Me doy cuenta de
que ya soy muy mayor cuando determinadas efemérides, resulta que, las he vivido
en directo; que fui testigo del suceso, que tuve constancia palmaria de ellas,
que me marcaron (en cierta forma).
La última es esta;
la del 50ª Aniversario de la ignominiosa, increíble y humillante salida de
España del Sahara dejándolo todo a merced de quien mande en Marruecos.
Recuerdo ahora que
recién llegado a la efervescencia universitaria, el curso 1975-76 no podemos
decir que comenzara bien; aunque la de Murcia era una universidad de pasmosa
tranquilidad comparada con otras. Ese curso quedó marcado por la muerte de
Franco. (A ver qué nos han preparado Pedro, Tele-Pedro y sus secuaces cuando se
asome la hoja del calendario el 20N, que también irá del 50ª Aniversario).
A mí, en aquellos
días de 1975, lo del Sahara me venía impactando con inaudita fuerza ya desde el
verano -previo al inicio del curso- en que Lostau, amigo fraternal de mi tío
Antonio y veraniego de mi padre, sacaba su pátina castrense en las tardes, que
eran todas, de dominó terracero frente a la playa del Cura. Él sabía de lo que
hablaba y narraba experiencias propias: había estado en la Compañía de
Organización del Movimiento en Playa cuando la guerra de Ifni -una guerra no
declarada de España y Francia contra Marruecos[1], con operaciones militares de
limpieza con nombres tan sonoros como “Gento”, “Sidol” o “Netol”, futbolista
del Madrid o limpiadores comerciales de la época- y había mandado su propia
unidad en el Cabo Bojador, donde el “asalto” al faro tiene su historia.
Les confieso que me
encantaba oírle aquellas aventuras militares mientras él menguaba contenido de las
cuadradas botellas de ‘Juanito el caminante’ -en referencia al Striding Man,
de Tom Browne-, como le gustaba llamar al gaitero escocés de la etiqueta.
De Lostau recuerdo
siempre aquello de “somos la Infantería de Marina más antigua del mundo,
desde 1537” y me hablaba de “las Compañías Viejas del Mar de Nápoles”
para sentenciar: “todos los demás no han copiado”. Me encantaba
escucharle exultante de orgullo.
Pues bien, aquel
verano de 1975 Lostau ya echaba pestes de la bajada de pantalones que se
avecinaba ante Marruecos; se maldecía por el abandono en que veía, a pesar del
despliegue militar que en prensa, radio, televisión y noticiario
cinematográfico se nos contaba, íbamos a dejar a los saharauis y el honor
del Ejército del que él había sido miembro activo. Repetía aquello de que “íbamos
a dejar tirados a los saharauis; a merced de un revanchista Marruecos”. Y
los dejamos. Y los hemos seguimos dejando.
Lostau no estaba
ya con nosotros cuando en 2022 Pedro Sánchez abrazó la postura marroquí. Si de
Franco moribundo, y de sus ministros, maldecía y perjuraba en arameo, a este y
estos de ahora los hubiera lanzado exabruptos aún más irreproducibles,
escatológicos y referenciados en el árbol genealógico.
Y no escuchar a
Lostau, la salida ignominiosa del Sahara me marcó.
La verdad sea
dicha, el continente africano no me ha atraído nunca; sencillamente, no me
atrae ni lo más mínimo más allá de su historia y proyección, por todo lo que
representa y por los problemas que nos puede acarrear. Sinceridad ante todo.
Así, cuando hube
de elegir -ya muchos años después, en mi segunda vida universitaria- como
optativa, creo por 3º de carrera, una asignatura, de entre un grupo, elegí,
creo que en recuerdo de Lostau, aquella que figuraba como “Compartimentación
Territorial de África”. Me acordé del viejo militar veraniego porque en ella
estudiamos con detalle la presencia de España en África; lo que se llamó en su
día -y en plural- las Áfricas Españolas: la Occidental, agrupación
administrativa vigente hasta 1958 que comprendía Ifni, Sáhara español y Cabo
Juby; y la Ecuatorial, con Fernando Poo y Río Muni. Aquellos territorios se llegaron
a convertir en provincias patrias en un intento de mantener el territorio más
unido a la metrópoli -hasta con representación en Cortes generales- ante las
reivindicaciones marroquíes que empezaron a aparecer nada más darle la
independencia al Protectorado que era[2].
