3 abr 2021

POR EL ISTMO DE SUEZ (y II)

Me estoy animando; lo mismo llegamos más allá de Evelyn Baring, conde de Cromer…en esta historieta de contar cómo se hizo realidad la vieja aspiración de los faraones casi cuatro mil años después. Al inicio de la segunda mitad del XIX Europa daba la bienvenida al colonialismo mercantilista industrial, esencia embrionaria del capitalismo, que se acrecentaría conforme avanzaba en siglo. La idea central básica era la del dominio político y la explotación económica; y así, hasta el final de la IIGM. Fue el tiempo del antagonismo franco-británico que en el caso del canal de Suez supuso a los franceses ganar la batalla del canal y a los británicos ganar Egipto y dominar el teatro de operaciones hasta los años 50 del siglo XX. Fernando de Lesseps (llamémoslo hoy Fernando por lo de su abuela malagueña) se planta en 1854 ante Mehmet Said; le presenta su proyecto - Percement de l’isthme de Suez (Perforación del istmo de Suez)-, le saca una concesión por 99 años -a partir del día de la inauguración del canal- y le arranca el compromiso de que Egipto proporcionaría un número indecente de esclavos para hacerlo posible. En vez de esclavos quería haber escrito “obreros que trabajarían en condiciones deplorables”, pero no me salía. ¿En qué estaría pensando yo? Ah, Said se reservó el 15% de los beneficios de explotación; el 85% restante sería para los accionistas de la Sociedad del Canal de Suez. Con el documento de intenciones firmado, Fernando se nos vuelve a París y pone en marcha (1855) la Commission Internationale pour le percement de l'isthme des Suez que dominaban -a la par- Francia e Inglaterra, con cuatro científicos cada uno; el resto -uno por país- eran de Holanda, Alemania, Austria, España -el célebre valentino Montesino y Estrada- y… un turinés. Italia era aún una entelequia entre Camilo Benso y Giuseppe Garibaldi. La Comisión planteó el trazado del canal mientras Lesseps buscaba financiación. Y ahí estaba la pérfida Albión: los grandes bancos se la negaron. Pero Londres no lo podía todo y entraron en liza los pequeños ahorradores de medio mundo (civilizado) que compraron su accioncita y dieron a Lesseps la primera y única alegría del proyecto. Pero no era suficiente. Lesseps tuvo que recurrir a su amigo el jedive para que comprara la mitad de las acciones; porque -si no- no salía la operación. Y entonces los mismos bancos que -por indicación británica- le negaban la financiación a Lesseps, financiaron a Said… que empeñó la Hacienda para varias generaciones. Pero ahí no acababan los problemas; el permiso final debía llegar desde Istambul -Egipto era vasallo otomano- y el sultán estaba más por Londres que por París. A Londres, la idea de un canal que posibilitara llegar más rápido a la India le venía ni que pintada; pero no era una idea británica y Lesseps, un francés, estaba a punto de lograrla. No obstante, Londres aconsejó dar el visto bueno y esperar acontecimientos. El 25 de abril de 1859 Lesseps arrancó las obras con mucho boato e ilusión y poca -y nada adecuada- maquinaria. El canal iba lento, muy lento, y a costa de muchas vidas. Y para complicar la cosa, a Europa llegó la realidad de las condiciones de trabajo de los obreros cedidos por el jedive que, como dijimos, estaban más cerca del esclavismo del siglo anterior que de la filosofía proteccionista laboral que con cinismo preconizaban las naciones más civilizadas e industrializadas del XIX. Todo Occidente se echó encima de Lesseps; Londres vio la ocasión y el sultán otomano (1864) suspendió las obras, que para eso mandaba. Entonces Lesseps echó mano del emperador Napoleón III, a través de la emperatriz Eugenia -¡Cielos, la Montijo; otra española en el lío!