29 ago 2021

A PROPÓSITO DE LO QUE DICEN… Y LA REALIDAD MANIFIESTA

  

La verdad es que me he sentido molesto.

Dicho esto, lo de la molestia, manifestarles que, a mí lo de Lucas -como lo de Ramón y otros; incluso colectivos como Cantabria no se vende-, me deja dormir. Imagino que lo mismo que esto que escribo yo a ellos; pero allá cada uno con su conciencia y al del rencor se la pique un pollo.

Molesto, insisto; me he sentido molesto. Es que son comparaciones que no vienen a cuento y solo están motivadas por el absoluto desconocimiento de una realidad que insisten en obviar.

Reflexiono: molesto está -como yo- el que siente molestias, siendo la molestia -en mi caso- el efecto de molestarme ante lo que leo, veo y oigo en la persona de quien desconoce la realidad. En fin: que se trata de la desazón originada por el un leve daño -que no ha sido físico, sino de incontinencia verbal en este caso-, por parte de un individuo o representación de un colectivo en su afán de salvaguardar lo suyo (como yo lo mío).

Insisto: no estoy ofendido. Porque, para estarlo, el ofensor debería haber querido ofender (y ofenderme) y no veo yo a ninguno a los que señalo en plan de intentarlo siquiera. Para ofender hay que, al menos, saber y pretenderlo. Insisto: no los veo yo en esa fase. Solo veo que exhiben su desdén intentando defender su quimera, dolidos como están porque la estulticia se abre paso a manotazos.

Es más, todos estos personajes deberían recordar -algunos son leídos e instruidos, también-, que ya en las cuitas de don Alonso Quijano es don Miguel quien nos dice muy a las claras que “las comparaciones son odiosas”. Y lo son porque en la génesis de la idea está el menospreciar[1]… y cada una de las partes -la que se cdefiende y a la que se ataca- tiene, indudablemente, sus propios valores. Eso no pueden obviarlo los que denuestan; ni yo tampoco.

Recalco (por justificarme): no creo que lo pretendieran; se dejan llevar, ofendidos que están (ellos sí), por su subconsciente. No encuentran otro argumento válido que confrontar lo suyo con una idea peregrina que han conformado y retroalimentado en su interior por puro desconocimiento de la realidad. Vale, entraron al trapo en planas de papel, reseñas de internet y Redes Sociales. Antes, como no se prodigaba el personal terreno en evidenciar sus carencias en estos altavoces, pues todos nos parecían normales en su simplicidad. Hasta yo mismo, por ponernos todos al mismo nivel. Ahora la cosa ha cambiado y cualquiera se siente en posición de proclamar sus vergüenzas a los cuatro vientos y través del medio que sea y pasa lo que pasa; siempre hay alguien dispuesto a escuchar, con lo que la necedad llega a sus más altas cotas. Y algunos van -hasta yo- y responden (respondemos), con lo que explosionamos la cuestión y saltan esquirlas que pueden herir a más. Lo mío, daños colaterales (que asumo)

Por ello, pensándolo bien, les ofrezco -aunque, ¿quién soy yo?- una salida airosa: no siempre es cierto que las comparaciones sean odiosas. Las comparaciones te dan que pensar y si le aplicas un DAFO a la cuestión, tiras la raya y… Y te das cuentas de lo que vales y de lo equivocado que está el comparador que lo comparara que, a la postre, mal comparador es.

Comparar es establecer -o no- semejanzas, características -cualidades- no privativas de nadie y habituales del común. En este caso, se trata de elementos que son intangibles en el concepto que va más allá de un verde prado verde, un mudo silencio y un aroma que no percibes pero que sabes que de “les vaques” solo pueden emanar esos olores y lo físico de esa moñiga[2]; no hay materia en el concepto, aunque sí sobre el terreno (en el caso del vacuno y su defecación).

Es que hablamos de sentimientos y emociones que surgen ante el verde del prado, el dorado de la arena de una playa, el gris de un cielo plomizo, el azul y la luz sin par del Mediterráneo, el impacto visual ante una solariega casona o una esbelta torre de apartamentos... las cosas que nos aguardan allá donde vamos. Y eso que no he señalado la redentora imagen de una buena cerveza en un bar.

