Hoy me entero -leyendo el borrador de un estudio de compañeros
de la Universidad de Bristol- de que todo esto del turismo -¡dicen ellos!- comenzó
un buen día de 1606 en Tunbridge Wells (a 50 km de Londres)
cuando Lord North pasó por allí unos días, frente a los manantiales de Chalybeate,
y recuperó su salud en aquél retiro balneario que ya habían descubierto los romanos
(¡faltaría más!).
En 1630 recaló por allí, atraída por la fama y las bondades
del lugar, la esposa del rey Carlos I (de Inglaterra, Escocia e Irlanda),
Henrietta Maria (nacida parisina del Louvre) y comenzó a difundir las
excelencias del lugar entre sus partidarios (que los tenía; ya verán). Aquello
quedaba dentro del llamado “Anillo de oro” (Golden Ring)[1]
y “los suyos” la siguieron: conspiraban un poco, se relajaban y volvían al lío.
Bueno, aceptamos pulpo como animal de compañía.
Sí, Henrietta Maria y Carlos I se llevaban fatal (pero
tuvieron 9 hijos; cosas del compromiso matrimonial); ella nunca renunció a su
fe católica y tuvo enemigos de religión a porrillo; tantos como seguidores. Fue
muy activa Henrietta durante la Revolución Inglesa (1642-1689) que ejecutó a
Carlos I, pero con la restauración volvió como Reina Viuda y siguió alimentando
la fama de Tunbridge Wells como lugar de vacaciones y salud. Entonces se
entendían así.
Lord Muskerry, el señor del lugar, viendo el éxito que iba
tomando aquél balneario se dedicó al tema hotelero (desde 1676); hasta entonces
los “turistas” acampaban en los prados a pesar de su linaje y Muskerry vio
negocio. A partir de 1680 se planificó el desarrollo del lugar pensando en
agradar a los visitantes que venían a tomar las aguas y aparecieron hasta los
primeros comercios acordes al nivel de los visitantes: nobles y acaudalados
londinenses.
A pesar de que en el XVIII ya se comenzó a apostar por los
baños de mar - Scarborough y Margate-, el éxito de Tunbridge Wells era tal que
se orquestó desde Londres un servicio rodado diario para conectar con el
balneario y la rica burguesía tomó como parte de su vida el desplazarse hasta
allí para el solaz.
Sí, alguno me dirá que en esto de los balnearios british
resulta que el de Bath (a 150 km de Londres) era un enclave mucho más famoso;
incluso el de Buxton (a 272 km de Londres y con Nestlé capitaneando sus
manantiales minero-medicinales). Ambos, con actividad termal incluso más
antigua que Tunbridge Wells. El caso es que Bath se había puesto de moda
gracias a otra reina católica de tomo y lomo -Ana Estuardo, soberana de Gran
Bretaña- y la jet del momento lo convirtió desde 1702 en el epicentro del
glamour cortesano. Pero en cuanto el dandy Richar “Beau”[2]
Nash apartó sus ojos de él y los puso en Tunbridge Wells, en 1735, Bath pasó a
un espléndido olvido y no se fue a pique gracias a las obras del arquitecto
John Wood y las generosas dádivas de los adinerados clientes.
Entre 1735 y 1762, en que muere “Beau” Nash, Tunbridge Wells alcanzó la cima de la popularidad.
Después del luctuoso suceso, la masa turística volvió a Bath que estaba muy
bien diseñada y construida y era como “más mejor”.
No sé muy bien como enfocar la cosa. Me entero que Tunbridge
Wells, en el primer tercio del XVIII, fue un lugar “muy especial” y permisivo. Bell Causey, figura femenina de excentricidades
libertinas, se hizo la dueña del cotarro porque le había dado un toque
permisivo al balneario entre 1710 y 1734, en que muere. Lejos de la corte,
desinhibidos, los cortesanos establecían relaciones y conocían un mundo
totalmente diferente a Londres que Bell Causey animaba. Esto gustó y se
convirtió en el principal argumento de los viajes “de vacaciones” de aquellos días
de almidonada moral. La ruptura de las rígidas barreras sociales se prodigaba
en Tunbridge Wells hasta el extremo de llamarlo en tiempos de Causey “aguas
de escándalo”. “Beau” Nash, la muerte de Causey, cambió el desenfreno sin
ropa por el baile desenfrenado con ropa y todo siguió igual… tomar las aguas,
lectura, paseo, conversación, contemplación… y ¡fiesta! A la muerte de Nash,
Tunbridge Wells languideció.
Pero Tunbridge Wells volvió a recuperar protagonismo a principios
del XIX cuando la Duquesa de Kent, por un lado, y el príncipe Alberto, por
otro, buscaron un lugar menos concurrido que Bath; con el príncipe llegó la
reina Victoria, la iluminación de gas y la policía; adelantos que animaron la
demanda turística. Se incrementaron los servicios Londres-Tunbridge Wells y en
1845 quedó conectada por ferrocarril con trayectos de tan sólo una hora.
Ahora ha cambiado mucho la cosa y Royal Tunbridge Wells (iba la reina, pues Royal) es una plácida
ciudad-balneario muy lejos de aquellos días -tanto de los de Bell Causey como
los de “Beau” Nash- y muy cerca de
Londres a la que mis compañeros de Bristol le dan el papelón de haber sido,
dicen, el primer destino turístico…
Yo no lo tengo muy claro, pero… ahí queda. Scarborough y
Margate en la costa habrán de esperar quien las reivindique[3].
[1] Bellos
parajes que rodeaban Londres en aquellos días (y aún hoy).
[2] Beau:
bello, en francés
[3] Yo ya lo
hice en un post; pero ¿quién soy yo? Ver “De viajeros, turistas y
excursionistas”. Destinos de costa desde 1735.
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