Y como terminé ayer: vayamos más abajo; a las Posesiones
Españolas del Sahara Occidental… en las que entraremos mañana.
Este territorio se extendía entre los paralelos 20º45’ y
27º41’ de latitud Norte con unos 280.000 km2, entre el cabo Bojador y el cabo
Blanco. Y fue reclamada por España en 1884 durante la Conferencia de Berlín.
Como lo de Ifni no se materializaba porque nadie sabía
dónde había estado Santa Cruz de Mar Pequeña y como queríamos un
territorio en África antes de acudir a la Conferencia de Berlín -programada
para noviembre de 1884- a instancias del canciller Bismark y a la que iban a
acudir catorce países de Europa -y los EEUU, que ya mandaban mucho- con la
intención de repartirnos (influencias en) África, nos entraron las prisas por
tener “algo” allí. Y ya han visto que teníamos territorios pero no existían o
no aparecíamos.
Así, el 15 de octubre de 1884 Emilio Bonelli, un
alférez aragonés políglota, que buscaba adelantarse a las sociedades británicas
que pretendían el dominio del territorio africano con el fin de explotar su
riqueza pesquera, como representante de la Sociedad Española de Africanistas
y Colonistas y con el apoyo de Antonio
Cánovas
del Castillo, emprendió
una expedición
de urgencia para establecerse la península de Río de Oro, larga y
estrecha, entre el Roque Cabrón (que así se llama) y la Punta Dunford.
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| Río de Oro (donde se ubicó Villacisneros); 1885 |
Salió Bonelli de Tenerife a bordo de la goleta ‘Ceres’,
inspeccionó la zona, recorrió la costa atlántica entre el cabo Bojador, Río de
Oro y el cabo Blanco y, con las prisas, se decidido por la península de Río de
Oro para fundar en ella Villa Cisneros en honor al cardenal de tal
apellido y a la política africanista que impulsó con los Reyes Católicos. Y, ya
de paso, fundó otras dos factorías comerciales en la región -Medina Gatell
y Puerto Badía, en honor a los exploradores Joaquín Gatell Folch y
Domingo Badía- situadas en la Bahía del Oeste y la Bahía del Galgo.
En julio de 1885, Bonelli fue nombrado por el rey Alfonso XII Comisario Regio
en la costa occidental de África, lo que después se le renombraría
como Vicegobernador Político
y Militar de Río
de Oro, que así se llamó a todo el territorio,
consiguiendo establecer la paz con las cabilas de la zona.
Así, España pudo presentarse en la conferencia de Berlín
con pruebas irrefutables de que había ocupado efectivamente la región
comprendida entre el cabo Blanco y el cabo Bojador. Posteriormente, dos
expediciones más, la de Álvarez Pérez -actuó del Dráa al cabo Bojador- y
la de Cervera-Rizzo-Quiroga -del Adrar al Temar-, lograron firmar
tratados con los indígenas del lugar donde desembarcaron, colocando bajo la
protección española los territorios situados al Norte y al Este de dichos
cabos. A partir de 1886 todos estos territorios africanos continentales quedaron
incorporados a la Capitanía General de Canarias.
Tras acuerdos con Francia, se fijó su límite norte del
territorio en el paralelo 27º40’. Y se dividió en dos distritos administrativos
independientes: Saguia el Hamra, al norte, y Río de Oro, al sur.
Ambos se unieron en 1958 para formar la provincia del Sahara Español; la
número 53.
Saguia el Hamra (Rio Rojo), formalmente posesión española
desde 1910, tenía una superficie de unos 82.000 Km². Era la gran cuenca
de un rio fósil de laderas escarpadas y con una longitud superior a los 600 km.
La ciudad más importante era El Aaiún, su capital, y estaba ubicada a
unos treinta kilómetros del mar. No disponía de puerto en sus proximidades, lo
que dificultaba las labores logísticas, pero tenía buen suministro de agua
hipogea, por lo que fue elegido en 1934 para ubicar allí una población,
además del puesto militar activo desde unos pocos años antes.
Río de Oro tenía una superficie de unos 184.000 Km². Es una
zona llana. La ciudad más importante era Villa Cisneros, la capital, y
disponía del único puerto natural del África Occidental Española. Fundada en
1884 no será hasta 1908, cuando se organice el envío de agua potable
desde Canarias, cuando empiece a tener cierto -y aún muy raquítico- aspecto
urbano.
El gran salto en interés por el Sáhara español llegará a
partir de 1949 cuando el geólogo Manuel Alia Medina descubra en
la meseta de Izic, en la región de Bucráa, unos gigantescos yacimientos de
fosfatos. Fosfatos, hierro e indicios de petróleo y gas convirtieron aquel
desierto en el magnífico objeto de deseo de españoles, franceses, británicos y
marroquíes. Pocos años después, el Banco Mundial llegaría a calificar el
territorio saharaui como el más rico de todo el Magreb y uno de los más
valorados de África, debido a sus reservas minerales y lo abundante de su
banco pesquero[1].
De cómo estaban las cosas en el Sahara hay un excelente
trabajo de un muy buen amigo -Javier Morillas Gómez, que es catedrático
de Economía y consejero del Tribunal de Cuentas- titulado “Desarrollo y
subdesarrollo en el Sahara Occidental; configuración y restricción de una
economía dual”, y un resumen de su hija Laura, Laura Morillas Padrón
(no olvidemos a Conchibel, la madre), que retrata también la vida en el
territorio.
Al principio, nos cuentan los Morillas, las cosas no
arraigaron como se habían imaginado en los despachos de Madrid en la carrera
previa a la Conferencia de Berlín: la Compañía Mercantil Hispano-Africana
que desde Villa Cisneros se convertía en la protagonista de la evolución del
territorio -y se centraba en la pesca- no conseguía animar a los lugareños a
sumarse al proyecto.
Eso sí, desde el principio, España sentó las bases para que
abandonaran el nomadismo y se centraran en el sector primario con el pastoreo
como elemento principal y en su tierra ancestral, así como en procurar
destribalizar un territorio inmemorialmente tribal. Pero en aquellos años
faltaron inversiones -menudo fue el final del XIX, como muy bien relata en sus
trabajos Javier- y el sector pesquero, por sí solo, fue absolutamente
insuficiente para animar el desarrollo económico en el cambio de siglo.
A partir de 1940 el epicentro económico se desplazó a El
Aiún y el Instituto Nacional de Industria (INI) entró en liza: surgieron
empresas como IPASA (Industrias Pesqueras Africanas SA) y ENMINSA (Empresa
Nacional Minera del Sáhara SA) conocedores que el despegue económico definitivo
del Sáhara Occidental se levantaría sobre el fosfato y los fertilizantes; el
INI crearía en 1969 COFERSA, Comercial de Fertilizantes SA, que luego sería
ENFERSA, Empresa Nacional de Fertilizantes SA.
