madrid comenzó la evacuación urgente de civiles que quedaban en el Sahara -muchos ya no volvieron tras las vacaciones de verano- y de los militares españoles. Los últimos saldrían el 28 de febrero de 1976. Traición consumada.

Los muertos españoles en el Sahara no sirvieron para nada, su sacrificio fue inútil pues la suerte del territorio estaba decidida desde varios meses atrás. Con profunda tristeza hoy sabemos que el Sahara iba a ser para Marruecos mucho antes de que Lostau jurara en arameo en aquellas tardes de dominó del verano de 1975. Bien pronto se comenzó la labor de exhumación de los restos de los 1.028 españoles enterrados en el territorio, desde 1884, para su traslado a Canarias o a la Península por cuenta de la administración hasta la puerta de los cementerios que señalaran sus familiares.

Pero hay un detalle más que quiero hoy señalar. Cuando el 23 de mayo de 1975 se anunció por lo bajines en los corrillos ministeriales el abandono del Sáhara, al día siguiente se empezó a organizar la evacuación del territorio. El 18 de junio de 1975, la Junta de Jefes de Estado Mayor aprobó la Operación Golondrina, plan para evacuar del Sáhara al personal civil, militar y sus bienes, y transferir la administración y soberanía del territorio. La operación estaría bajo el mando del Capitán General de Canarias, responsable de planificar, coordinar y ejecutar la evacuación. Y al mismo tiempo que la Operación Golondrina se planificó la Operación Pelícano como complemento para resolver los problemas humanos tras la evacuación del Sáhara: su objetivo era facilitar la reinstalación de los evacuados en Canarias o en la península.

La Operación Golondrina comenzó oficialmente el 3 de noviembre de 1975. La primera fase de evacuación civil forzosa se desarrolló hasta el mismísimo 20 de noviembre en que se supo que Franco había muerto. Se habilitaron tres centros de información y recepción -en Protección Civil, el Gobierno Civil de Las Palmas, el puerto y el aeropuerto- encargados de registrar a los evacuados, ofrecer alojamiento, comida, asistencia sanitaria y social, y traslado a los alojamientos. Entre el 3 de noviembre y el 6 de diciembre de 1975 fueron evacuadas 9.078 personas, quedando aún en el Sáhara 1.033 más.

El presupuesto de la evacuación fue de 988 millones de pesetas aunque finalmente los gastos de la descolonización del Sáhara ascendieron a 2.450 millones de pesetas.

Con la operación Golondrina en marcha, el 12 de noviembre, recalco, comenzaron en Madrid las negociaciones entre España, Marruecos y Mauritania, que culminaron tan solo dos días después con la firma de la Declaración de Principios. En ella, España ponía fin a su presencia en el Sáhara Occidental y transfería sus poderes a una administración temporal con participación de Marruecos, Mauritania y la Yemáa, que ya controlaba Marruecos. Días después, la ONU aprobó resoluciones contradictorias: una defendía la autodeterminación saharaui y otra ‘tomó nota’ del Acuerdo de Madrid, lo que supuso la renuncia a la iniciativa española de impulsar la independencia del territorio, y dio lugar a un triste proceso lleno de ambigüedades.

Con la línea de tiempo como argumento de este final, el 24 de noviembre de 1975 se ordenó abandonar definitivamente el Sáhara poniendo como fecha tope la del 28 de febrero de 1976[15]. España mantendría la administración del territorio, junto a Marruecos y Mauritania, hasta su retirada total. En Smara, la noche del 26 de noviembre, el personal franco de servicio subió a las más altas posiciones para contemplar los estruendos y resplandores lejanos producidos por el bombardeo de la artillería marroquí sobre la Saghia el Hamra y los posibles puestos saharauis.

Aquello fue un desastre. Ante nuestras narices, marroquíes y mauritanos ocuparon viviendas de evacuados y saharauis. Parte de la población saharaui huyó a Tinduf, mientras que muchos hombres se unieron a la guerra, dejando ciudades con mayoría femenina: un problema añadido por la actitud de los ejércitos invasores marroquí y mauritano.

El 12 de enero de 1976 salieron las últimas tropas españolas: una compañía de la Policía Territorial y otra de Infantería de Marina a bordo del ‘Ciudad de la Laguna’, rumbo a Las Palmas de Gran Canaria. Tras el abandono de la provincia española, las unidades más genuinamente saharianas fueron disueltas. Así, desaparecieron tanto la Agrupación de Tropas Nómadas, como la Policía Territorial y los dos tercios saharianos Alejandro Farnesio y Don Juan de Austria. Sólo sobrevivió el Tercio Don Juan de Austria, aunque perdió el apelativo de Tercio sahariano.

A partir de esa fecha de enero, los combates entre el Polisarios y los ejércitos regulares de Marruecos y Mauritania se intensificaron. Bajo un halo de abandono y de guerra, se produjo un cambio en la composición social del territorio cuyas consecuencias llegan hasta hoy.

