21 nov 2025

DE ÁFRICA; DEL ÁFRICA ESPAÑOLA. (I)

 

 

Me doy cuenta de que ya soy muy mayor cuando determinadas efemérides, resulta que, las he vivido en directo; que fui testigo del suceso, que tuve constancia palmaria de ellas, que me marcaron (en cierta forma).

La última es esta; la del 50ª Aniversario de la ignominiosa, increíble y humillante salida de España del Sahara dejándolo todo a merced de quien mande en Marruecos.

Recuerdo ahora que recién llegado a la efervescencia universitaria, el curso 1975-76 no podemos decir que comenzara bien; aunque la de Murcia era una universidad de pasmosa tranquilidad comparada con otras. Ese curso quedó marcado por la muerte de Franco. (A ver qué nos han preparado Pedro, Tele-Pedro y sus secuaces cuando se asome la hoja del calendario el 20N, que también irá del 50ª Aniversario).

A mí, en aquellos días de 1975, lo del Sahara me venía impactando con inaudita fuerza ya desde el verano -previo al inicio del curso- en que Lostau, amigo fraternal de mi tío Antonio y veraniego de mi padre, sacaba su pátina castrense en las tardes, que eran todas, de dominó terracero frente a la playa del Cura. Él sabía de lo que hablaba y narraba experiencias propias: había estado en la Compañía de Organización del Movimiento en Playa cuando la guerra de Ifni -una guerra no declarada de España y Francia contra Marruecos[1], con operaciones militares de limpieza con nombres tan sonoros como “Gento”, “Sidol” o “Netol”, futbolista del Madrid o limpiadores comerciales de la época- y había mandado su propia unidad en el Cabo Bojador, donde el “asalto” al faro tiene su historia.

Les confieso que me encantaba oírle aquellas aventuras militares mientras él menguaba contenido de las cuadradas botellas de ‘Juanito el caminante’ -en referencia al Striding Man, de Tom Browne-, como le gustaba llamar al gaitero escocés de la etiqueta.

De Lostau recuerdo siempre aquello de “somos la Infantería de Marina más antigua del mundo, desde 1537” y me hablaba de “las Compañías Viejas del Mar de Nápoles” para sentenciar: “todos los demás no han copiado”. Me encantaba escucharle exultante de orgullo.

Pues bien, aquel verano de 1975 Lostau ya echaba pestes de la bajada de pantalones que se avecinaba ante Marruecos; se maldecía por el abandono en que veía, a pesar del despliegue militar que en prensa, radio, televisión y noticiario cinematográfico se nos contaba, íbamos a dejar a los saharauis y el honor del Ejército del que él había sido miembro activo. Repetía aquello de que “íbamos a dejar tirados a los saharauis; a merced de un revanchista Marruecos”. Y los dejamos. Y los hemos seguimos dejando.

Lostau no estaba ya con nosotros cuando en 2022 Pedro Sánchez abrazó la postura marroquí. Si de Franco moribundo, y de sus ministros, maldecía y perjuraba en arameo, a este y estos de ahora los hubiera lanzado exabruptos aún más irreproducibles, escatológicos y referenciados en el árbol genealógico.

Y no escuchar a Lostau, la salida ignominiosa del Sahara me marcó.

La verdad sea dicha, el continente africano no me ha atraído nunca; sencillamente, no me atrae ni lo más mínimo más allá de su historia y proyección, por todo lo que representa y por los problemas que nos puede acarrear. Sinceridad ante todo.

Así, cuando hube de elegir -ya muchos años después, en mi segunda vida universitaria- como optativa, creo por 3º de carrera, una asignatura, de entre un grupo, elegí, creo que en recuerdo de Lostau, aquella que figuraba como “Compartimentación Territorial de África”. Me acordé del viejo militar veraniego porque en ella estudiamos con detalle la presencia de España en África; lo que se llamó en su día -y en plural- las Áfricas Españolas: la Occidental, agrupación administrativa vigente hasta 1958 que comprendía Ifni, Sáhara español y Cabo Juby; y la Ecuatorial, con Fernando Poo y Río Muni. Aquellos territorios se llegaron a convertir en provincias patrias en un intento de mantener el territorio más unido a la metrópoli -hasta con representación en Cortes generales- ante las reivindicaciones marroquíes que empezaron a aparecer nada más darle la independencia al Protectorado que era[2].

Recordemos que con capital en Tetuán, el protectorado español consistía en dos franjas del territorio del actual Marruecos, geográficamente separadas por el protectorado francés; un sándwich. La delgada zona Norte incluía las regiones del Rif y Yebala y tenía frontera con las ciudades de Ceuta y Melilla -las plazas de soberanía española (que no formaban parte del protectorado al ser de iure territorio español)- y con la Zona Internacional de Tánger. Al Sur de la franja Norte quedaba el Protectorado francés y, por debajo de este aparecía la otra capa del sándwich donde volvía el Protectorado español en una zona conocida como Cabo Juby, que era ya el Sahara español, siendo el río Dráa la frontera norteña con el Protectorado francés. Al Este del conjunto estaba la Argelia francesa.

He buscado infructuosamente el disquete que contenía mis apuntes de aquella asignatura porque allí estaba todo; el papel lo destruí, por el espacio que ocupaba. Por algún lado tiene que estar. Pero recuerdo como si fiera ayer mismo que en el tema del África española había un denominador común: España había accedido a la independencia de sus territorios, de mejor o peor forma, pero lo del Sahara era un miserable abandono.

España tuvo en África -primero DOS (1956) y luego CUATRO (1969)- provincias. El Decreto de 10 de enero de 1958 creó las de Ifni -con capital en Sidi-Ifni- y la del Sahara Español -con capital en El Aaiún-. Por su parte, la Ley 46/1959, de 30 de julio, dividió la provincia del África ecuatorial en otras dos: Fernando Poo (hoy isla de Bioko) -con capital en Santa Isabel (Malabo en la actualidad)- y Río Muni -con capital en Bata-. Las provincias guineanas, menos militarizadas y mucho más comerciales, sí contaron con el mismo sistema de administración que en la península y en las islas Baleares y Canarias y en las plazas de soberanía: ayuntamientos, diputaciones, Guardia Civil, juzgados y delegaciones ministeriales. Las cuatro provincias tuvieron representantes en Cortes[3]. Y, sobre todo, existía una igualdad administrativa entre indígenas y europeos al considerar España que todos eran ciudadanos de pleno derecho, por lo que recibieron su correspondiente DNI y la posibilidad de obtener el pasaporte como cualquier otro español. España hizo españoles a “sus” africanos.

Aquí llegados, les resumo la idea base de este post: África le importó una higa a la vieja Europa desde la caída del Imperio Romano hasta los primeros compases del siglo XV. Bastantes problemas tenían en la península que somos del continente asiático -aunque hayamos puesto frontera continental en los Urales- todas y cada una de las monarquías de entonces como para pensar en el continente negro.

Tal vez nos hubiera interesado África, pero tras la caída del Imperio Romano, los vándalos germánicos ocuparon su lugar y se extendieron por donde ellos estaban: por el norte del continente a la vera del Mediterráneo. Hasta ahí, sin mayores problemas. Es más, los vándalos fueron un pueblo germánico muy bien organizado, aunque de ellos nos haya llegado una visión muy particular gracias al término ‘vandalismo’ que acuño porque sí el abate Grégoire, en el siglo XVIII.  Henri Grégoire fue un prohombre de la Revolución Francesa, que, sin venir a cuento, les endosó un papel destructor de la cultura en franca contraposición a lo que los coetáneos -como Procopio de Cesárea- contaron de ellos. Tras los vándalos, el territorio norteafricano lo ocupó el imperio Bizantino; y tras ellos llegó el Islam. Y entonces, claro, en la orilla de abajo, en el Mediterráneo, estaba instalado ya el enemigo de la fe. Esa es la verdadera causa de que no nos importara África durante tantos años. Para qué más.

Ahora bien, ese enemigo nunca lo fue a la hora de los negocios, pero eso ya está explicado en gran cantidad de libros.

Por cierto: los romanos sí que penetraron en el enigmático continente negro. Además de dejarnos para siempre el vocablo ‘mauros’ -oscuro, dedicado a los habitantes de la Mauritania, un territorio que arrancaba en la costa mediterránea y penetraba, desde lo que hoy son Argelia y Marruecos, hasta el corazón del continente negro. En sus expediciones alcanzaron el río Níger, el lago Chad y el Senegal. Hay quien dice que hasta una la tribu bereber -los M'rabet- tienen -supuestamente- linaje de la Legión III Augusta. Vaya usted a saber; pero es que este post va por otros derroteros.

El caso, insisto, es que hasta el siglo XV, África para los africanos que, controlados por el Islam, nos permitían, quiérase o no, un comercio que a todos interesaba.