-. Francia mandó toda su artillería diplomática para convencer (obligar, es el verbo adecuado) al jedive de que o bien resolver una cuestión de imposible solución -mandaba el sultán otomano- o bien indemnizar a la Compañía del Canal. Sin más salida, Ismail Pachá que es el que estaba gobernando -porque los jedives se morían rápido o los quitaban de en medio pronto-, optó por esto último y terminó endeudándose, aún más, con los bancos para comprarle maquinaria adecuada y facilitarle fondos para contratar obreros cualificados a Lesseps. Y ahora sí, en un plis-plas, como quien dice, terminaron el canal. En agosto de 1869, tras diez años de trabajos, 75 millones de metros cúbicos de tierra removidos y 1’5 millones de obreros empleados (con un coste de entre 40.000 y 125.000 vidas), las aguas del Mediterráneo y el Rojo se encontraron. Tres meses después, el 17 de noviembre de 1869 -y allí estaba la fragata española “Berenguela” para la ocasión y una dotación de españoles para rondarle a Eugenia de Montijo- se inauguraba el canal con unos fastos mayestáticos, que -¡cómo no!- también pagó el amigo Ismail, tirando ya a “primo”, hipotecando Egipto de por vida y dando vida al movimiento nacionalista árabe de Ahmed Urabí que podríamos enlazar con todo lo que aconteció en Sudán y el lío con Muhammad Ahmad, El Madhi, y el general Gordon en la batalla de Jartún que, como siempre -porque me enrollo-, es otra historia. Pero no nos desviemos y metamos ya a Evelyn Baring en la crónica. La Hacienda egipcia por no tener, no tenía ni polvo en sus estantes. Y como el sultán turco no quería saber nada del tema del jedive egipcio el premier británico Benjamin Disraeli, Lord Beaconfield, le envía para abanicar a Ismail con un buen fajo de libras esterlinas a cambio de todas sus acciones, manteniendo un cierto porcentaje que no he conseguido averiguar. Y así Inglaterra paso a controlar, en 1870, la mitad de la Compañía del Canal de Suez, al tiempo que los socios de la compañía asumieron el control de la fiscalidad egipcia. Evelyn Baring ejerció entre 1877 y 1880 como comisario británico de la oficina de Deuda Pública de Egipto maquillando la cuestión. En 1883 fue ascendido a cónsul general y embajador plenipotenciario con lo que, de facto, gobernaba en la sombra el país, bajo la autoridad nominal del nuevo jedive Muhamad Taufiq. Él mismo se había encargado de deponer a su padre, el “primo” Ismail, cuando le habían sacado hasta el saín. Y así comenzó con Evelyn Baring, conde de Cromer, el establecimiento de un Protectorado británico en Egipto. Y ya asentado el Imperio en la zona, Disraeli también frenó el expansionismo ruso y proclamó a Isabel I emperatriz de la India… pero perdió las elecciones de 1880. Su sucesor, el liberal William Ewart Gladstone, fue el que, para reprimir la sublevación independentista de Tewflik Pachá plantó a las tropas en el canal con el pretexto de proteger los intereses británicos sobre la vía navegable, con lo que podríamos decir -¡y decimos!- que, Gladstone conquistó Egipto. Sofocada la revuelta, los británicos decidieron quedarse. Llegaron a un acuerdo por el que su presencia militar cesaría en 1936, pero -estando entonces el rey Faruk en el poder- los británicos no tuvieron inconveniente en seguir controlando Egipto -y el canal- hasta 1952. El tal Faruk vivía en Alejandría, viajaba constantemente por Europa, tenía gustos de orondo play boy europeo y pasaba muy mucho de política y de sus súbditos. Sólo estaba interesado en su porcentaje sobre el canal que le rendía pingües beneficios. Cuando estalló la IIGM tenía a los ingleses en casa, pero su corazón estaba con los países del Eje. ‘Misteriosamente’ los bombardeos de los aviones italianos sobre Alejandría nunca alcanzaron el palacio real y al terminar la contienda volvió a ser un anglófilo recalcitrante mientras la economía iba de mal en peor y el rechazo popular subía como la espuma. Un libro, y de los gordos, sale contando las cuestiones del activismo político en Egipto y buena parte del mundo árabe entre 1900 y 1950 generado por la corrupción de la clase dirigente bajo el dominio de las potencias occidentales; desde los Hermanos Musulmanes (1928) al movimiento de los Oficiales Libres (1949) y el panarabismo del Partido Baaz (Renacimiento) Árabe Socialista. Pero eso es, como siempre, otra historia.