Tras la salida de los españoles, la situación en los principales núcleos urbanos del Sáhara fue desastrosa. En diciembre, El Aaiún había sido evacuado: los bancos cerraron, Iberia suspendió los vuelos, los edificios públicos -valorados en 14.000 millones de pesetas- fueron abandonados y las instalaciones militares -valoradas en 3.000 millones de pesetas- entregadas al ejército marroquí. A finales de enero de 1976, El Aiún estaba fuera de control, con continuos robos y saqueos por parte de Marruecos.

Desde el 13 de enero la presencia española se concretó en unos pocos militares y civiles para la transición. El coronel Rodríguez de Vigurí, mantuvo la Bandera de España en la azotea del Gobierno General del Sahara. En páginas legionarias le leído que “para mantener dicha Bandera con dignidad, contrató a un viejo alférez y un grupo de Saharauis, antiguos soldados de Tropas Nómadas, para que con unos viejos fusiles obsoletos, presentaran armas y rindieran honores a la Bandera, hasta el último día de su permanencia. Como tal acto, no era del agrado del coronel Dlimi, jefe de las tropas de ocupación marroquíes y a dicha guardia se la tenía jurada, la víspera de la partida el coronel licenció, pagó y facilitó la huida de sus últimos leales. El 28 de Febrero de 1976, a las 11 de la mañana se arrió por última vez la Bandera española, izándose a continuación la marroquí. Esa misma noche en el DC-9 de Iberia ‘Ciudad de Vigo, salían de El Aaiún los últimos militares y funcionarios Españoles.

La última arriada


Dos días antes, el 26 de febrero de 1976, España dio por terminada su presencia en el Sáhara y declaró que dejaba de tener cualquier responsabilidad internacional sobre el futuro político del territorio, al finalizar su participación en la administración temporal. También afirmó que la descolonización solo se completaría cuando la población saharaui pudiera expresarse libremente, algo que nunca ocurrió.

Una aventura terrible de lo que pudo haber sido y se empeñaron en que no fuera posible. El ministro Antonio Carro llegó a decir ante las Cortes generales que no nos estaba ayudando ni el mundo árabe, ni el mundo internacional: “para España no hubo otra alternativa[16].

En cuanto despegó aquel avión Marruecos se hizo dueño de la situación. Mauritania entró por el Sur, aunque bien pronto se dio cuenta de que aquella no era su guerra y desistió. El Polisario atacó incluso la capital en un raid de 400 kilómetros que les asustó totalmente. Pero en respuesta a la doble invasión marroquí y mauritana de su

Y el mismo 28 de febrero de 1976 los saharauis proclamaron su independencia. Había nacido la República Árabe Saharaui Democrática.

La resistencia saharaui fue respondida con una represión de extraordinaria dureza por parte marroquí, lo que hizo que gran parte de la población civil buscase refugio en el interior del desierto. Entre diciembre de 1975 y enero de 1976 unas 40.000 personas, fundamentalmente niños, mujeres y ancianos, huyeron en dirección a la frontera con Argelia. Para quebrantar su voluntad de defensa, los campamentos saharauis fueron atacados por Marruecos, bombardeando de manera recurrente a la población civil con napalm.

Y de esto, nadie se acuerda. Yo sí. Y lo he querido contar.

 

 



[7] Rafael Dávila Álvarez (Madrid, 1947), es general de división en retiro. De familia de larga tradición militar, ha sido ayudante de campo de S.M. el rey don Juan Carlos I, coronel jefe de la Guardia Real, general jefe de la Brigada de la Legión Rey Alfonso XIII, jefe de Tropas de Canarias y jefe de la Primera Subinspección del Ejército (Madrid), entre otros muchos destinos.

[15] La salida, narra el foro La Legión, 105 años de honor y gloria, lo relata así: Comenzó (la retirada) con la evacuación de La Güera, el 1º de Noviembre de 1.975, en la llamada “Operación Guardiola”. En la misma, participaron el buque-aljibe A-6, el guardapesca ‘Centinela’, el ‘Ciudad de Huesca’, la barcaza de desembarco BDK-7 y el destructor ‘Blas de Lezo’, siendo reforzados en su cometido por una sección de Infantería de Marina. Dicho convoy, fue desviado hasta Villa Cisneros, donde el ‘Ciudad de Huesca’, cargó con 6.728 kilos de ropa y vestimentas militares, así como ocho vehículos particulares. El barco, atracó en Las Palmas de Gran Canaria el 5 de noviembre.

A partir del 20, comenzó la segunda fase de aquella evacuación, tras el abandono de Echdeiria, Mahbes y Hausa, y tras la disolución de las Agrupaciones Tácticas “Gacela”, “Chacal” y “Lince”, así como la de Reserva, organizadas para la defensa del Sahara por la Marcha Verde. El Batallón Canarias 50, partió el 20 de Noviembre, junto al Regimiento de Ingenieros.

El día 27, a primeras horas del alba, los integrantes de la VII Bandera de la Legión, al completo, y ante la bandera izada de España, formados a la puerta del cuartel, entonaron la Canción del Legionario. Tras acabar, con aquellos rudos soldados presentando armas, la bandera de España se recogió con mucho respeto y dolor. El 3 de diciembre, llegaron a Cabeza Playa, embarcando en el ‘Isla de Formentera’,  zarpando a medianoche con destino el puerto del Rosario, en Fuerteventura, trasladándose a su nuevo destino, en los terrenos cercanos al cuartel del Regimiento Fuerteventura nº 56. Fue la primera Unidad de La Legión en abandonar el Sahara.

Mientras la VII Bandera se despedía del Sahara, la VIII y el Grupo Ligero Sahariano, permanecían en El Aaiún, cubriendo la evacuación de otras unidades y dando protección a las instalaciones militares. No fue hasta el día 11 de diciembre, cuando recibieron la orden de abandonar Sidi Buya. Formados en su patio de armas, los legionarios, rindieron su último homenaje a sus muertos y arriaron la bandera de España, que hasta aquel momento, había ondeado en aquel fuerte, muchos de ellos, no se atrevían siquiera a mirarse, para no delatar sus miradas llorosas. De dicha forma, el Tercio 3º, dio por acabada su permanencia en aquel querido lugar. La VIII Bandera, se desplazó a Cabeza Playa, y desde allí, al BIR nº 1, destacando sus unidades en misiones de seguridad y protección a las unidades y cuerpos que allí se desplazaban de sus destinos para su evacuación y embarque, según el orden previsto y asignado. El Grupo Ligero Sahariano, se posicionó en El Aaiún, en el acuartelamiento de Parque y Talleres, hasta el día 20, en que tomó posiciones en el helipuerto militar. A las seis de la tarde de aquel 20 de diciembre, el capitán Perote, al mando de la VII Compañía, arrió la última bandera Española en El Aaiún, en el cuartel del Regimiento de Artillería Mixta del Sahara, el RAMIX 95, bandera que se conserva en el Museo de la Brigada de la Legión.

El 21 de Diciembre, ya no quedaba ninguna unidad militar española en El Aaiún. Entonces, el general Gómez de Salazar, ante la falta de seguridad, estima que debe de tener una mínima guarnición de protección hacia los civiles españoles que aún permanecían allí, ya que el Frente Polisario, estaba hostigando a las tropas Marroquíes que ya llegaron a la capital. Ordena que vuelva a El Aaiún la VIII Bandera, y ya que Sidi Buya está ocupado por Marroquíes, se instalan en el cuartel de Rayen Mansur, el cuartel de artillería. El destino quiso que dicho cuartel donde se instaló por primera vez la Legión en El Aaiún fuese también el último lugar de donde se despidió.

También aquel 21 de Diciembre, la Sección de armas de apoyo de la 6ª Compañía, fue enviada a los yacimientos de Fos Bu-Cráa, para reforzar al Grupo de Tropas Nómadas que protegía dichas instalaciones contra las guerrillas del Frente Polisario. Una vez en las instalaciones, recibieron órdenes del comandante Jefe del Grupo de Tropas Nómadas, de realizar acciones de decepción, para confundir a la población nativa, aprovechando la aureola de la Legión. Fueron varias las ocasiones que tuvieron dichos defensores de repeler con morteros y ametralladoras, los ataques de aquellos guerrilleros, con sus morteros de 60 mm y sus armas automáticas.

El 27 de Diciembre, se abandonó dicha base de Fos Bu-Cráa, emprendiendo aquella marcha conjunta los legionarios y el Grupo de Tropas Nómadas, dándose la particularidad, de que al paso de aquel convoy, las tropas marroquíes desplegadas en las subestaciones de la cinta transportadora de fosfato formaban.

El 29 de Diciembre, desde El Aaiún, donde se encontraba, el Grupo Ligero Sahariano se trasladó a Villa Cisneros, reuniéndose con sus Compañeros del 4º Tercio, en espera de su evacuación hacia Canarias, que lo hicieron el día 4 de Enero de 1.976, embarcando en el buque de transporte ‘Galicia’, rumbo a Fuerteventura.

En la mañana del 8 de Enero, también embarcaba en diferentes buques de la Armada, la VIII Bandera, diciendo definitivamente adiós al Sahara el Tercio D. Juan de Austria, 3º de la Legión, y dejando de ser Sahariano.

Los Legionarios del 4º Tercio Sahariano Alejandro Farnesio, embarcaron en el buque ‘Plus Ultra’, no sin antes serrar el mástil donde durante tantos años, ondeó la Bandera de España.

Por último, el día 12 de enero, una Compañía de la Policía Territorial y otra de Infantería de Marina, subieron al ‘Ciudad de la Laguna’, dirigiéndose hacia Las Palmas de Gran Canaria.

Finalmente, el día 13 de enero de 1.976, al anochecer, el Coronel Torres, formó a los pocos hombres que le quedaban en Villa Cisneros, diciéndoles: “Ante la imposibilidad del toque de oración, guardemos un minuto de silencio por los Compañeros que en este territorio rindieron el último servicio a la Patria”.

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