No se me olviden de que el comercio entre la Europa cristiana y el Islam fue fundamental en la historia, con una dinámica de intercambio que evolucionó desde la conquista y la rivalidad hasta la coexistencia comercial. Durante la Edad Media, Al-Ándalus importaba de Europa productos como pieles y metales, mientras que exportaba productos agrícolas y textiles. Los puertos de Málaga, Almería y Gibraltar fueron puntos clave para este comercio, que también incluía esclavos y oro sudanés de África.

Pero al llegar el siglo XII Europa pensó ya estaba bien de aceptar el monopolio musulmán del comercio y que era mejor establecer sus propias conexiones con Oriente pasando muy mucho del intermediario árabe.

Las especias -que servían entonces para casi todo: para gran cantidad de recetas médicas, para perfumes, para condimentar y conservar alimentos- movían un comercio y unos intereses económicos descomunales. Para llegar a ellas, por tierra, las distancias eran enormes y los impedimentos geográficos y sociales -desiertos muchas tribus, clanes y reinos por medio- eran determinantes de su altísimo precio. Por mar, no se sabía cómo.

Comerciantes venecianos, genoveses o pisanos controlaban el contacto mediterráneo con los sarracenos de la Ruta de la Seda y fueron los que se pusieron manos a la obra. La leyenda del Preste Juan[4], un rey cristiano rodeado de infieles en el centro de Asia animaba a los europeos a puentear económicamente al Islam en este lucrativo negocio e ir a ayudarlo. Así entraron en escena, por ejemplo, personajes como Marco Polo, cuya aventura le cuenta a Rustichello de Pisa -que, como tiempo había en cautiverio- puso negro sobre blanco su historieta de las riquezas de Asia.

El fantasioso ‘Il millione’ de Polo no nos pone de acuerdo en todo, pero cuando despuesta el siglo XIII, en 1204, y los cruzados recuperan Constantinopla, los comerciantes venecianos se instalan allí y empiezan a tejer sus contactos particulares con el imperio mongol.

Eran rutas por tierra, pero había que intentarlo por mar; África no podía ser infinita y desde tiempos de Tolomeo[5] resulta que “estaba pegada” a Asia. Pues a ello por mar; y créanme que costó lo suyo aventurarse en mares desconocidos.

Sabiendo que -como decía Scully- “la verdad está ahí fuera”, desde Génova, los hermanos Vivaldi -Ugolino y Vadino-, emprendieron en 1291 un viaje con la intención de llegar Oriente bordeando África. Zarparon de Génova en el mes de mayo en dos galeras (la Allegranza y la Sant'Antonio), con trescientos hombres, dos frailes franciscanos y provisiones para diez años, que es lo que imaginaron que podía llevarles la aventura.

Cruzaron Gibraltar y se abrieron al Atlántico sin perder de vista, siempre que les fue posible, la costa. La última referencia documental genovesa de la época habla de que fue a partir de Gozora donde le perdieron. Esa referencia se corresponde con el cabo Bojador. Pero no podemos decir más porque los Vivaldi no regresaron para contarlo.

Modernas investigaciones de finales del siglo XX han encontrados rastros documentales y apuntan logros náuticos para los Vivaldi. Unas referencias apuntan a que bajaron hasta el río Senegal y otras van más allá: llegaron casi al cuerno de África buscando las Indias. En los últimos tiempos, hasta tres referencias más se han documentado de los Vivaldi: la Ystoria Ethyopie de Galvano Fiamma, un dominico cronista de Milán ofrece nuevos elementos que permiten concluir que en 1345 ya se sabía que los Vivaldi lograron circunnavegar África y que, por lo mismo, pueden considerarse los precursores de Vasco da Gama. El Libro del conocimiento de todos los reinos, relato de un viaje imaginario alrededor del mundo escrito por un fraile franciscano español en torno al año 1385, aportan más referencias a que lo lograron. Y, finalmente, el Itinerarium Antonii Ususmari, una recopilación de datos históricos y geográficos de 1445 aporta más detalles. Pero no volvieron para contarlo. Lo que hoy sabemos, lo sabemos por anotaciones de expediciones posteriores dieron con supervivientes o descendientes de ellos.

Pero a comienzos del siglo XIV, como no había noticias de la expedición que partió en 1291, otro genovés, Lanceloto Malocello, salió en busca de los Vivaldi. Sea como fuere este Lanceloto -en su derrotero por las costas africanas- se topó con una isla que le gustó y allí que se quedó, sin más. La isla, conserva su nombre: Lanzarote, en las Canarias. La expedición de Malocello es un hecho histórico, confirmado por un portulano de 1339, cartografiado por el mallorquín Angelino Dulcert, que inscribe la ínsula de Lanzarotus Marocelus, bajo bandera genovesa. El caso es que (más o menos) entre 1312 y 1330 Lanceloto estuvo por Lanzarote hasta que los majos -los aborígenes de Lanzarote y Fuerteventura- lo expulsaron (de la isla o de la vida; no hay certezas). Los genoveses se marcharon y por allí no apareció nadie más hasta el siglo siguiente, que es cuando comienza la conquista de las islas Canarias por Jean de Béthencourt, en 1402, y que se prolongó casi todo el siglo.

Y esa es una buena fecha porque, como dijimos, hasta el siglo XV nadie se interesó por África de forma seria.

En la parte continental comenzó lo historia por el norte; por lo más cercano a Europa. Y fueron los portugueses los que la iniciaron.

En 1415, Ceuta -que era uno de los principales puertos económicos y estratégicos del mundo islámico- es conquistada por Portugal[6].  Animados por el éxito y para sortear el monopolio comercial -especias, oro, seda, esclavos- del mundo musulmán, en la década de 1420 los portugueses se volcaron en marcar rutas para acceder vía marítima a las riquezas de las Especias asiáticas y, para el viaje, a cartografiar y salvar el escollo que les suponía el continente africano en la ruta a Asia.

Pero a partir del Cabo Bojador -26º de latitud Norte; y me vuelvo a acordar de Lostau- la duda era no sólo saber qué habría más allá, sino si los vientos ayudarían al regreso. A partir del Bojador comenzaba un mar mitológico y desconocido - las leyendas hablaban de agresivos monstruos marinos y en que, de repente, ¡comenzaba a hervir!- que nadie había osado surcar -y de él regresar- por la fuerza de las corrientes y el racheado de los vientos.

El obstáculo psicológico fue finalmente sorteado en 1435 por el portugués Gil Eanes; aquello fue una victoria contra el miedo y la superstición. Esa fecha -1435- señala un hito crucial para el descubrimiento de las costas africanas hacia el Sur.

En 1445 los portugueses ya están en las islas Cabo Verde (14º N), frente a las costas de Senegal; en 1460 han llegado hasta Sierra Leona (8º N); en 1472 el navegante Fernao do Pó llega a Camerún (5º N; la costa de las gambas, camaroes en portugués), tras descubrir las islas del golfo de Guinea; en 1482 Diogo Cão -cruza el Ecuador y- se planta ante la desembocadura del río Congo (5ºS); y poco después alcanza lo que hoy es la costa de Namibia (18ºS); y, por fin, en 1488 Bartolomeu Dias de Novaes dobló un cabo -que nombró como de Las Tormentas (imagínense por qué) y que después han llamado Cabo de Buena Esperanza (34º S)- y vio que África es larga pero finita y que tras pasarlo había más mar. Tanto que, de paso, desmentía a Claudio Ptolomeo que había dicho, en su día -siglo II-, que África estaba “muy cerca” de la India… a la que llegaría Vasco da Gama apenas una década después, en mayo de 1498.

Bueno, eso de que estaba “muy cerca” lo había dicho Ptolomeo… y el Opus Majus del escolástico Roger Bacon -teólogo inglés del siglo XIII- que bien a las claras sostenía que la distancia que separaba España y la India hacia el Oeste “no era grande”. Esta teoría fue más tarde repetida por Pierre d'Ailly y creída a pie juntillas por Cristóbal Colón. Se conserva en Sevilla un ejemplar del Imago Mundi -de Pierre d'Ailly- con anotaciones manuscritas del propio Colón.

Ah, en este acontecer de viajes por la costa africana se me olvidaba destacar a un personaje clave: Pêro de Alenquer, piloto de Bartolomeu Días y de Da Gama, que fue decisivo en aquella aventura por el hemisferio Sur y que acompañó a otros destacados navegantes portugueses que remontaron África por el sureste hasta Mozambique (25º S y subiendo), donde ya se encontraron a negantes chinos y keniatas (malindis, que les llamaban por aquellos días), cerrando un círculo de navegación en lo que llamaron la costa swahili, subiéndola hasta el cuerno de África (9º N), tras pasar por el reino de Abisinia. Más allá ya estaba la península arábiga; y les interesó más la India, que no había musulmanes.

Al finalizar el siglo XV -prácticamente- toda la costa africana -norte, este y oeste; en su estructura triangular- estaba cartografiada; incluso unos pocos kilómetros al interior penetrando por la desembocadura de los grandes ríos.

España, destaquemos, siempre estuvo más interesada en América, aunque al despuntar el XV -entre 1402 y 1496- nos dedicamos en cuerpo y alma, sobre todo al final, a conquistar las islas Canarias. Aquella fue una empresa titánica porque los guanches tinerfeños fueron muy belicosos y costó lo suyo doblegar el valle de Taoro. Pero aún así, en septiembre de 1497 a iniciativa de Juan Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, conquistamos Melilla, en el Mediterráneo y comenzar a dar pequeños e intermitente saltitos a las costas africanas buscando nuevos asentamientos

Y bueno, a lo que vamos: españoles por África en aquellos tiempos.

En 1476, aún sin haber terminado de dominar las islas Canarias -y aquí es donde verdaderamente comienza la historia de este post-, Diego García de Herrera y Ayala, en uno de esos saltitos, dio con un lugar que le pareció interesante y fundó, en la costa occidental africana, un asentamiento al que llamó Santa Cruz de la Mar Pequeña en referencia -tras muchos años de investigación moderna- a la laguna litoral de Naila, en Ajfennir, cerca de Tarfaya, hoy Marruecos. De la Torre defensiva que erigió se conservaban repetidos informes y el lugar tuvo tránsito durante treinta y siete años.

Los portugueses, que desde el Tratado de Tordesillas (1494) fueron los ‘dueños’ de las costas africanas descubiertas respetaron aquella ‘posesión’ española: allí no había nada que rascar. Y que en aquellas costas no había nada lo comprobó Alonso Fernández de Lugo, que era de Sanlúcar de Barrameda, y que como capitán general de la Conquista de las Islas Canarias y de la Costa de África -desde el cabo de Güer al de Bojador- lanzaba -la verdad es que antes de lo de Tordesillas- una expedicioncita tras otra buscando una oportunidad fructífera para montar un asentamiento viable para comercio sin dar con ninguna posibilidad en aquella costa.

Y tras Tordesillas, cuando se firmó el Acuerdo de Cintra -1509- se consideró que las costas africanas serían portuguesas menos el establecimiento Santa Cruz de la Mar Pequeña que, como ya señalé, duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks… Los ocupantes fueron pasados por las armas por las tribus locales y el edificio asolado en 1524… y de aquella Santa Cruz nunca más se supo.

Pero bajemos latitudinalmente por la costa hasta el gran golfo guineano-biafreño que del África española hablamos.

Por los tratados de San Ildefonso (1777) y de El Pardo (1778) nos hicimos con las islas portuguesas de Annobón y Fernando Poo. Pero no será hasta 1843 cuando se nombre al brigadier Juan José Lerena -por Real Orden de Isabel II- comisario regio para la isla de Fernando Poo en que comencemos a tener cierta presencia real en ellas. Lerena, que tiene una biografía para una épica película de Hollywood, proclamó la soberanía española de dichas islas, organizó la vida administrativa y cambió los nombres ingleses por españoles (Port Clarence pasó a ser Santa Isabel). Los ingleses, a la chita callando, habían montado factorías por todas partes y renombraban a su antojo lo que podían.

Lerena, además, anexionó la isla de Corisco a la Corona de España, a petición de su rey indígena (Bonkoro I), colonizando, a continuación, una zona del continente desde la desembocadura del río Benito hasta el cabo de Santa Clara, lo que llamamos en su día Río Muni -que también fue provincia española y no colonia, entre Camerún y Gabón- y posteriormente Guinea continental. Tomó también posesión Lerena de las islas Elobeyas (Elobey grande y Elobey chico), pasada la línea del Ecuador. Todo aquello llegó a conocerse como Territorios Españoles del Golfo de Guinea: territorios que el 12 de octubre de 1968 España les otorgó la independencia… y entonces apareció Francisco Macías Nguema que se marcó una dictadura que no veas por más de una década. Pero esa es otra historia

Y ahora en tornaviaje, subamos de nuevo y costeando al Norte.

Por el Tratado de Wad Ras -que puso fin a la Guerra de África en 1870- el sultán marroquí cedió a España la soberanía del sitio donde se había ubicado Santa Cruz de la Mar Pequeña; incluso su hinterland. Pero la letra del tratado no coincidía con la música de la realidad porque como nadie sabía a ciencia cierta dónde su ubicó la ‘fortaleza’ de 1476 el sultán no materializaba el contenido del acuerdo. Las mareas y le geomorfología de la laguna hacen que las ruinas de la torre aparezcan y desaparezcan. Desde 2011, las ruinas de la planta de la torre están plenamente identificadas en el paraje conocido como Ajfennir.

Pero entonces no se tenía ni la más mínima certeza y como por aquellos días del último tercio del XIX todo quisque quería su trocito de África, pues se buscó uno. España no iba a ser menos. Con los acuerdos de Wad Ras se pretendía cerrar el asunto de la participación española y obtener un territorio en África; daba igual la localización. Entonces, la desembocadura del río Ifni parecía un lugar apropiado: cerca de Canarias y bien situado como base de aprovisionamiento en la navegación. Los prácticos de Lanzarote aseguraron que tradicionalmente era “el lugar donde iban los pescadores canarios y les gustaba”. Así es que, allí mismo dijo España que estuvo Santa Cruz de la Mar Pequeña. Y prepararon los documentos y los pertrechos para hacerlo oficialmente territorio español

Y nos pusimos manos a la obra: ¡Ale, a fundar allí un asentamiento! Hubo intentos de meternos en aquel inhóspito territorio en los años 1878, 1882 y 1883; aquello quedó en agua de borrajas pese a la amabilidad de las conversaciones con las tribus locales, porque era lo único divertido que podía pasar en sus vidas.  

Ya en el siglo XX, en 1932, el gobierno radical de Alejandro Lerroux tomó la decisión de enviar al coronel Capaz (Oswaldo Fernando de la Caridad Capaz y Montes), delegado de Asuntos Indígenas en el Protectorado español (de Marruecos) para hacer efectiva la ocupación del territorio de Ifni. En Cabo Juby comenzó negociaciones -hablaba tamazight- con las tribus de la zona y el 6 de abril de 1934 desembarca del cañonero ‘Canalejas’, junto al teniente Lorenzi y el cabo señalero del buque, Fernando Gómez Flórez, y toma posesión efectiva de la capital, Sidi Ifni, y del resto del territorio. Ese mismo día fue nombrado gobernador civil y militar de Ifni y allí plantó la bandera de España (que entonces fue la tricolor republicana).

La bandera de 1934 era la de la República


Con la dotación embarcada en el ‘Canalejas’, el coronel Capaz señaló los límites de un rudimentario aeródromo, reclutó policía indígena -incluso una unidad militar: Tiradores de Ifni- e inició relaciones con los locales. Posteriormente, el Gobierno enviaría tropas, a bordo del transporte ‘Castillo de Tordesillas’ (ex ‘España número 5’), con las que se formaron dos columnas militares que penetraron en el interior del territorio, estableciendo algunos puestos militares hasta dar con las tropas francesas del Protectorado francés. Total que, a finales del mes de abril de 1934 la ocupación del territorio estaba prácticamente finalizada.

La base económica de Ifni fue la pesca y los cultivos de argán (para aceite cosmético[7]) y cactus (uso en cosmética, medicina y alimentación: higo chumbo). Con tan poco, la población se asentó y prosperó notablemente hasta el extremo de centuplicar el nivel económico en su entorno inmediato lo que despertó el interés marroquí nada más acceder a la independencia, en abril de 1956.

Total que, en Ifni, entre noviembre de 1957 y abril de 1958 nos las tuvimos tiesas con las llamadas Bandas Armadas de Liberación enviadas por el rey marroquí. Esa guerra -la Guerra de Ifni-, que ganamos militarmente, nos costó 198 muertos, 574 heridos y 80 desaparecidos[8]. Un precio muy alto para un territorio estéril, en la desembocadura del rio Asif n’Ifni; una geografía quebrada, un territorio adverso, sin apenas vías de comunicación, rodeado por territorio hostil -entonces ya- de Marruecos y de muy difícil defensa.

Por el Tratado de Retrocesión de Fez le fue entregado a Marruecos el 30 de junio de 1969. Así que, la victoria militar del 58 -con muertos, heridos y desaparecidos-, en clave política, fue, sin lugar a duda, para Marruecos.

A mí aún me queda memoria para recordarles que nombres de aquella guerra olvidada perduran hoy. Cuesto mucho rastrearlos todos. Por allí pasaron muchos jóvenes soldados. No los olviden ustedes que me leen nunca. Fueron españoles que defendieron España. Aquí cerca, en Rabasa, la COE se acuartela bajo el nombre del alférez de las Milicias Universitarias Francisco Rojas Navarrete, destinado en el Soria Número 9; o la Bandera Ortiz de Zárate, tercera de Paracaidistas, lleva ese nombre en memoria del teniente Antonio Ortiz de Zárate y Sánchez de Movellán, muerto en combate el 26 de noviembre de 1957, y perteneciente a la Brigada Almogávares.

Pero hay más, muchos más de una guerra olvidada que no debemos olvidar.

Hoy, lo más que se recuerda de aquella triste guerra fue la Navidad de 1957 porque a animar a los soldados hasta Ifni se desplazaron Carmen Sevilla, Elder Barber, Marisol Reyes, Emma Frometta, Miguel Peña, el trío Las Vegas y Miguel Gila animados por el locutor de Radio Juventud de Murcia Adolfo Fernández: alegría en la trincheras que se llamó aquella acción[9].

Carmen Sevilla, con los 'paracas'


Esto, en cuanto a Ifni. Pero vayamos más abajo en el mapa de África; a las Posesiones Españolas del Sahara Occidental… en las que entraremos mañana.

 

Cuadro de Bajas de la campaña

 


[1] Entre el 23 de noviembre de 1957 -en que elementos del Ejército de Liberación invadieron- y el 30 de junio de 1958 en las provincias españolas de Ifni y el Sahara y en el territorio de Cabo Juby, bajo el protectorado de ese país, que se resolvió con el Acuerdo de Cintra. La soberanía española de Ifni quedó reconocida durante el reinado de Isabel II por el tratado Wad Ras (1860). En cuanto a Cabo Juby, el tratado hispano-francés de 27 de noviembre de 1912 reconoció a España el protectorado español de Marruecos, que se dividía en zona norte, y zona sur denominada Cabo Juby. Este reconocimiento permitió poner fin a los intereses de otras potencias en el hinterland de Canarias. En 1946, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del aislamiento internacional de España Ifni, Cabo Juby y el Sahara Español quedaron administrativamente encuadrados en el África Occidental Española (AOE) y se iniciaron sus procesos de descolonización política y económica que se aceleraron a consecuencia de la independencia de Marruecos de 1956; pero el sultán Mohamed V quería más. El secretario de Estado americano, Foster Dulles, viajó a Madrid el 20 de diciembre de 1957y le pidió a Franco que llegara a un acuerdo con el Sultán. Un mes después, el 20 de enero de 1958, le informó de que había aconsejado a los marroquíes que cesaran en sus hostilidades con España, algo que debía ser respondido por parte de España con algún tipo de compensación al Sultán, permitiendo que éste reforzara su posición y facilitando así la permanencia de Marruecos en el campo occidental. El 1 de abril de 1958 se firmaría el tratado de Cintra (bajo presiones estadounidenses que buscaban acabar con las tensiones hispano-marroquíes), tratado por el cual España se comprometía a retroceder la zona sur del Protectorado. La guerra se dio por concluida el 30 de junio de 1958. A partir de ahí comenzó un tira y afloja que no veas con máxima tensión. El 14 de junio de 1960, el Sultán recordó a Franco, a través de un mensaje, la necesidad de que las tropas españolas abandonaran el territorio en cuestión. Para la Operación Teide -Ecouvillon, en Francia-, los franceses aportaron una agrupación transportada de la Legión Francesa, con dos compañías, la 2ª Compañía Sahariana Motorizada (CSM), un escuadrón de Reconocimiento del 7º Regimiento Paracaidista Colonial (RPC), un batallón transportado de tres compañías del 8º Rgto. Colonial Interarmas (RCIA) y una compañía del Rgto. Infantería Colonial (RIC), así como una batería de 105-HM3 y una sección de Ingenieros de la 180 Compañía. El apoyo aéreo francés lo componían 24 aviones T-6, 10 aviones Marce Sasault 315 y 10 (B-26) ‘Boeing’. Para misiones de ametrallamiento y bombardeo contaban con 2 aviones Brousard y 6 Tripcer ET, y para reconocimiento y enlace 7 Nord Atlas, 4 JU-52 y 2 DC-3, al mismo tiempo que 5 helicópteros Augusta Bell. Todos con base en Fort Trinquet y Atar, sumando el total de medios humanos, 5.000 hombres y 70 aviones. Más información en el monográfico ejercito.defensa.gob.es/ca/Galerias/multimedia/revista-ejercito/2018/932/ accesible /Revista_Ejercito_Accesible.pdf  

[2] El protectorado español de Marruecos fue el dominio ejercido entre 1912 y 1956 por España sobre algunas partes de lo que ahora llaman el Imperio jerifiano. Fue establecido por encomienda de Francia tras el acuerdo franco-español de 27 de noviembre de 1912, a continuación del acuerdo franco-marroquí de 30 de marzo de 1912, que estableció el protectorado francés. El protectorado español ocupaba la franjan norte, donde estaban las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, así como Tánger, y el territorio de siempre llamado Sahara Español. Entre ambos estaba el amplísimo y extenso Protectorado Francés. El 2 de marzo de 1956, Mohammed V consiguió el reconocimiento de la independencia de su país por parte de Francia. El 7 de abril de 1956 el gobierno español bajo el régimen de Franco, a pesar de las protestas formuladas por el Ejército (entre otros por el general García Valiño, alto comisario) hace lo propio reconociendo la independencia marroquí. Finalizaban de esta forma los protectorados ejercidos por Francia y España, respectivamente, sobre Marruecos. La zona sur (Cabo Juby) no pasó a soberanía marroquí hasta 1958, en tanto que Ifni, que se había convertido en provincia española ese mismo año, hizo lo propio once años más tarde, siguiendo las resoluciones de Naciones Unidas.

[3] Valga, por ejemplo la referencia a Wilwardo Jones Níger (primer nativo en ser alcalde de Santa Isabel, luego Malabo), Federico Ngomo Nandong, Pedro Lumu Matindi, Abilio Balboa Arkins, Pedro Ekong Andeme, José Nsue Angue o Andrés Moisés Mba Ada. Y reseña especial para Enrique Gori Molubela porque después de la independencia de Guinea (1968), la dictadura de Francisco Macías Nguema le acusó de conspiración en 1969 y le condenó a 25 años de cárcel; murió encarcelado en 1972. Una sobrina suya, Rita Gertrudis Bosaho Gori, nacida en 1965, fue diputada por Podemos y entre 2020 y 2023 desempeñó la Dirección General para la Igualdad de trato y Diversidad Étnico Racial del Ministerio de Igualdad. A las Cortes también se incorporaron personalidades saharauis. Los primeros parlamentarios saharauis, ataviados con túnica y fez, fueron Uld Aumed Brahim, Uld Abdel Lae y Jatri Uld Said Uld Yumani, que en julio de 1963 juraron sus cargos sobre el Corán. Este último fue todo un personaje: presidió la Yemáa, la asamblea de los saharuis, y fue designado a Cortes por el propio Franco, pero durante la crisis de 1975 provocada por el deseo de Hassán II de Marruecos de anexionarse el Sáhara, desertó de España y se presentó en Rabat a rendir pleitesía.

[4] Supuesto gobernante cristiano del Lejano Oriente según los relatos europeos de la Edad Media cuya leyenda surgió durante las Cruzadas en el siglo XII. Relatos populares basados en obras como los Hechos de Tomás, hablaban de un patriarca y rey nestoriano que, según se decía, descendiente de los Tres Reyes Magos gobernaba una nación cristiana perdida en medio de paganos y musulmanes en el Oriente. Hay referencias que identifican al Preste Juan con el Apóstol San Juan, ya que, basándose en el capítulo 21 del Evangelio de San Juan, asumen que Juan el Apóstol nunca murió y que seguía vivo en la Edad Media.

[5] Claudio Ptolomeo (s. II dC);  astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo, teórico musical y matemático alejandrino de ascendencia griega. Vivió y trabajó en Alejandría; se cree que en la gran Biblioteca de Alejandría.

[6] Más de un siglo después, en 1580, Portugal y España se unieron en una dinastía conjunta conocida como la Unión Ibérica, y Ceuta pasó a formar parte del dominio español. Una vez disuelta la Unión, en 1640, Ceuta quedó en la Corona de España.

[7] El aceite de argán tiene muchos ácidos grasos, antioxidantes y vitamina E, que protegen la piel contra los radicales libres y otros factores externos. Además, el aceite de argán también favorece la capacidad de regeneración de la piel.

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