Y ya venido arriba y superado lo de Evelyn, en esto del canal de Suez entraría ahora lo de la tradicional enemistad egipcia (y árabe) con el Estado de Israel. Ya desde el 14 de mayo de 1948, al día siguiente de la Declaración de independencia del Estado de Israel, Egipto no pensaba en otra cosa que acabar con él. Así, con otros cuatro países árabes (Líbano, Siria, Transjordania -que entonces Jordania se llamaba así- e Irak) no tuvo mejor idea que atacar Israel. En 1949, tras quinces meses de conflicto, Israel se había hecho grande y Egipto, a pesar de la derrota, ocupado la Franja de Gaza; sí, la de los “primos” palestinos. Los armisticios logrados supusieron la independencia real del Estado de Israel y abrieron una etapa de rifirrafes con Egipto -y el resto de vecinos- a lo largo de toda la década de los cincuenta donde los israelíes sumaban una victoria tras otra, con el canal por medio. Dolidos moral y económicamente por las derrotas sufridas, sumidos en un caldo de corrupción política y miseria entre la población, con Faruk siempre de farra, el 22 de julio de 1952 el general Naguib y el coronel Nasser dan un golpe de Estado y proclaman la República. Para sacar de la miseria al país plantean construir la presa de Assuan (control del caudal del río para irrigación de campos y producción de energía eléctrica) y, como siempre en el caso de Egipto y el Nilo, los bancos no están dispuestos a financiarles. Nasser, más cercano a la URSS que a los USA, en 1956, nacionaliza el canal de Suez bajo la premisa del cuento de la lechera: con el dinero que le sacamos al canal, financiaré mi presa y aseguraré el desarrollo del país. Lechera total. El mundo había cambiado. Francia e Inglaterra ahora se llevaban bien y no estaban por la labor de perder el control del canal, así que implican a Israel (que se deja) y una escaramuza por aquí y otra por allá ya tenemos a los paracaidistas anglofranceses que caen en el canal y se lía, Pero ya no estábamos en el XIX y los gendarmes del mundo eran los rusos y, especialmente, los norteamericanos. Los yanquis no habían sido informados de la operación de sus tres principales aliados -Reino Unido, Israel y Francia- y venían de condenar la invasión soviética de Hungría; estaban mosqueados y… les abandonaron a su suerte diplomática. Los rusos, envalentonados, amenazaron con atacar Londres y París. Se armó la marimorena; la ONU tuvo que intervenir y como solución planteó que Israel se volviera a sus fronteras y que Londres y París retiraran sus tropas de suelo egipcio. Como guinda, otorgó la titularidad del canal a Egipto. B ueno, la que armó. Nasser había “ganado”; era un héroe para Egipto, África, el Mundo Árabe, los no alineados y todo lo que se meneaba entonces. Y, claro, se me fue envalentonando Gamal Abdel Nasser Hussein hasta el extremo de que le dio, junto a Siria, por atacar a Israel por arriba y por abajo (1967) … y en tan solo seis días los judíos les hunden el chiringuito; Israel conquistó la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, la península del Sinaí y los Altos del Golán (Siria). Y ya puestos, hundió varios barcos en el canal, dejándolo inutilizado hasta 1975… amén de otros 14 que se quedaron en medio y que fueron bautizados como “la flota amarilla”, por el color que iban tomando. Aquellos marineros atrapados en el conflicto merecen un post; pero eso es otra historia. En 1975 reabrió el canal y… hasta el lío del MV Ever Given -que, por cierto, aún sigue ahí, paradito en el Gran Lago Amargo pendiente de saber quién se va a hacer cargo de la factura de 1.000 millones de dólares- ha estado funcionando sin parar. En 2015 culminaron las obras que otorgan más anchura, profundidad (que siempre es poca) y canales paralelos secundarios en algunos tramos. En 1869 se cruzaba en 18 horas de navegación efectiva; ahora se emplean 15, pero por otras cuestiones. Y son 164 km. Cuando se inauguró, entre el faro de Port Said (km 0) y la luz de la bocana de Port Tewfik la distancia era de 162’5 km. Sólo el crecimiento de ambas estructuras portuarias ha hecho aumentar la longitud del canal.
El MV Ever Given sigue en el Canal; dos capturas de su posición: a las 9’03 y 9’05 de la mañana de hoy, sábado 3 de abril de 2021
El canal se ensancha y gana en profundidad
Buscan y rebuscan para hacerlo más funcional El 10% de comercio marítimo mundial pasa por aquí; el 25% del tráfico mundial de contenedores.
La ruta por el Canal de Suez supone un ahorro de un 23% Y si en el XIX fueron Inglaterra y Francia, y en el XX han sido Estados Unidos y la URSS, en el XXI tenemos un nuevo agente en la ecuación: China. Y los chinos -y los indios de la India, que también juegan esta partida porque son mogollón- se han implicado en la Iniciativa RED-MED que ha parido Israel, que desde 1948 tiene su brocha para pintar en este cuadro de Oriente próximo. Se les ha ocurrido a los judíos construir una vía ferroviaria y un oleoducto entre el puerto de Eilat, en el Mar Rojo (al otro lado de la península del Sinaí, en el golfo de Aqaba/Eilat, y el puerto de Ashdod, en el Mar Mediterráneo. Y los chinos ponen los yenes… Por poner, esto se pone interesante, porque Egipto pide 1.000 millones de dólares de indemnización por el atasco entre el 23 y el 29 de marzo de 2021… En fin, que hay mucha literatura en esto del Canal de Suez PD. Se ha contado que Giuseppe Verdi compuso ‘Aida’ para la ocasión de la inauguración del Canal y… ¡como que no! Sí, le habían pedido una oda -subgénero lírico- para la ocasión. Pero Verdi, muy subidito en su fama, dijo aquello de “yo no hago música de ocasión”. Y se enfrascó en una obra que no pudo ser estrenada hasta 1872… porque la guerra franco-prusiana de 1870-71 lo impidió. El canal ya estaba en marcha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario