5 jun 2021

DE UN ÁGUILA IMPERIAL

  

He leído hoy en El País lo del ‘deshonor del águila perdidade la legión romana que se vendía por Internet’ y que tras una acción de la Policía Nacional, el águila de una de aquellas legiones -de dos mil años de antigüedad-, reposa en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz. Hay más información de las monedas de un tesorillo que del águila, lo que ha dejado valor mi imaginación. ¿Y si era el águila de la IX Hispana, la legión perdida?

Lo de perder el águila era lo peor que le podía pasar a una legión romana. Aún recuerdo este detalle de Historia de cuando el bachiller; lo que unido a mi fascinación por el mundo de las legiones ha hecho el resto. Es que, de niño, no me cuadraba que una ‘centuria’ (que yo asimilaba a cien por cosas de Etruria) fueran sólo de 80; 10 contubernios de 8 hombres. Y en algún momento una centuria fueron menos; 30 y 60 hombres. Tardé en saber que centuria no deriva de cien, sino de centurión; el oficial que estaba al mando. Eso sí, el penúltimo rey etrusco, Silvio Tulio, sistematizó su ejército en centurias de cien hombres; 60 centurias constituían una legión.

Pero eso era con los Etruscos. Ya con los Romanos, digamos que, por término medio, 60 centurias de 80 hombres componían una legión (4.800 hombres). Hacia la época Flavia (69 dC), al duplicar sus efectivos la primera cohorte, creció la legión hasta los 5.120 hombres. 6 centurias formaban una cohorte; y la primera cohorte de cada legión era la más destacada y aguerrida: la élite militar.

Cuando en el siglo IV aC los galos saquean Roma (por primera vez) se decide la creación de una fuerza militar más eficaz que el sistema hoplita imperante y se recurre a la idea modular de legión, más flexible en todo tipo de terreno. El cónsul Cayo Mario (107 aC) introdujo la cohorte como unidad táctica legionaria, uniformemente armada, e intensificó el entrenamiento físico y militar, aplicando una mayor disciplina. Y a cada legión podía elegir un emblema propio, siempre que un águila de plata fuera su máxima insignia. Pretendía Mario imbuir espíritu de unidad y conseguir que las legiones compitieran entre sí en valor y sacrificio.

Apuntemos aquí ahora que hasta el siglo I aC, las legiones de la República romana se nutrían de levas temporales para campañas militares específicas; al concluir la campaña, eran licenciadas las tropas. Ciudadano era sinónimo de soldado. En ese siglo I aC empiezan a no licenciar la totalidad de la unidad al entrar en el periodo de las guerras civiles (49 al 30 aC), manteniéndose activas múltiples legiones.

Cuando Cayo Octavio Turino (César Augusto, sobrino-nieto de Julio César) se hace con el poder e inicia el Imperio Romano (27 aC; hasta el año 476) tras sofocar las últimas rebeliones, en el año 30 aC disuelve las más de 50 legiones existentes y con los veteranos de 28 de ellas conforma el primer Ejército imperial, profesional, con servicio activo en armas por 25 años y licencia con honores y tierras.

Al hablar de legiones, nos referimos a las que estaban integradas por ciudadanos romanos, porque luego estaban las tropas auxiliares, que llegaron a representar 2/3 del Ejército imperial entre el 30 ac y el 284 dC; su composición era similar en número y estructura a la legión, pero no eran ciudadanos romanos. Sólo los mandos principales. Para las tropas auxiliares servía cualquiera. Y las auxiliares incluían lo mejor de cada pueblo más o menos romanizado: hostigadores, arqueros, honderos y caballería; se ocupaban de atacar por las alas y de las acciones de pillaje, escaramuza y represión.

Pero a lo que vamos; del águila, el símbolo por antonomasia de las legiones.

Plinio el Viejo, que fue praefectus alae (comandante de caballería; tropas auxiliares) durante 12 años en Germania, contó que el haz de paja o helecho (el maniple) que sobre una lanza que fue el símbolo inicial de las legiones romanas se cambió por símbolos de animales: el lobo, el toro, el caballo, el jabalí o el águila. Pero, a partir de la reorganización del 107 aC., el águila voló más alto. Y la seguían donde fuera. Cuando en el año 43 aC las legiones se plantan ante las costas de Britania (¿Chichester, Southampton o Richboroung?), ante las dudas de echar pie al agua de los legionarios, el aquilifer (portador del águila) de la XX Valeria Victrix dio el salto y… todos lo siguieron. El águila de la legión era el corazón de la unidad.

Aquilifers y Signifers; en la Columna Trajana
                                                    Aquilifers y signifers, en la Columna Trajana

Una de las misiones del aquilifer era impedir que el águila cayera en manos del enemigo; la pérdida del águila -la mayor tragedia- significaba la mayor deshonra; y, al menos, cuatro águilas, desaparecieron: las de las legiones XVII, XVIII y XIX en el bosque de Teotoburgo, y la de la IX Hispana… pero no sabemos dónde.

Aquí llegados he recordado que el emblema de la IX Hispana en el estandarte era un toro y que algo le tuvo que ocurrir, algo muy grave -algo que los cronistas no han querido transmitir-, para que a mediados del siglo II se pierda el rastro de la IX Hispana. Debió ser algo por lo que perdió su águila en combate… y fue disuelta. Nunca más se reorganizaría la legión ni se recuperaría nada de ella; de la XVII Classica, Germánico recuperó los estandartes y los llevó de vuelta a Roma; pero no el águila.

Y en el caso del águila recuperada en Extremadura no hay referencia a la legión a la que pudo pertenecer; desde luego que no es de la IX Hispana, que es la legión perdida de muchos.

La Legio IX Hispana fue creada por Pompeyo a mediado del I ac (junto las legiones VI a VIII; Ferrata, Claudia y Augusta); dirigida por Julio César en la Hispania Ulterior (Andalucía), de aquí, fue enviada a la guerra de las Galias (58 a 51 aC), exhibiendo siempre un toro como estandarte. Estuvo en las campañas africanas de César y en el 43 participó en la invasión de Britania y se enfrentó a las tropas de Boudicca (Boadicea); incluso sofocó la revuelta de los Brigantes. Octavio recurrió a ella en el 36 aC para hacer lo propio en Sicilia y de allí fue enviada a Macedonia. Y a Macedonia volvió tras participar en la batalla de Actium, en la que Octavio derrota a Marco Antonio y Cleopatra. Tras su estancia balcánica, regresa a la Hispania Tarraconensis para participar en las guerras contra los cántabros, donde se ganó el nombre: ‘Hispana’. Estuvo después en Germania y en las tierras del Danubio; incluso bajó a Numidia (en lo que hoy es Argelia) y subió de nuevo a Britania, donde labró aún más su gloria militar, para volver al continente y establecerse en tierras holandesas (Nimega)… hasta que en el año 132 dC se pierde su rastro (por perder el águila).



Hay quien pierde el rastro un poco antes; para algunos la IX Hispania es la legión perdida en Britania que ha generado literatura, cine y televisión a chorros… hay quoienes sostienen que fue aniquilada por los scotti/pictos en Escocia. Pero hay investigadores que la llevan a sucumbir en la rebelión de los catos, en tierras holandesas. Otros sitúan el desastre en Armenia, en la Capadocia y hasta más allá. ¿Qué le pasó a la IX Hispana?

No lo sabemos; pero su nombre fue eliminado de los registros y en la relación de legiones en la época de Marco Aurelio (año 161) ya no aparece… aunque algún día su águila aparecerá como lo ha hecho la de Badajoz, gracias a las investigaciones de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional.

 

 

 

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