Recordemos que con
capital en Tetuán, el protectorado español consistía en dos franjas del territorio
del actual Marruecos, geográficamente separadas por el protectorado francés; un
sándwich. La delgada zona Norte incluía las regiones del Rif y Yebala y tenía
frontera con las ciudades de Ceuta y Melilla -las plazas de soberanía española
(que no formaban parte del protectorado al ser de iure territorio
español)- y con la Zona Internacional de Tánger. Al Sur de la franja Norte
quedaba el Protectorado francés y, por debajo de este aparecía la otra capa del
sándwich donde volvía el Protectorado español en una zona conocida como Cabo
Juby, que era ya el Sahara español, siendo el río Dráa la frontera norteña con
el Protectorado francés. Al Este del conjunto estaba la Argelia francesa.
He buscado
infructuosamente el disquete que contenía mis apuntes de aquella asignatura
porque allí estaba todo; el papel lo destruí, por el espacio que ocupaba. Por
algún lado tiene que estar. Pero recuerdo como si fiera ayer mismo que en el
tema del África española había un denominador común: España había accedido a la
independencia de sus territorios, de mejor o peor forma, pero lo del Sahara era
un miserable abandono.
España tuvo en
África -primero DOS (1956) y luego CUATRO (1969)- provincias. El Decreto de 10
de enero de 1958 creó las de Ifni -con capital en Sidi-Ifni- y la del Sahara
Español -con capital en El Aaiún-. Por su parte, la Ley 46/1959, de 30 de julio,
dividió la provincia del África ecuatorial en otras dos: Fernando Poo (hoy isla
de Bioko) -con capital en Santa Isabel (Malabo en la actualidad)- y Río Muni -con
capital en Bata-. Las provincias guineanas, menos militarizadas y mucho más
comerciales, sí contaron con el mismo sistema de administración que en la
península y en las islas Baleares y Canarias y en las plazas de soberanía:
ayuntamientos, diputaciones, Guardia Civil, juzgados y delegaciones
ministeriales. Las cuatro provincias tuvieron representantes en Cortes[3]. Y, sobre todo, existía una
igualdad administrativa entre indígenas y europeos al considerar España que
todos eran ciudadanos de pleno derecho, por lo que recibieron su correspondiente
DNI y la posibilidad de obtener el pasaporte como cualquier otro español. España
hizo españoles a “sus” africanos.
Aquí llegados, les
resumo la idea base de este post: África le importó una higa a la vieja
Europa desde la caída del Imperio Romano hasta los primeros compases del siglo
XV. Bastantes problemas tenían en la península que somos del continente
asiático -aunque hayamos puesto frontera continental en los Urales- todas y
cada una de las monarquías de entonces como para pensar en el continente negro.
Tal vez nos
hubiera interesado África, pero tras la caída del Imperio Romano, los vándalos
germánicos ocuparon su lugar y se extendieron por donde ellos estaban: por el
norte del continente a la vera del Mediterráneo. Hasta ahí, sin mayores
problemas. Es más, los vándalos fueron un pueblo germánico muy bien organizado,
aunque de ellos nos haya llegado una visión muy particular gracias al término
‘vandalismo’ que acuño porque sí el abate Grégoire, en el siglo XVIII. Henri Grégoire fue un prohombre de la Revolución
Francesa, que, sin venir a cuento, les endosó un papel destructor de la cultura
en franca contraposición a lo que los coetáneos -como Procopio de Cesárea-
contaron de ellos. Tras los vándalos, el territorio norteafricano lo ocupó el
imperio Bizantino; y tras ellos llegó el Islam. Y entonces, claro, en la orilla
de abajo, en el Mediterráneo, estaba instalado ya el enemigo de la fe. Esa es la
verdadera causa de que no nos importara África durante tantos años. Para qué
más.
Ahora bien, ese enemigo
nunca lo fue a la hora de los negocios, pero eso ya está explicado en gran
cantidad de libros.
Por cierto: los
romanos sí que penetraron en el enigmático continente negro. Además de dejarnos
para siempre el vocablo ‘mauros’ -oscuro, dedicado a los habitantes de la
Mauritania, un territorio que arrancaba en la costa mediterránea y penetraba,
desde lo que hoy son Argelia y Marruecos, hasta el corazón del continente negro.
En sus expediciones alcanzaron el río Níger, el lago Chad y el Senegal. Hay
quien dice que hasta una la tribu bereber -los M'rabet- tienen -supuestamente- linaje
de la Legión III Augusta. Vaya usted a saber; pero es que este post va por
otros derroteros.
El caso, insisto,
es que hasta el siglo XV, África para los africanos que, controlados por
el Islam, nos permitían, quiérase o no, un comercio que a todos interesaba.
No se me olviden
de que el comercio entre la Europa cristiana y el Islam fue fundamental en la
historia, con una dinámica de intercambio que evolucionó desde la conquista y
la rivalidad hasta la coexistencia comercial. Durante la Edad Media, Al-Ándalus
importaba de Europa productos como pieles y metales, mientras que exportaba
productos agrícolas y textiles. Los puertos de Málaga, Almería y Gibraltar
fueron puntos clave para este comercio, que también incluía esclavos y oro
sudanés de África.
Pero al llegar el
siglo XII Europa pensó ya estaba bien de aceptar el monopolio musulmán del
comercio y que era mejor establecer sus propias conexiones con Oriente pasando
muy mucho del intermediario árabe.
Las especias -que
servían entonces para casi todo: para gran cantidad de recetas médicas, para
perfumes, para condimentar y conservar alimentos- movían un comercio y unos
intereses económicos descomunales. Para llegar a ellas, por tierra, las
distancias eran enormes y los impedimentos geográficos y sociales -desiertos
muchas tribus, clanes y reinos por medio- eran determinantes de su altísimo
precio. Por mar, no se sabía cómo.
Comerciantes
venecianos, genoveses o pisanos controlaban el contacto mediterráneo con los
sarracenos de la Ruta de la Seda y fueron los que se pusieron manos a la obra.
La leyenda del Preste Juan[4], un rey cristiano rodeado de
infieles en el centro de Asia animaba a los europeos a puentear económicamente
al Islam en este lucrativo negocio e ir a ayudarlo. Así entraron en escena, por
ejemplo, personajes como Marco Polo, cuya aventura le cuenta a Rustichello
de Pisa -que, como tiempo había en cautiverio- puso negro sobre blanco su
historieta de las riquezas de Asia.
El fantasioso ‘Il
millione’ de Polo no nos pone de acuerdo en todo, pero cuando despuesta el
siglo XIII, en 1204, y los cruzados recuperan Constantinopla, los comerciantes
venecianos se instalan allí y empiezan a tejer sus contactos particulares con
el imperio mongol.
Eran rutas por
tierra, pero había que intentarlo por mar; África no podía ser infinita y desde
tiempos de Tolomeo[5]
resulta que “estaba pegada” a Asia. Pues a ello por mar; y créanme que costó lo
suyo aventurarse en mares desconocidos.
Sabiendo que -como
decía Scully- “la verdad está ahí fuera”, desde Génova, los hermanos Vivaldi
-Ugolino y Vadino-, emprendieron en 1291 un viaje con la intención de
llegar Oriente bordeando África. Zarparon de Génova en el mes de mayo en dos
galeras (la Allegranza y la Sant'Antonio), con trescientos hombres,
dos frailes franciscanos y provisiones para diez años, que es lo que imaginaron
que podía llevarles la aventura.
Cruzaron Gibraltar
y se abrieron al Atlántico sin perder de vista, siempre que les fue posible, la
costa. La última referencia documental genovesa de la época habla de que fue a
partir de Gozora donde le perdieron. Esa referencia se corresponde con
el cabo Bojador. Pero no podemos decir más porque los Vivaldi no regresaron
para contarlo.
Modernas
investigaciones de finales del siglo XX han encontrados rastros documentales y apuntan
logros náuticos para los Vivaldi. Unas referencias apuntan a que bajaron hasta
el río Senegal y otras van más allá: llegaron casi al cuerno de África buscando
las Indias. En los últimos tiempos, hasta tres referencias más se han
documentado de los Vivaldi: la Ystoria Ethyopie de Galvano Fiamma, un
dominico cronista de Milán ofrece nuevos elementos que permiten concluir que en
1345 ya se sabía que los Vivaldi lograron circunnavegar África y que, por lo
mismo, pueden considerarse los precursores de Vasco da Gama. El Libro del
conocimiento de todos los reinos, relato de un viaje imaginario alrededor
del mundo escrito por un fraile franciscano español en torno al año 1385,
aportan más referencias a que lo lograron. Y, finalmente, el Itinerarium
Antonii Ususmari, una recopilación de datos históricos y geográficos de
1445 aporta más detalles. Pero no volvieron para contarlo. Lo que hoy sabemos,
lo sabemos por anotaciones de expediciones posteriores dieron con
supervivientes o descendientes de ellos.
Pero a comienzos
del siglo XIV, como no había noticias de la expedición que partió en 1291, otro
genovés, Lanceloto Malocello, salió en busca de los Vivaldi. Sea como
fuere este Lanceloto -en su derrotero por las costas africanas- se topó con una
isla que le gustó y allí que se quedó, sin más. La isla, conserva su nombre: Lanzarote,
en las Canarias. La expedición de Malocello es un hecho histórico, confirmado por
un portulano de 1339, cartografiado por el mallorquín Angelino Dulcert, que
inscribe la ínsula de Lanzarotus Marocelus, bajo
bandera genovesa. El caso es que (más o menos) entre 1312 y 1330 Lanceloto
estuvo por Lanzarote hasta que los majos -los aborígenes de Lanzarote y
Fuerteventura- lo expulsaron (de la isla o de la vida; no hay certezas). Los
genoveses se marcharon y por allí no apareció nadie más hasta el siglo
siguiente, que es cuando comienza la conquista de las islas Canarias por Jean
de Béthencourt, en 1402, y que se prolongó casi todo el siglo.
Y esa es una buena
fecha porque, como dijimos, hasta el siglo XV nadie se interesó por África
de forma seria.
En la parte
continental comenzó lo historia por el norte; por lo más cercano a Europa. Y
fueron los portugueses los que la iniciaron.
En 1415, Ceuta
-que era uno de los principales puertos económicos y estratégicos del mundo
islámico- es conquistada por Portugal[6]. Animados por el éxito y para sortear el
monopolio comercial -especias, oro, seda, esclavos- del mundo musulmán, en la
década de 1420 los portugueses se volcaron en marcar rutas para acceder vía
marítima a las riquezas de las Especias asiáticas y, para el viaje, a
cartografiar y salvar el escollo que les suponía el continente africano en la
ruta a Asia.
Pero a partir del Cabo
Bojador -26º de latitud Norte; y me vuelvo a acordar de Lostau- la duda era
no sólo saber qué habría más allá, sino si los vientos ayudarían al regreso. A
partir del Bojador comenzaba un mar mitológico y desconocido - las leyendas hablaban de agresivos
monstruos marinos y en que, de repente, ¡comenzaba a hervir!- que nadie había
osado surcar -y de él regresar- por la fuerza de las corrientes y el racheado
de los vientos.
El obstáculo psicológico
fue finalmente sorteado en 1435 por el portugués Gil Eanes;
aquello fue una victoria contra el miedo y la superstición. Esa fecha -1435-
señala un hito crucial para el descubrimiento de las costas africanas hacia el
Sur.
En 1445 los
portugueses ya están en las islas Cabo Verde (14º N), frente a las costas de
Senegal; en 1460 han llegado hasta Sierra Leona (8º N); en 1472
el navegante Fernao do Pó llega a Camerún (5º N; la costa de las gambas,
camaroes en portugués), tras descubrir las islas del golfo de Guinea; en
1482 Diogo Cão -cruza el Ecuador y- se planta ante la desembocadura del
río Congo (5ºS); y poco después alcanza lo que hoy es la costa de Namibia
(18ºS); y, por fin, en 1488 Bartolomeu Dias de Novaes dobló un cabo -que
nombró como de Las Tormentas (imagínense por qué) y que después han llamado
Cabo de Buena Esperanza (34º S)- y vio que África es larga pero finita y
que tras pasarlo había más mar. Tanto que, de paso, desmentía a Claudio
Ptolomeo que había dicho, en su día -siglo II-, que África estaba “muy cerca”
de la India… a la que llegaría Vasco da Gama apenas una década después,
en mayo de 1498.
Bueno, eso de que
estaba “muy cerca” lo había dicho Ptolomeo… y el Opus Majus del
escolástico Roger Bacon -teólogo inglés del siglo XIII- que bien a las claras sostenía
que la distancia que separaba España y la India hacia el Oeste “no era
grande”. Esta teoría fue más tarde repetida por Pierre d'Ailly y creída a
pie juntillas por Cristóbal Colón. Se conserva en Sevilla un ejemplar del Imago
Mundi -de Pierre d'Ailly- con anotaciones manuscritas del propio Colón.
Ah, en este
acontecer de viajes por la costa africana se me olvidaba destacar a un
personaje clave: Pêro de Alenquer, piloto de Bartolomeu Días y de Da
Gama, que fue decisivo en aquella aventura por el hemisferio Sur y que acompañó
a otros destacados navegantes portugueses que remontaron África por el sureste
hasta Mozambique (25º S y subiendo), donde ya se encontraron a negantes chinos
y keniatas (malindis, que les llamaban por aquellos días), cerrando un círculo de
navegación en lo que llamaron la costa swahili, subiéndola hasta el
cuerno de África (9º N), tras pasar por el reino de Abisinia. Más allá ya
estaba la península arábiga; y les interesó más la India, que no había
musulmanes.
Al finalizar el
siglo XV -prácticamente- toda la costa africana -norte, este y oeste; en su
estructura triangular- estaba cartografiada; incluso unos pocos kilómetros al
interior penetrando por la desembocadura de los grandes ríos.
España,
destaquemos, siempre estuvo más interesada en América, aunque al despuntar el
XV -entre 1402 y 1496- nos dedicamos en cuerpo y alma, sobre todo al final, a
conquistar las islas Canarias. Aquella fue una empresa titánica porque los
guanches tinerfeños fueron muy belicosos y costó lo suyo doblegar el valle de
Taoro. Pero aún así, en septiembre de 1497 a iniciativa de Juan
Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, conquistamos Melilla,
en el Mediterráneo y comenzar a dar pequeños e intermitente saltitos a las
costas africanas buscando nuevos asentamientos
Y bueno, a lo que
vamos: españoles por África en aquellos tiempos.
En 1476, aún
sin haber terminado de dominar las islas Canarias -y aquí es donde
verdaderamente comienza la historia de este post-, Diego García de Herrera y
Ayala, en uno de esos saltitos, dio con un lugar que le pareció interesante
y fundó, en la costa occidental africana, un asentamiento al que llamó Santa
Cruz de la Mar Pequeña en referencia -tras muchos años de investigación
moderna- a la laguna litoral de Naila, en Ajfennir, cerca de Tarfaya, hoy
Marruecos. De la Torre defensiva que erigió se conservaban repetidos informes y
el lugar tuvo tránsito durante treinta y siete años.
Los portugueses,
que desde el Tratado de Tordesillas (1494) fueron los ‘dueños’ de las costas
africanas descubiertas respetaron aquella ‘posesión’ española: allí no había
nada que rascar. Y que en aquellas costas no había nada lo comprobó Alonso
Fernández de Lugo, que era de Sanlúcar de Barrameda, y que como capitán
general de la Conquista de las Islas Canarias y de la Costa de África -desde el
cabo de Güer al de Bojador- lanzaba -la verdad es que antes de lo de
Tordesillas- una expedicioncita tras otra buscando una oportunidad fructífera
para montar un asentamiento viable para comercio sin dar con ninguna
posibilidad en aquella costa.
Y tras
Tordesillas, cuando se firmó el Acuerdo de Cintra -1509- se consideró que las
costas africanas serían portuguesas menos el establecimiento Santa Cruz de
la Mar Pequeña que, como ya señalé, duró lo que duran dos peces de hielo en
un güisqui on the rocks… Los ocupantes fueron pasados por las armas por las
tribus locales y el edificio asolado en 1524… y de aquella Santa Cruz
nunca más se supo.
Pero bajemos latitudinalmente
por la costa hasta el gran golfo guineano-biafreño que del África española
hablamos.
Por los tratados
de San Ildefonso (1777) y de El Pardo (1778) nos hicimos con las islas
portuguesas de Annobón y Fernando Poo. Pero no será hasta 1843
cuando se nombre al brigadier Juan José Lerena -por Real Orden de Isabel
II- comisario regio para la isla de Fernando Poo en que comencemos a tener
cierta presencia real en ellas. Lerena, que tiene una biografía para una épica
película de Hollywood, proclamó la soberanía española de dichas islas, organizó
la vida administrativa y cambió los nombres ingleses por españoles (Port
Clarence pasó a ser Santa Isabel). Los ingleses, a la chita callando, habían
montado factorías por todas partes y renombraban a su antojo lo que podían.
Lerena, además, anexionó
la isla de Corisco a la Corona de España, a petición de su rey indígena
(Bonkoro I), colonizando, a continuación, una zona del continente desde la desembocadura
del río Benito hasta el cabo de Santa Clara, lo que llamamos en su día Río
Muni -que también fue provincia española y no colonia, entre Camerún y
Gabón- y posteriormente Guinea continental. Tomó también posesión Lerena de las
islas Elobeyas (Elobey grande y Elobey chico), pasada la línea del Ecuador.
Todo aquello llegó a conocerse como Territorios Españoles del Golfo de
Guinea: territorios que el 12 de octubre de 1968 España les otorgó la
independencia… y entonces apareció Francisco Macías Nguema que se marcó
una dictadura que no veas por más de una década. Pero esa es otra historia
Y ahora en
tornaviaje, subamos de nuevo y costeando al Norte.
Por el Tratado
de Wad Ras -que puso fin a la Guerra de África en 1870- el sultán
marroquí cedió a España la soberanía del sitio donde se había ubicado Santa
Cruz de la Mar Pequeña; incluso su hinterland. Pero la letra del tratado no
coincidía con la música de la realidad porque como nadie sabía a ciencia
cierta dónde su ubicó la ‘fortaleza’ de 1476 el sultán no materializaba el contenido
del acuerdo. Las mareas y le geomorfología de la laguna hacen que las ruinas de
la torre aparezcan y desaparezcan. Desde 2011, las ruinas de la planta de la
torre están plenamente identificadas en el paraje conocido como Ajfennir.
Pero entonces no
se tenía ni la más mínima certeza y como por aquellos días del último tercio
del XIX todo quisque quería su trocito de África, pues se buscó uno. España no
iba a ser menos. Con los acuerdos de Wad Ras se pretendía cerrar el asunto de
la participación española y obtener un territorio en África; daba igual la
localización. Entonces, la desembocadura del río Ifni parecía un
lugar apropiado: cerca de Canarias y bien situado como base de
aprovisionamiento en la navegación. Los prácticos de Lanzarote aseguraron que
tradicionalmente era “el lugar donde iban los pescadores canarios y les gustaba”.
Así es que, allí mismo dijo España que estuvo Santa Cruz de la Mar Pequeña. Y
prepararon los documentos y los pertrechos para hacerlo oficialmente territorio
español
Y nos pusimos
manos a la obra: ¡Ale, a fundar allí un asentamiento! Hubo intentos de meternos
en aquel inhóspito territorio en los años 1878, 1882 y 1883; aquello quedó en
agua de borrajas pese a la amabilidad de las conversaciones con las tribus
locales, porque era lo único divertido que podía pasar en sus vidas.
Ya en el siglo XX,
en 1932, el gobierno radical de Alejandro Lerroux tomó la
decisión de enviar al coronel Capaz (Oswaldo Fernando de la Caridad
Capaz y Montes), delegado de Asuntos Indígenas en el Protectorado español (de
Marruecos) para hacer efectiva la ocupación del territorio de Ifni. En Cabo
Juby comenzó negociaciones -hablaba tamazight- con las tribus de la zona y el
6 de abril de 1934 desembarca del cañonero ‘Canalejas’, junto al teniente
Lorenzi y el cabo señalero del buque, Fernando Gómez Flórez, y toma posesión
efectiva de la capital, Sidi Ifni, y del resto del territorio. Ese mismo
día fue nombrado gobernador civil y militar de Ifni y allí plantó la bandera de
España (que entonces fue la tricolor republicana).
![]() |
| La bandera de 1934 era la de la República |
Con la dotación
embarcada en el ‘Canalejas’, el coronel Capaz señaló los límites de un
rudimentario aeródromo, reclutó policía indígena -incluso una unidad militar:
Tiradores de Ifni- e inició relaciones con los locales. Posteriormente, el
Gobierno enviaría tropas, a bordo del transporte ‘Castillo de Tordesillas’ (ex
‘España número 5’), con las que se formaron dos columnas militares que penetraron
en el interior del territorio, estableciendo algunos puestos militares hasta
dar con las tropas francesas del Protectorado francés. Total que, a finales del
mes de abril de 1934 la ocupación del territorio estaba prácticamente
finalizada.
La base económica
de Ifni fue la pesca y los cultivos de argán (para aceite cosmético[7]) y cactus (uso en cosmética,
medicina y alimentación: higo chumbo). Con tan poco, la población se asentó y
prosperó notablemente hasta el extremo de centuplicar el nivel económico en su
entorno inmediato lo que despertó el interés marroquí nada más acceder a la
independencia, en abril de 1956.
Total que, en
Ifni, entre noviembre de 1957 y abril de 1958 nos las tuvimos tiesas con las
llamadas Bandas Armadas de Liberación enviadas por el rey marroquí. Esa
guerra -la Guerra de Ifni-, que ganamos militarmente, nos costó 198 muertos,
574 heridos y 80 desaparecidos[8].
Un precio muy alto para un territorio estéril, en la desembocadura del rio Asif
n’Ifni; una geografía quebrada, un territorio adverso, sin apenas vías de
comunicación, rodeado por territorio hostil -entonces ya- de Marruecos y de muy
difícil defensa.
Por el Tratado
de Retrocesión de Fez le fue entregado a Marruecos el 30 de junio de 1969.
Así que, la victoria militar del 58 -con muertos, heridos y desaparecidos-, en
clave política, fue, sin lugar a duda, para Marruecos.
A mí aún me queda
memoria para recordarles que nombres de aquella guerra olvidada perduran hoy. Cuesto
mucho rastrearlos todos. Por allí pasaron muchos jóvenes soldados. No los
olviden ustedes que me leen nunca. Fueron españoles que defendieron España. Aquí
cerca, en Rabasa, la COE se acuartela bajo el nombre del alférez de las
Milicias Universitarias Francisco Rojas Navarrete, destinado en el Soria Número
9; o la Bandera Ortiz de Zárate, tercera de Paracaidistas, lleva ese nombre en
memoria del teniente Antonio Ortiz de Zárate y Sánchez de Movellán, muerto en
combate el 26 de noviembre de 1957, y perteneciente a la Brigada Almogávares.
Pero hay más,
muchos más de una guerra olvidada que no debemos olvidar.
Hoy, lo más que se
recuerda de aquella triste guerra fue la Navidad de 1957 porque a animar a los
soldados hasta Ifni se desplazaron Carmen Sevilla, Elder Barber, Marisol Reyes,
Emma Frometta, Miguel Peña, el trío Las Vegas y Miguel Gila animados por el
locutor de Radio Juventud de Murcia Adolfo Fernández: alegría en la trincheras
que se llamó aquella acción[9].
![]() |
| Carmen Sevilla, con los 'paracas' |
Esto, en cuanto a
Ifni. Pero vayamos más abajo en el mapa de África; a las Posesiones
Españolas del Sahara Occidental… en las que entraremos mañana.
[1]
Entre el 23 de noviembre de 1957 -en que
elementos del Ejército de Liberación invadieron- y el 30 de junio de 1958 en
las provincias españolas de Ifni y el Sahara y en el territorio de Cabo Juby,
bajo el protectorado de ese país, que se resolvió con el Acuerdo de Cintra. La
soberanía española de Ifni quedó reconocida durante el reinado de Isabel II por
el tratado Wad Ras (1860). En cuanto a Cabo Juby, el tratado hispano-francés de
27 de noviembre de 1912 reconoció a España el protectorado español de Marruecos,
que se dividía en zona norte, y zona sur denominada Cabo Juby. Este
reconocimiento permitió poner fin a los intereses de otras potencias en el
hinterland de Canarias. En 1946, tras la finalización de la Segunda Guerra
Mundial y el comienzo del aislamiento internacional de España Ifni, Cabo Juby y
el Sahara Español quedaron administrativamente encuadrados en el África
Occidental Española (AOE) y se iniciaron sus procesos de descolonización
política y económica que se aceleraron a consecuencia de la independencia de
Marruecos de 1956; pero el sultán Mohamed V quería más. El secretario de Estado
americano, Foster Dulles, viajó a Madrid el 20 de diciembre de 1957y le pidió a
Franco que llegara a un acuerdo con el Sultán. Un mes después, el 20 de enero
de 1958, le informó de que había aconsejado a los marroquíes que cesaran en sus
hostilidades con España, algo que debía ser respondido por parte de España con
algún tipo de compensación al Sultán, permitiendo que éste reforzara su
posición y facilitando así la permanencia de Marruecos en el campo occidental.
El 1 de abril de 1958 se firmaría el tratado de Cintra (bajo presiones
estadounidenses que buscaban acabar con las tensiones hispano-marroquíes),
tratado por el cual España se comprometía a retroceder la zona sur del
Protectorado. La guerra se dio por concluida el 30 de junio de 1958. A partir
de ahí comenzó un tira y afloja que no veas con máxima tensión. El 14 de junio
de 1960, el Sultán recordó a Franco, a través de un mensaje, la necesidad de
que las tropas españolas abandonaran el territorio en cuestión. Para la
Operación Teide -Ecouvillon,
en Francia-, los franceses aportaron una agrupación transportada de la Legión
Francesa, con dos compañías, la 2ª Compañía Sahariana Motorizada (CSM), un
escuadrón de Reconocimiento del 7º Regimiento Paracaidista Colonial (RPC), un
batallón transportado de tres compañías del 8º Rgto. Colonial Interarmas (RCIA)
y una compañía del Rgto. Infantería Colonial (RIC), así como una batería de
105-HM3 y una sección de Ingenieros de la 180 Compañía. El apoyo aéreo francés
lo componían 24 aviones T-6, 10 aviones Marce Sasault 315 y 10 (B-26) ‘Boeing’.
Para misiones de ametrallamiento y bombardeo contaban con 2 aviones Brousard y
6 Tripcer ET, y para reconocimiento y enlace 7 Nord Atlas, 4 JU-52 y 2 DC-3, al
mismo tiempo que 5 helicópteros Augusta Bell. Todos con base en Fort Trinquet y
Atar, sumando el total de medios humanos, 5.000 hombres y 70 aviones. Más
información en el monográfico ejercito.defensa.gob.es/ca/Galerias/multimedia/revista-ejercito/2018/932/
accesible /Revista_Ejercito_Accesible.pdf
[2]
El protectorado español de Marruecos fue el
dominio ejercido entre 1912 y 1956 por España sobre algunas partes de lo que
ahora llaman el Imperio jerifiano. Fue establecido por encomienda de Francia
tras el acuerdo franco-español de 27 de noviembre de 1912, a continuación del
acuerdo franco-marroquí de 30 de marzo de 1912, que estableció el protectorado
francés. El protectorado español ocupaba la franjan norte, donde estaban las
ciudades españolas de Ceuta y Melilla, así como Tánger, y el territorio de siempre
llamado Sahara Español. Entre ambos estaba el amplísimo y extenso Protectorado
Francés. El 2 de marzo de 1956, Mohammed V consiguió el reconocimiento de la
independencia de su país por parte de Francia. El 7 de abril de 1956 el
gobierno español bajo el régimen de Franco, a pesar de las protestas formuladas
por el Ejército (entre otros por el general García Valiño, alto comisario) hace
lo propio reconociendo la independencia marroquí. Finalizaban de esta forma los
protectorados ejercidos por Francia y España, respectivamente, sobre Marruecos.
La zona sur (Cabo Juby) no pasó a soberanía marroquí hasta 1958, en tanto que
Ifni, que se había convertido en provincia española ese mismo año, hizo lo
propio once años más tarde, siguiendo las resoluciones de Naciones Unidas.
[3]
Valga, por ejemplo la referencia a Wilwardo Jones
Níger (primer nativo en ser alcalde de Santa Isabel, luego Malabo), Federico
Ngomo Nandong, Pedro Lumu Matindi, Abilio Balboa Arkins, Pedro Ekong Andeme,
José Nsue Angue o Andrés Moisés Mba Ada. Y reseña especial para Enrique Gori
Molubela porque después de la independencia de Guinea (1968), la dictadura de
Francisco Macías Nguema le acusó de
conspiración en 1969 y le condenó a 25 años de cárcel; murió encarcelado en 1972.
Una sobrina suya, Rita Gertrudis Bosaho Gori, nacida en 1965, fue diputada por
Podemos y entre 2020 y 2023 desempeñó la Dirección General para la Igualdad de
trato y Diversidad Étnico Racial del Ministerio de Igualdad. A las Cortes
también se incorporaron personalidades saharauis. Los primeros parlamentarios
saharauis, ataviados con túnica y fez, fueron Uld Aumed Brahim, Uld Abdel Lae y
Jatri Uld Said Uld Yumani, que en julio de 1963 juraron sus cargos sobre el
Corán. Este último fue todo un personaje: presidió la Yemáa, la asamblea de los
saharuis, y fue designado a Cortes por el propio Franco, pero durante la crisis
de 1975 provocada por el deseo de Hassán II de Marruecos de anexionarse el
Sáhara, desertó de España y se presentó en Rabat a rendir pleitesía.
[4]
Supuesto gobernante cristiano del Lejano Oriente
según los relatos europeos de la Edad Media cuya leyenda surgió durante las
Cruzadas en el siglo XII. Relatos populares basados en obras como los Hechos de
Tomás, hablaban de un patriarca y rey nestoriano que, según se decía,
descendiente de los Tres Reyes Magos gobernaba una nación cristiana perdida en
medio de paganos y musulmanes en el Oriente. Hay referencias que identifican al
Preste Juan con el Apóstol San Juan, ya que, basándose en el capítulo 21 del Evangelio
de San Juan, asumen que Juan el Apóstol nunca murió y que seguía vivo en la
Edad Media.
[5]
Claudio Ptolomeo (s. II dC); astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo,
teórico musical y matemático alejandrino de ascendencia griega. Vivió y trabajó
en Alejandría; se cree que en la gran Biblioteca de Alejandría.
[6]
Más de un siglo
después, en 1580, Portugal y España se unieron en una dinastía conjunta
conocida como la Unión Ibérica, y Ceuta pasó a formar parte del dominio
español. Una vez disuelta la Unión, en 1640, Ceuta quedó en la Corona de
España.
[7]
El aceite de argán tiene muchos ácidos grasos,
antioxidantes y vitamina E, que protegen la piel contra los radicales libres y
otros factores externos. Además, el aceite de argán también favorece la
capacidad de regeneración de la piel.



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