Por otra parte la seguridad que ofrecían los puestos
avanzados del Ejército español en el interior cambió las viejas rutas
caravaneras y hasta los pastores saharauis estaban pegados a los
radiotransmisores del Ejército para saber con certeza dónde unas determinadas
lluvias aplacarían la sed del ganado; incluso así mejoró una tenue agricultura
pues saber de la meteorología permitía cosechas más abundantes. Había sintonía
entre todos los protagonistas del territorio.
Es más aunque en 1964 la ONU ya había
recomendado a España que iniciara los trámites de descolonización, nadie en el
Sahara tenía prisa para ello.
En 1967 el Gobierno español comunicó a Naciones
Unidas su aceptación del principio de autodeterminación de la
población saharaui y la apoyó: ese mismo año se crea la Yemáa/D’jema’a,
Asamblea General del Sáhara, de carácter consultivo, que estaba compuesta por
40 representantes elegidos en las fracciones tribales o nómadas, el presidente
del Cabildo Provincial y los alcaldes de El Aaiún y de Villa Cisneros. Pero a
ojos del mundo no era suficiente y en 1968 la ONU insistió y urgió
plazos; la respuesta española fue devolver Ifni a Marruecos y así calmar a
la ONU, al tiempo que la Dirección General de Promoción del Sáhara
inició un Programa Especial y escalonado de inversiones orientado a
modernizar el territorio y el tejido económico. Tal como estaban las cosas
programadas, con la producción de Fosfatos de Bu-Cráa a pleno rendimiento y la
riqueza de sus bancos pesqueros, el territorio -y por ende los saharauis-
tenían asegurado su porvenir económico. Pero entonces, la antigua
provincia española se convertía en una pieza muy apetecible para Marruecos.
Paralelamente y en plan político, al comenzar la década de
los 70, el Régimen apoyó la creación del Partido de Unión Nacional Saharaui
(PUNS); se componía principalmente por los miembros de la Yemáa y era el único
permitido, junto a Falange Española. Al principio se opuso al Frente
Polisario pero, como veremos, acabó integrado en él. El Polisario, a partir
del Movimiento Nacional de Liberación del Sahara, se creó el 20 de mayo
de 1973 como Frente Popular de Liberación, bajo el modelo de la
Revolución Argelina, de carácter pseudo marxista y profundamente antiespañol,
centrado en la lucha armada contra las “fuerzas de ocupación” que componían el
Ejército español. Gadafi se ocupó de armarlos y comenzaron atacando a las Tropas
Nómadas con gran éxito, reconozcámoslo, porque la sedición de los soldados
indígenas dejó perplejos al conjunto de la Agrupación de Tropas Nómadas
porque los españoles tuvieron que comenzar a sospechar de soldados con los que
mantenían lazos de amistad y compañerismo de muchos años atrás. Bien pronto
comenzaron las deserciones de soldados indígenas que se pasaban al Frente
Polisario con vehículos, armas y, lo más grave, información.
Si la de Ifni fue la guerra olvidada, lo que pasó con el
Polisario nos aboca a hablar de los soldados olvidados, varios de ellos
oficiales, torturados en los campamentos de Tinduf y los muertos, que los hubo.
Hay que destacar que no todos los atentados los llevaban a
cabo los Polisarios; las autollamadas ‘bandas de liberación’, organizadas,
armadas y pagadas por Hasán II, hacían también de las suyas consistiendo en un
segundo enemigo mimetizado entre la población y los activistas. Y luego
estaban los del FLU, Frente de Liberación Unificado, que también
trabajaban para Marruecos y contra el Polisario. Y un cuarto en discordia era
el propio Ejército regular de Rabat.
Y pusimos los muertos una vez más. El 24 de junio de 1975
murieron al pisar una mina marroquí el teniente de artillería Luis Gurrea,
el sargento Diego Cano y tres soldados del Grupo de Artillería de
Campaña ATP XII, los artilleros Porcar, Otero y Casanova, cuando
patrullaban a bordo de un Land Rover por la pista existente entre los puestos
fronterizos de Tah y Nagritas. La mina había sido colocada por miembros de las
Fuerzas Armadas Reales marroquíes. Recordemos sus nombres y los de otros caídos
por España en tan injusta batalla.
Ante esta situación, por aquellos días del verano de 1975,
la tensión entre las unidades que guarnecían el Sáhara era importante y,
además, conocida por sus mandos y las autoridades de Madrid. Pues ante lo tibio
de las respuestas que se daban a estos actos y recibiendo las órdenes de
aguantar, se produjeron una serie de reuniones entre oficiales medios
-tenientes y capitanes-, destinados en el territorio con el objetivo de
oponerse a la política -que calificaron de ‘blandengue’- que
llegaba desde Madrid. Pedían, ha contado Luis Togores -historiador y
catedrático del CEU San Pablo-, entre otras reivindicaciones “mantener a
toda costa la dignidad del Ejército basándose en los siguientes
apartados; A. Réplica a todos los ataques y agresiones. Tomar en su caso
las represalias; B. Montar una operación, en caso de fallar las medidas
diplomáticas, para recuperar a las patrullas prisioneras, aunque ello
suponga más bajas e incluso la muerte de dichas patrullas; C. Si en el caso qué
por razones de alta política, economía, etc. el Gobierno decide que
se continúe en la misma línea de pasividad, que se informe oficialmente a la
Nación de que la actitud del Ejército es forzada y no por ineptitud”[2].
La respuesta del general Gómez de Salazar, muy en la línea
castrense llegó: “Qué era imposible montar operaciones de rescate de las
patrullas prisioneras por estar los polisarios protegidos por una división
acorazada argelina”. Y el general se mostraba dolido porque “sus
oficiales desconfiasen de sus mandos y que esperaba que sólo hubiese sido un
acto de buena voluntad y no una acción delictiva”. Bien sabía que era
de excelente buena voluntad. Pero estaban siendo traicionados: gente de acción
para la inacción.
El Polisario, recordemos -que en estos somos muy flojos- no
se andaba con chiquitas. El 12 de julio de 1975 asesinó, por medio de una
bomba, al hijo del procurador en Cortes saharaui Ahmed Uld Brahim Uld Bachir; el
niño tenía solo ocho años. El autor del atentado, Haffa Uld Mahayud, murió
durante su detención, lo que contribuyó a crispar más el ambiente de por sí muy
tenso[3].
No he encontrado ninguna referencia oficial al número de
bajas que provocó aquella situación en la provincia del Sahara que arrancó en
1973 y termino en 1976 con la salida ignominiosa del territorio, aunque la
Asociación Canaria de Víctimas del Terrorismo (ACAVITE) calcula que “unos
300” entre asesinados, heridos o secuestrados, puntualizando que fue
entre “los años 70 y los 80” por miembros del Frente Polisario[4]. No olvidemos
que luego llegó la temporadita de ametrallamientos y secuestro de pesqueros,
que en el ADÑ patrio abunda el olvido interesado por manifiesta ignorancia y
negligencia neuronal. Lucía Jiménez, la presidenta de ACAVITE, hizo su
tesis doctoral tratando el terrorismo del Polisario, el MPAIAC -que hubo un
Movimiento para la autodeterminación e independencia del Archipiélago Canario y
un tal Antonio Cubillo; y hasta unas Fuerzas Armadas Guanches- y ETA en
Canarias[5] y tiene esas
referencias saharianas.
En el blog ‘general Dávila’[6],
el general retirado Rafael Dávila Álvarez[7]
señala las 25 agresiones -así las califica- a las que tuvieron que hacer
frente las unidades españolas en los años 1974 y 1975, y que le supusieron 19
muertos, 21 heridos de distinta consideración y el alevoso secuestro de los
militares españoles de dos patrullas de Tropas Nómadas, por los soldados
saharauis que integraban dichas patrullas infiltrados por el Polisario”.
Y tengo el testimonio directo de otro gran amigo: Moncada,
don Manuel, que estuvo allí; y por quince meses. En Cabeza Playa, donde estaba
el Batallón de Instrucción de Reclutas Número 1 (BIR 1), al ladito del mar, que
era un punto estratégico donde se encontraba el pantalán y acababa la famosa
cinta transbordadora de Bu-Cráa, lugar de carga de los fosfatos que vienen tras
recorrer más de 98 kilómetros del desierto sahariano en once tramos. Allí , en
aquella playa -en Cabeza Playa- estaban acantonados un destacamento de la
Policía Territorial, la Compañía de Mar y el Batallón de Infantería Motorizada
Cabrerizas I que de batallón disciplinario en el XIX pasó a unidad de combate
en el fuerte melillense de Cabrerizas Altas, de dónde tomó su nuevo nombre y
adquirió su lema: “Si es posible, está hecho. Si no es posible, se hará”.
Cabrerizas estuvo en el Sahara desde 1957 a su disolución al acabar 1975; y en
Cabeza Playa desde 1964.
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| Cabeza Playa; puerta de acceso |
Manolo recuerda que sobre todo los últimos tres meses los
vivieron en alerta; él estaba en la Plana Mayor y tenían como cometido la
seguridad del batallón. Recuerda que se dormía con la dotación completa de armamento
y municionado; y que cada dos por tres tocaban generala y todos salían todos
corriendo a formar. Manolo recuerda bien aquellos días en Cabeza Playa, a
veintitantos kilómetros de El Aaiún.
Pero hay más aristas en este tema del África Occidental
española que me voy a permitir tratarlas con referencias a Pablo Dalmases y a
Gerardo Muñoz.
Otro buen amigo, catalán de pro, Pablo Ignacio de
Dalmases, de los tiempos de FEPET, que fue director de Radio Sáhara y del
diario La Realidad de El Aaiún, así como Jefe de los Servicios
Informativos del Gobierno General de Sáhara durante la época española también
ha escrito mucho y bueno sobre aquella provincia y sus vicisitudes. Desde ‘Los
últimos de África’ a ‘Quique y los misterios del desierto”, pasando
por ‘Sáhara occidental, la colonia que España nunca descolonizó’ son,
casi -permítemelo así, Pablo- de obligada lectura.
Dalmases cuenta que durante más de una década convivieron
en el gobierno español dos sensibilidades diferentes respecto a la solución
del Sáhara. Por un lado estaba el criterio del Ministerio de Asuntos
Exteriores, responsable de la presencia de España en la ONU: respetar la
declaración de descolonización para la independencia de los pueblos colonizados.
Por el otro, el criterio de la presidencia del gobierno español, de la que
dependía directamente el Sáhara y las demás provincias africanas, bajo el mando
del almirante Carrero Blanco: continuidad; el Sahara era España.
Pero cuando ETA asesina a Carrero, en diciembre de 1973,
ganó peso la postura de la descolonización y con esa premisa enviaron allí al
general Federico Gómez de Salazar. La idea que le llevó al Sahara se
basaba en organizar un referéndum de autodeterminación -según planteaba la ONU-
y, tras él, dar por sentada la independencia del Sáhara, frente a la
anexión que pretendían Marruecos y, no olvidemos, Mauritania por el sur. Pablo
destaca que la cesión a Marruecos estaba mal vista por Franco
(moribundo) y su núcleo duro, escarmentados por lo de Ifni: los jóvenes
oficiales de aquella guerra olvidada eran en 1975 sus generales.
Con todo esto revuelto y el Polisario haciendo de las
suyas, hasta allí se llegó -en la primavera de 1975- una misión especial de
la ONU. El Sahara, Madrid, Rabat, Nuakchot y Argelia (el Frente Polisario
también era protagonista desde Argel) fueron las escalas del trío que
constituía la misión: Simeón Aké (de Costa de Marfil) como embajador de las
Naciones Unidas, la cubana Marta Jiménez Martínez y el iraní Manoucher Pisva.
En ocho días de visita planificaron su informe conforme a la tesis de España y
la ONU.
En Madrid, la misión de la ONU se reunió con los ministros
de Asuntos Exteriores, Pedro Cortina Mauri, y de Presidencia, Antonio Carro; y,
naturalmente, con el presidente del gobierno Arias Navarro. España atendería
las decisiones de las Naciones Unidas, y se retiraría completamente del
territorio “lo más pronto posible”. Y con eso que se fueron los de
la ONU de vuelta a casa.
Como ya señalamos -y reitera Pablo-, desde 1973 se había
resquebrajado la total identidad española con los del Polisario; no con la
población saharaui. Donde hubo una hermandad narrada con hechos, comenzó la
desconfianza de unos con otros. Cientos de testimonios de oficiales de
entonces, jefes hoy, cuentan que insistieron a la población que les abandona
el gobierno, no ellos. Muchos fueron testigos de los miles de saharauis que
iniciaron la marcha hacia Tinduf. Mujeres con niños en brazos, ancianos
apoyados en palos, caravanas improvisadas que avanzaban guiadas por la
intuición y que no generaron la misma simpatía internacional que la que hoy
disfrutan los de Gaza. La aviación marroquí llegó a bombardear aquellas
caravanas de saharauis con napalm y fósforo blanco. Ya nadie se acuerda. Yo
sí, por eso hoy se lo cuento.
Y vuelvo al gobierno de España. En el cambio de orientación
de las decisiones del gobierno español respecto al Sáhara se sabe que existía un
poderoso lobby promarroquí dentro del gobierno español, que, según algunos
autores, era encabezado por el ministro del Ejército, Francisco Coloma
Gallegos, que había sido coronel de la Legión en el Sáhara, durante dos
años. Pardillos ellos, además, creían que apoyando la descolonización del
Sáhara podían llegar a crear un clima internacional favorable a la descolonización
de Gibraltar. Poco nos pasa.
Y con Franco gravemente enfermo, los hechos se precipitaron
a finales de Octubre de 1975 porque por en medio estaban también las protestas
internacionales por la ejecución de tres miembros del FRAP y dos de ETA
político-militar[8], llegaban a
la península las primeras noticias graves del hostigamiento militar y
terrorista del Frente Polisario y del FLU en el Sahara español, a lo que se
añadía la certeza de la ya notoria desafección de los saharauis hacia la
metrópoli así como la muy eficaz campaña diplomática de Marruecos hacia el
Mundo Árabe e internacional y la extrañísima actuación dubitativa de la ONU.
Introduciendo aquí ya las referencias de Gerardo Muñoz
-Historia del Sahara español. De la colonización al abandono (1884-1976)-
sabemos que el Gobierno español decidió en la primavera de 1975 abandonar el
Sahara occidental, después de 91 años de colonización.
El día 21 de octubre el ministro Solís Ruiz -la sonrisa del
Régimen- viajó Rabat, en nombre del gobierno español. Iba, a sabiendas de que
Hassan II había hallado en su reivindicación la forma de liquidar las
disensiones que se vivían en el seno de sus fuerzas armadas y que con la Marcha
Verde había conseguido el respaldo popular frente a sus enemigos socialistas
árabes -argelinos y libios- sospechosos (estos últimos) de recientes atentados
contra su persona. El día 23 el hermano del rey Hassan II, Muley Abdalá,
declaró a la agencia EFE que España y Marruecos estaban “condenadas a
entenderse” en la cuestión del Sáhara Occidental, y anunció que había
ofrecido al gobierno de Franco el 60% de los fosfatos de Bucráa y la
posibilidad de mantener bases miliares en territorio del Sáhara para poder
defender las Islas Canarias, pero, al mismo tiempo, amenazaba con que la Marcha
Verde se pondría en marcha con cientos de miles de civiles marroquíes hacia el
Sáhara para reclamar lo que consideraba era de ellos.
Aquí hago un inciso con información de Álvaro de Diego,
que es profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universidad a Distancia
de Madrid (UDIMA) y sigo sus publicaciones en El Debate. Una figura clave en
todo esto es el embajador de España en Rabat: Adolfo Martín-Gamero.
Estaba en Marruecos desde el verano de 1972 y tenía excelente información.
Remitió tres cartas decisivas al presidente Arias Navarro, directas y sin paso
por sus superiores, poniéndole negó sobre blanco la realidad. De Diego las califica de “decisivas”
y están fechadas los días 6 de junio, 11 de julio y 14 de octubre de 1975.
Vienen a ser lo mismo, sólo que con un tono más apremiante in crescendo
para la urgente solución. La última, coincidente con la convocatoria de la
Marcha Verde, se envía dos días antes de que el Tribunal Internacional de
Justicia de la Haya confirme el derecho a la autodeterminación del pueblo
saharaui conforme a la Resolución 1514 de la ONU. Martin-Gamero señala
siempre que “el único responsable de la crisis es el rey alauita”
pero pide que “se le ayude; que se evite su deposición”, pues no
las tenía el monarca todas consigo. Para ello recomienda “echarle
subrepticiamente un cable para que sobreviva y capitalizar esta ayuda”[9]. De lo
contrario -advierte-, y “de no desactivarse la Marcha Verde, se llegaría
a un enfrentamiento armado con Marruecos”. El problema es que no se
supo capitalizar nada; más bien nos arrastró la corriente.
Martín-Gamero expone a las claras que en caso de conflicto
militar España ganaría la guerra. El embajador sabía que en todas las ocasiones
de enfrentamiento ya producidas entre las tropas regulares marroquíes y el
Polisario, éstos habían infringido muy serias derrotas, pues prácticamente
todos combatientes y mandos habían sido formados y fueron miembros de las
Tropas Nómadas y otras unidades militares españolas. Y además, Gadafi les
proporcionaba armamento y munición a cascoporro.
Pero algo más importante y substancial añadía el embajador
Martín-Gamero en sus misivas a Arias Navarro: “de meternos en ese conflicto
la transición democrática arrancaría condicionada por una condena de las
Naciones Unidas y el rey Juan Carlos comenzaría salpicado en su prestigio nada
más acceder al trono. Y a España se le abriría, además, un foco de inestabilidad
en la frontera sur, con un vecino que sin Hassan II probablemente terminaría en
la órbita socialista de Argelia y Libia”. No cabía, en definitiva, más solución
que entregar el Sáhara a Marruecos. Pero a nadie le he leído aún reconocer
que aquello, por bueno que resultase, era vergonzoso.
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| Don Juan Carlos, en El Aaiún |
Así las cosas, el 2 de noviembre, el príncipe Juan
Carlos, Jefe de Estado en funciones a consecuencia de la agonía de
Franco, visitó las tropas españolas en El Aaiún y, según diversas fuentes,
desde el Casino Militar a los allí reunidos les prometió que “España no
dará ningún paso hacia atrás, cumplirá todos sus compromisos, respetando el
derecho de los saharauis a ser libres”. Gerardo Muñoz, en su libro,
dice más: «[…] quería daros personalmente la seguridad de que se hará
cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y
el honor. España cumplirá sus compromisos y tratará de mantener la paz […].
No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se ofrecen soluciones
justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y entendimiento
entre los pueblos […]. Deseamos proteger también los legítimos derechos de
la población civil saharaui […]». Sin embargo -destaca Muñoz-, según el
corresponsal de Informaciones, Ángel Luis de la Calle, que se hallaba presente
en el acto, el príncipe omitió de palabra una frase que aparecía escrita en
su discurso: «No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se
ofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y
entendimiento entre los pueblos»[10].
¿Sabía don Juan Carlos que todo estaba ya decidido?
El 6 de noviembre de 1975, a las 10 horas y 33
minutos los primeros manifestantes de la Marcha Verde rebasaban el puesto
fronterizo del Tah, abandonado por España días atrás. Las cámaras de televisión
de medio mundo captaban aquella marea humana de campesinos marroquíes portando
banderas y ejemplares del Corán, en lo que el rey Hasán II presentaba como una
manifestación pacífica para “recuperar” el Sáhara Occidental.
Pero hubo otra marcha que las televisiones no mostraron.
Días antes, el 31 de octubre, las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos habían
invadido el Sáhara Occidental por la frontera norte, concretamente por
Echdeiría, Hausa y Farsía, unos 200 kilómetros al este del paso del Tah. Esta
invasión militar, que entró arrasando jaimas y poblados, provocó violaciones y
ejecuciones arbitrarias de población civil saharaui.
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| Las marchas Verdes y la acción militar |
El despliegue mediático orquestado por Marruecos cumplió su
objetivo: mostrar al mundo una marcha pacífica de civiles desharrapados
transportados en trenes y camiones desde todo Marruecos, mientras la verdadera
invasión militar quedaba oculta. Entre la masa de la Marcha Verde también
avanzaban camuflados soldados de las Fuerzas Armadas Reales y milicias del
Frente de Liberación y Unidad, además de camiones militares con ametralladoras
y blindados.
La Marcha Verde había sido preparada a conciencia y, hay
quienes apuntan a que, posiblemente consultada con Washington (y París), que
habría dado el placet a través de Henry Kissinger, en el mes de agosto, según Tomás
Bárbulo, periodista de El País, en un libro imprescindible, también, para
conocer y revivir aquellos infaustos días “La Historia prohibida del Sáhara
español” que aporta la visión de quien vivió su niñez como hijo de militar
allí destinado y que posteriormente como periodista analizar muchas de las
cuestiones que como niño no valoró. Bárbulo, por su parte, rechaza que fuera
idílica la convivencia con los saharauis.
Pero la Marcha Verde tiene su intríngulis. Estuvo precedida
por una marcha roja y militar de las fuerzas reales marroquíes. Jesús Maturana,
editor jefe de Euronews España lo contaba así el pasado día 6: “Detrás de la
operación estaba Estados Unidos. El secretario de Estado Henry Kissinger había
dado el visto bueno definitivo el 21 de agosto de 1975 mediante un enigmático
telegrama desde Beirut: ‘Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses,
él la ayudará en todo’. Estados Unidos no solo planificó la organización de la
marcha y asesoró a los marroquíes, sino que proporcionó equipos, armamento y
logística. Un gabinete de estudios estratégicos en Londres proyectó la invasión
y las monarquías del Golfo Pérsico aportaron los petrodólares para financiarla”[11].
Así que nos debe llamar poco la atención que a la cabeza de
la Marcha Verde iban representantes de varios países árabes exhibiendo sus
propias banderas nacionales o que no pasara desapercibido entre los periodistas
el hecho de que también se vieran algunas banderas norteamericanas.
En su día se nos vendió que en el verano de 1974 la CIA y
el Departamento de Estado, tras una carta del Embajador norteamericano en
Rabat, desarrollaron un amplísimo informe sobre el tema Sahara: España está
dispuesta a salir, pero ha invertido mucho en Bucráa y quiere recuperar la
inversión, mientras que el rey de Marruecos solo ansía territorio
esperando atajar problemas internos. Argelia, por su parte, busca
en su alianza con el Polisario un puerto atlántico para exportar. La
recomendación: lo mejor para los intereses estadounidenses sería que España
y Marruecos alcanzasen un acuerdo, aun a costa de alienar a Argelia. Y tras
leerlos, Kissinger se involucró en el asunto.
El 9 de octubre estaba ya en la base de Torrejón para
entrevistarse con el ministro Cortina. En la agenda, el embargo petrolero de
los países árabes a causa de la guerra de Yom-Kippur, la invasión turca de
Chipre, la Revolución de los Claveles en Portugal y el tema del Sáhara
Occidental del que ya circulaba un artículo en el Washington Post que decía que
EEUU estaba a favor de una negociación directa entre Rabat y Madrid. El
ministro español ya ha contado en numerosas ocasiones que Kissinger le dijo aquello
de “El mundo puede sobrevivir sin un Sáhara español”[12].
Kissinger siguió viaje europeo, pero de regreso a
Washington, el 14, aterrizó en Argel donde le dijo al presidente argelino
Búmedien que “No tenemos ningún interés en que España esté allí; no es
lógico que España esté en África”[13].
Al día siguiente, 15 de octubre, Kissinger aterriza en Rabat y en su
entrevista, Hassan II le llega a plantear abiertamente que Marruecos le puede
ser tan útil a los EEUU como lo era España; y más, ante el riesgo de que con el
Polisario esa franja sahariana cayera en la órbita de la URSS.
Kissinger sabía a ciencia cierta -por la CIA- que la URSS
no estaba por la labor sahariana y porque estaba en ello que, además, la URSS
era el principal suministrador de armas y equipos a Marruecos, con lo que
decide seguirle el juego y atraérselo a su bando.
Pero, además, estaba que aunque la mayoría de países árabes
habían anunciado su neutralidad, Hassan II había conseguido tres aliados
inesperados para un eventual conflicto: Háfez al-Asad de Siria, que
ofreció tropas; el rey Faisal de Arabia Saudí, que prometió cortar el
suministro de petróleo a España en caso de guerra; y Yasir Arafat de la
Organización para la Liberación de Palestina, ajeno a la ironía que supone
apoyar la ocupación ilegal de otro territorio árabe, pero el líder y la causa
palestina eran y son así.
En el momento en que la URSS anunció también su
neutralidad, a pesar de que el Polisario venía con la etiqueta de ser un
‘proxy’ ruso y Hassan II no paró de repetírselo, Kissinger lo tuvo claro y ese
día España perdió el Sahara.
No obstante, el 15 de octubre en Rabat, Kissinger estuvo
atento a todo y pidió prudencia al marroquí. La inteligencia norteamericana
supo -por la española. que habían
camuflado a miembros de las unidades de élite del Ejército marroquí entre los
supuestos civiles desarmados que iban a protagonizar la Marcha Verde y
Kissinger advirtió al monarca. La alerta era clara: Marruecos estaba planeando
una invasión militar, y aunque España no deseaba luchar, se defendería si era
preciso. Kissinger advirtió que según los análisis de la inteligencia
estadounidense, los marroquíes no tenían ninguna posibilidad en una guerra
convencional frente al Ejército español[14].
Aun así, Hassan II fue a lo suyo.
La mediación estadounidense a ojos de todos fue un fracaso
durante el mes noviembre de 1975, el mes en el que se decidió el
futuro del Sáhara. Y la estrategia de Hassan II fue un éxito, ya que consiguió
dividir al Gobierno y la diplomacia española -más pendientes del ocaso de
la vida de Franco- y obligarles a negociar en sus propios términos y a
espaldas de la ONU. Y al final, que es lo que importa, el resultado de la
crisis fue, sin duda, satisfactorio para los estadounidenses, ya que Madrid
y Rabat habían llegado a un entendimiento sin que se produjera una crisis
militar. Halla paz; después gloria. Nadie se dio cuenta de que el drama
saharaui no había hecho más que empezar.
Y todos los textos consultados coindicen: resulta difícil
de creer que los servicios de espionaje españoles no conocieran las intenciones
de Marruecos y todo lo que internacionalmente se cocía. Pero por ahí resuenan
ahora entrevistas, recordando los 50 años de la infausta efeméride, en la que
los protagonistas ponen de manifiesto que había un pacto secreto: la Marcha
Verde sólo entraría unos cinco kilómetros en territorio del Sahara y ahí se
quedarían. Pero los planes cambiaron bruscamente cuando el acuerdo tácito
que salió de la reunión Solís-Hassan II dejó de ser secreto. Al descubrirse que
el ingreso temporal y limitado de la multitud de civiles marroquíes era un
paripé para salvar la cara del rey alauita y del Gobierno español, el
mandatario marroquí reaccionó rompiendo dicho acuerdo y enviando un duro
ultimátum a Madrid.
Pero, el mismo tiempo, hizo llegar una carta al príncipe
don Juan Carlos en la que se comprometía a dar orden de retirada de la
Marcha Verde en un discurso que transmitiría por radio el domingo, 9 de
noviembre. En la carta sostenía que el arreglo definitivo del problema del
Sahara significaba la entrega por el Estado español a Marruecos y a Mauritania
de todas las responsabilidades y la autoridad civil y militar que ejerce en el
Sahara occidental.
¿Qué pasó con la carta? No lo sabemos, pero algo pasaría
porque el domingo 9 de noviembre, el rey Hassan pronunció un discurso
radiotelevisado en Agadir anunciando el fin de la Marcha Verde. Sí, con
aquello de “cumplidos los objetivos previstos” -¿cuáles eran?- y pidiendo
a los manifestantes que regresaran a sus puntos de origen al tiempo que les
agradecía su participación.
Hubo sorpresa internacional generalizada, pero a las siete
y media de la mañana del lunes 10 de noviembre comenzó a registrarse actividad
en los campamentos y a las 7’45 se había iniciado el movimiento de camiones
hacia el norte.
En la tarde del 11 de noviembre llegaron a Madrid los
equipos negociadores de Marruecos y Mauritania. Sabiéndolo, y a tiempo, el
secretario general de la ONU hizo llegar al Gobierno español el proyecto de su
plan para la descolonización del Sahara, en el que se contemplaba la asunción
de la administración temporal por parte de las Naciones Unidas y la preparación
de un referéndum. Pero ya era demasiado tarde: ya estaba todo decidido a
tres bandas -España, Marruecos y Mauritania- con las bendiciones de Washingt0n
y París.
Acogiéndose a un documento anterior, que contenía las
resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y que instaban a España y
Marruecos a mantener negociaciones para superar la grave amenaza que suponía la
Marcha Verde, ambos países habían llegado a un principio de acuerdo cuyo
resultado final elevarían a las Naciones Unidas. En la mañana del 12 de
noviembre comenzaron las conversaciones tripartitas secretas sobre el Sahara en
la Presidencia del Gobierno de España. En la mañana del 14 se firmaban los acuerdos.
Y en la noche del 14 de noviembre, los dirigentes del PUNS
se reunió en el barrio de Zemla de El Aaiún acordando la disolución del partido
y animando a sus miembros a unirse al Polisario para luchar contra Marruecos.
Cuatro días más tarde, las Cortes españolas aprobaron la Ley
de Descolonización del Sahara -Ley 40/1975, de 19 de noviembre-, en
la que se indicaba que dicha operación no afectaba a la soberanía ni a la
integridad territorial española, puesto que España no poseía la soberanía
sobre aquel territorio, sino solo la responsabilidad administradora del mismo,
que era lo que se había transferido. ¡Cómo somos! Fue aprobada por 345
votos a favor, cuatro en contra y cuatro abstenciones. No se les permitió votar
a los procuradores saharauis que, miembros del disuelto PUNS, hubieran sumado
sus votos en contra.
Y cuando se firmaron los acuerdos de Madrid comenzó la
evacuación urgente de civiles que quedaban en el Sahara -muchos ya no volvieron
tras las vacaciones de verano- y de los militares españoles. Los últimos
saldrían el 28 de febrero de 1976. Traición consumada.
Los muertos españoles en el Sahara no sirvieron para nada,
su sacrificio fue inútil pues la suerte del territorio estaba decidida desde
varios meses atrás. Con profunda tristeza hoy sabemos que el Sahara iba a ser
para Marruecos mucho antes de que Lostau jurara en arameo en aquellas tardes de
dominó del verano de 1975. Bien pronto se comenzó la labor de exhumación de los
restos de los 1.028 españoles enterrados en el territorio, desde 1884, para su
traslado a Canarias o a la Península por cuenta de la administración hasta la
puerta de los cementerios que señalaran sus familiares.
Pero hay un detalle más que quiero hoy señalar. Cuando el 23
de mayo de 1975 se anunció por lo bajines en los corrillos ministeriales el
abandono del Sáhara, al día siguiente se empezó a organizar la evacuación del
territorio. El 18 de junio de 1975, la Junta de Jefes de Estado Mayor
aprobó la Operación Golondrina, plan para evacuar del Sáhara al personal
civil, militar y sus bienes, y transferir la administración y soberanía del
territorio. La operación estaría bajo el mando del Capitán General de Canarias,
responsable de planificar, coordinar y ejecutar la evacuación. Y al mismo tiempo
que la Operación Golondrina se planificó la Operación Pelícano como
complemento para resolver los problemas humanos tras la evacuación del Sáhara:
su objetivo era facilitar la reinstalación de los evacuados en Canarias o en la
península.
La Operación Golondrina comenzó oficialmente el 3 de
noviembre de 1975. La primera fase de evacuación civil forzosa se
desarrolló hasta el mismísimo 20 de noviembre en que se supo que Franco había
muerto. Se habilitaron tres centros de información y recepción -en Protección
Civil, el Gobierno Civil de Las Palmas, el puerto y el aeropuerto- encargados
de registrar a los evacuados, ofrecer alojamiento, comida, asistencia sanitaria
y social, y traslado a los alojamientos. Entre el 3 de noviembre y el 6 de diciembre
de 1975 fueron evacuadas 9.078 personas, quedando aún en el Sáhara 1.033 más.
El presupuesto de la evacuación fue de 988 millones de
pesetas aunque finalmente los gastos de la descolonización del Sáhara
ascendieron a 2.450 millones de pesetas.
Con la operación Golondrina en marcha, el 12 de noviembre,
recalco, comenzaron en Madrid las negociaciones entre España, Marruecos y
Mauritania, que culminaron tan solo dos días después con la firma de la
Declaración de Principios. En ella, España ponía fin a su presencia en el
Sáhara Occidental y transfería sus poderes a una administración temporal con
participación de Marruecos, Mauritania y la Yemáa, que ya controlaba Marruecos.
Días después, la ONU aprobó resoluciones contradictorias: una defendía la autodeterminación
saharaui y otra ‘tomó nota’ del Acuerdo de Madrid, lo que supuso la renuncia a
la iniciativa española de impulsar la independencia del territorio, y dio lugar
a un triste proceso lleno de ambigüedades.
Con la línea de tiempo como argumento de este final, el
24 de noviembre de 1975 se ordenó abandonar definitivamente el Sáhara poniendo
como fecha tope la del 28 de febrero de 1976[15].
España mantendría la administración del territorio, junto a Marruecos y
Mauritania, hasta su retirada total. En Smara, la noche del 26 de noviembre, el
personal franco de servicio subió a las más altas posiciones para contemplar
los estruendos y resplandores lejanos producidos por el bombardeo de la
artillería marroquí sobre la Saghia el Hamra y los posibles puestos saharauis.
Aquello fue un desastre. Ante nuestras narices, marroquíes
y mauritanos ocuparon viviendas de evacuados y saharauis. Parte de la población
saharaui huyó a Tinduf, mientras que muchos hombres se unieron a la guerra,
dejando ciudades con mayoría femenina: un problema añadido por la actitud de
los ejércitos invasores marroquí y mauritano.
El 12 de enero de 1976 salieron las últimas tropas
españolas: una compañía de la Policía Territorial y otra de Infantería de
Marina a bordo del ‘Ciudad de la Laguna’, rumbo a Las Palmas de Gran Canaria.
Tras el abandono de la provincia española, las unidades más genuinamente saharianas
fueron disueltas. Así, desaparecieron tanto la Agrupación de Tropas Nómadas,
como la Policía Territorial y los dos tercios saharianos
Alejandro Farnesio y Don Juan de Austria. Sólo sobrevivió el Tercio Don Juan de
Austria, aunque perdió el apelativo de Tercio sahariano.
A partir de esa fecha de enero, los combates entre el
Polisarios y los ejércitos regulares de Marruecos y Mauritania se
intensificaron. Bajo un halo de abandono y de guerra, se produjo un cambio en
la composición social del territorio cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
Tras la salida de los españoles, la situación en los
principales núcleos urbanos del Sáhara fue desastrosa. En diciembre, El Aaiún
había sido evacuado: los bancos cerraron, Iberia suspendió los vuelos, los
edificios públicos -valorados en 14.000 millones de pesetas- fueron abandonados
y las instalaciones militares -valoradas en 3.000 millones de pesetas-
entregadas al ejército marroquí. A finales de enero de 1976, El Aiún estaba
fuera de control, con continuos robos y saqueos por parte de Marruecos.
Desde el 13 de enero la presencia española se concretó en
unos pocos militares y civiles para la transición. El coronel Rodríguez de
Vigurí, mantuvo la Bandera de España en la azotea del Gobierno General del
Sahara. En páginas legionarias le leído que “para mantener dicha Bandera con
dignidad, contrató a un viejo alférez y un grupo de Saharauis, antiguos
soldados de Tropas Nómadas, para que con unos viejos fusiles obsoletos,
presentaran armas y rindieran honores a la Bandera, hasta el último día de su permanencia.
Como tal acto, no era del agrado del coronel Dlimi, jefe de las tropas de
ocupación marroquíes y a dicha guardia se la tenía jurada, la víspera de la
partida el coronel licenció, pagó y facilitó la huida de sus últimos leales. El
28 de Febrero de 1976, a las 11 de la mañana se arrió por última vez la Bandera
española, izándose a continuación la marroquí. Esa misma noche en el DC-9 de
Iberia ‘Ciudad de Vigo, salían de El Aaiún los últimos militares y funcionarios
Españoles.
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| La última arriada |
Dos días antes, el 26 de febrero de 1976, España dio por
terminada su presencia en el Sáhara y declaró que dejaba de tener cualquier
responsabilidad internacional sobre el futuro político del territorio, al
finalizar su participación en la administración temporal. También afirmó que la
descolonización solo se completaría cuando la población saharaui pudiera
expresarse libremente, algo que nunca ocurrió.
Una aventura terrible de lo que pudo haber sido y se
empeñaron en que no fuera posible. El ministro Antonio Carro llegó a decir ante
las Cortes generales que no nos estaba ayudando ni el mundo árabe, ni el mundo
internacional: “para España no hubo otra alternativa”[16].
En cuanto despegó aquel avión Marruecos se hizo dueño de la
situación. Mauritania entró por el Sur, aunque bien pronto se dio cuenta de que
aquella no era su guerra y desistió. El Polisario atacó incluso la capital en
un raid de 400 kilómetros que les asustó totalmente. Pero en respuesta a la
doble invasión marroquí y mauritana de su
Y el mismo 28 de febrero de 1976 los saharauis proclamaron
su independencia. Había nacido la República Árabe Saharaui Democrática.
La resistencia saharaui fue respondida con una represión de
extraordinaria dureza por parte marroquí, lo que hizo que gran parte de la
población civil buscase refugio en el interior del desierto. Entre diciembre de
1975 y enero de 1976 unas 40.000 personas, fundamentalmente niños, mujeres y
ancianos, huyeron en dirección a la frontera con Argelia. Para quebrantar su
voluntad de defensa, los campamentos saharauis fueron atacados por Marruecos,
bombardeando de manera recurrente a la población civil con napalm.
Y de esto, nadie se acuerda. Yo sí. Y lo he querido contar.
[2] https://www.eldebate.com/historia/20221110/revuelta-jovenes-oficiales-sahara-ultimos-dias-franquismo_71580.html
[4] https://www.elconfidencial.com/espana/2011-01-10/el-frente-polisario-asesino-y-secuestro-a-decenas-de-espanoles-en-el-sahara_251266/
[6] https://generaldavila.com/2015/11/03/el-proceso-de-descolonizacion-del-sahara-y-la-marcha-verde-general-de-brigada-adolfo-coloma-contreras/
[7] Rafael Dávila Álvarez (Madrid, 1947), es general de
división en retiro. De familia de larga tradición militar, ha sido ayudante de
campo de S.M. el rey don Juan Carlos I, coronel jefe de la Guardia Real,
general jefe de la Brigada de la Legión Rey Alfonso XIII, jefe de Tropas de
Canarias y jefe de la Primera Subinspección del Ejército (Madrid), entre otros
muchos destinos.
[9] https://www.eldebate.com/historia/20220324/tres-cartas-evitaron-guerra-espana-marruecos-1975.html
[10] https://www.informacion.es/nacional/2025/11/06/espana-estuvo-punto-entrar-guerra-123361118.html
[11] https://es.euronews.com/2025/11/06/la-verdad-oculta-tras-la-marcha-verde-lo-que-las-camaras-no-mostraron-hace-50-anos
[14] https://abcblogs.abc.es/tierra-mar-aire/otros-temas/cia-espana-marruecos-sahara-occidental.html
[15] La salida, narra el foro La Legión, 105 años de honor y
gloria, lo relata así: Comenzó (la retirada) con la evacuación de La Güera, el
1º de Noviembre de 1.975, en la llamada “Operación Guardiola”. En la misma,
participaron el buque-aljibe A-6, el guardapesca ‘Centinela’, el ‘Ciudad de
Huesca’, la barcaza de desembarco BDK-7 y el destructor ‘Blas de Lezo’, siendo
reforzados en su cometido por una sección de Infantería de Marina. Dicho
convoy, fue desviado hasta Villa Cisneros, donde el ‘Ciudad de Huesca’, cargó
con 6.728 kilos de ropa y vestimentas militares, así como ocho vehículos
particulares. El barco, atracó en Las Palmas de Gran Canaria el 5 de noviembre.
A partir del 20, comenzó
la segunda fase de aquella evacuación, tras el abandono de Echdeiria, Mahbes y
Hausa, y tras la disolución de las Agrupaciones Tácticas “Gacela”, “Chacal” y
“Lince”, así como la de Reserva, organizadas para la defensa del Sahara por la
Marcha Verde. El Batallón Canarias 50, partió el 20 de Noviembre, junto al
Regimiento de Ingenieros.
El día 27, a primeras
horas del alba, los integrantes de la VII Bandera de la Legión, al completo, y
ante la bandera izada de España, formados a la puerta del cuartel, entonaron la
Canción del Legionario. Tras acabar, con aquellos rudos soldados presentando
armas, la bandera de España se recogió con mucho respeto y dolor. El 3 de
diciembre, llegaron a Cabeza Playa, embarcando en el ‘Isla de Formentera’, zarpando a medianoche con destino el puerto
del Rosario, en Fuerteventura, trasladándose a su nuevo destino, en los
terrenos cercanos al cuartel del Regimiento Fuerteventura nº 56. Fue la primera
Unidad de La Legión en abandonar el Sahara.
Mientras la VII Bandera
se despedía del Sahara, la VIII y el Grupo Ligero Sahariano, permanecían en El
Aaiún, cubriendo la evacuación de otras unidades y dando protección a las
instalaciones militares. No fue hasta el día 11 de diciembre, cuando recibieron
la orden de abandonar Sidi Buya. Formados en su patio de armas, los
legionarios, rindieron su último homenaje a sus muertos y arriaron la bandera
de España, que hasta aquel momento, había ondeado en aquel fuerte, muchos de
ellos, no se atrevían siquiera a mirarse, para no delatar sus miradas llorosas.
De dicha forma, el Tercio 3º, dio por acabada su permanencia en aquel querido
lugar. La VIII Bandera, se desplazó a Cabeza Playa, y desde allí, al BIR nº 1,
destacando sus unidades en misiones de seguridad y protección a las unidades y
cuerpos que allí se desplazaban de sus destinos para su evacuación y embarque,
según el orden previsto y asignado. El Grupo Ligero Sahariano, se posicionó en
El Aaiún, en el acuartelamiento de Parque y Talleres, hasta el día 20, en que
tomó posiciones en el helipuerto militar. A las seis de la tarde de aquel 20 de
diciembre, el capitán Perote, al mando de la VII Compañía, arrió la última
bandera Española en El Aaiún, en el cuartel del Regimiento de Artillería Mixta
del Sahara, el RAMIX 95, bandera que se conserva en el Museo de la Brigada de
la Legión.
El 21 de Diciembre, ya
no quedaba ninguna unidad militar española en El Aaiún. Entonces, el general
Gómez de Salazar, ante la falta de seguridad, estima que debe de tener una
mínima guarnición de protección hacia los civiles españoles que aún permanecían
allí, ya que el Frente Polisario, estaba hostigando a las tropas Marroquíes que
ya llegaron a la capital. Ordena que vuelva a El Aaiún la VIII Bandera, y ya
que Sidi Buya está ocupado por Marroquíes, se instalan en el cuartel de Rayen
Mansur, el cuartel de artillería. El destino quiso que dicho cuartel donde se
instaló por primera vez la Legión en El Aaiún fuese también el último lugar de
donde se despidió.
También aquel 21 de
Diciembre, la Sección de armas de apoyo de la 6ª Compañía, fue enviada a los
yacimientos de Fos Bu-Cráa, para reforzar al Grupo de Tropas Nómadas que
protegía dichas instalaciones contra las guerrillas del Frente Polisario. Una
vez en las instalaciones, recibieron órdenes del comandante Jefe del Grupo de
Tropas Nómadas, de realizar acciones de decepción, para confundir a la
población nativa, aprovechando la aureola de la Legión. Fueron varias las
ocasiones que tuvieron dichos defensores de repeler con morteros y
ametralladoras, los ataques de aquellos guerrilleros, con sus morteros de 60 mm
y sus armas automáticas.
El 27 de Diciembre, se
abandonó dicha base de Fos Bu-Cráa, emprendiendo aquella marcha conjunta los
legionarios y el Grupo de Tropas Nómadas, dándose la particularidad, de que al
paso de aquel convoy, las tropas marroquíes desplegadas en las subestaciones de
la cinta transportadora de fosfato formaban.
El 29 de Diciembre,
desde El Aaiún, donde se encontraba, el Grupo Ligero Sahariano se trasladó a
Villa Cisneros, reuniéndose con sus Compañeros del 4º Tercio, en espera de su
evacuación hacia Canarias, que lo hicieron el día 4 de Enero de 1.976, embarcando
en el buque de transporte ‘Galicia’, rumbo a Fuerteventura.
En la mañana del 8 de
Enero, también embarcaba en diferentes buques de la Armada, la VIII Bandera,
diciendo definitivamente adiós al Sahara el Tercio D. Juan de Austria, 3º de la
Legión, y dejando de ser Sahariano.
Los Legionarios del 4º
Tercio Sahariano Alejandro Farnesio, embarcaron en el buque ‘Plus Ultra’, no
sin antes serrar el mástil donde durante tantos años, ondeó la Bandera de
España.
Por último, el día 12 de
enero, una Compañía de la Policía Territorial y otra de Infantería de Marina,
subieron al ‘Ciudad de la Laguna’, dirigiéndose hacia Las Palmas de Gran
Canaria.
Finalmente, el día 13 de
enero de 1.976, al anochecer, el Coronel Torres, formó a los pocos hombres que
le quedaban en Villa Cisneros, diciéndoles: “Ante la imposibilidad del toque de
oración, guardemos un minuto de silencio por los Compañeros que en este
territorio rindieron el último servicio a la Patria”.








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