Vale que lo nuestro como especie inteligente, por naturaleza -y por presunción-, es comparar y comparar. Y comparábamos tanto desde el principio de los tiempos que tirábamos cada uno por nuestro lado -como ahora: lo nuestro es lo bueno- por lo que fue necesario que nos pusiéramos de acuerdo en unificar -y aceptarlo- para que las comparaciones significaran algo y supiéramos de que hablábamos.

Por observación, nos dimos cuenta de la reiteración de fenómenos naturales; y de ellos obtuvimos un patrón físico arbitrario que hemos pasado a convertir en unidad. Así, comenzamos con el tiempo y luego nos implicamos en la longitud y la masa, que posteriormente complicamos con volúmenes y ángulos… y así, hasta con las personas y las cosas. Y digo complicamos porque los primeros patrones eran fácilmente mesurables, transportable y aplicables, representando una relativa uniformidad; utilizábamos la percepción, la sensibilidad muscular o visual y la combinación de elementos. Y luego nos fuimos buscando la perfección y, como dije, complicando.

Pero nos dimos cuenta enseguida, en el caso de género humano, de que cada individuo era -y es; en esto no hemos cambiado- un mundo. Y la imperfección de unos con otros (vaya, ya estoy comparando) exigía una uniformidad si queríamos avanzar como sociedad: porque trabajando lo mesurable habríamos de dar cartas de naturaleza. Y dimos, por dar, rango de ciencia a la Metrología y por ello encumbramos las Matemáticas, no sin dejar claro que la Geografía es la madre de todas las ciencias. ¡Cómo somos!

Y cada uno a lo suyo, todos nos organizamos y evolucionamos -aunque aún perdura el medir a palmos, media mano y dedos, obviando que cada uno tiene la mano que su genética le ha dado- hasta que a resultas de la Revolución Francesa los gabachos -que son muy suyos-, enardecidos por su éxito, dieron rienda suelta a sus ideas de cambiar el mundo y ordenarlo poniendo patrón a todo. Y nos dio por seguirlos. Es que lo de 1789, con el Terror[3] y todo, supuso un nuevo tiempo en la historia de la humanidad; un nuevo sistema de regir las relaciones humanas.

Pero el problema, para mí, es que lo pretendieron desde París, ciudad que -aquí levanto ampollas- tiene poco más de un paseíllo agradable (porque en cuanto dejas el culo en una silla ya es caro), pero no le busquen más; no lo tiene. Puestos en Francia, yo prefiero Lyon, donde se unen el Ródano con el Saona, y tomar una o más cervezas en My Beers o Les Fleurs du Malt. En fin, mi trocito cromañón del ADN que aflora cuando no debe.

Y claro, volviendo al tema, es que no a todos les gustó aquella nueva uniformidad que, sin querer ofender a los gabachos, ya los griegos practicaban y en el Tholos[4] de Atenas se verificaba. Del tamaño del dedo y del pie -desde el daktylos al pous- salieron muchas medidas… hasta la de la cantidad de tierra que un animal (o dos) podía arar y otras más hasta llegar a la moneda y a todo lo que se menea o imagina uno. Todo era y es comparable y mesurable desde incluso antes de Grecia.

Pero ¿lo son las emociones?; ¿son mesurables los sentimientos? Entramos ya en el campo de las fuentes de placer sensorial y… coloquen aquí la expresión de un hastío.

Las emociones son reacciones ante hechos y acciones; vamos, digo yo que son una interpretación subjetiva del entorno. No son sencillas; son complejas. Los recuerdos son emociones; las experiencias generan emociones; las vivencias engendran emociones. En la comunicación, plasmamos emociones.

Cada emoción tiene su función. Paul Ekman[5] ha demostrado la existencia, al menos, de seis emociones innatas: alegría, tristeza, miedo, asco, enfado y sorpresa. Se generan en el cerebro emocional que es más rudimentario, pero más rápido en su respuesta (siempre a una acción) que el cerebro racional que se ocupa de la reflexión ante lo sucedido. Yendo a la erudición, el cerebro emocional está integrado por el sistema límbico, donde están la amígdala y el hipocampo como centros generadores de las emociones. La primera como generadora de alarmas y procesadora de las emociones; el segundo, registrando y creando una memoria a corto y largo plazo. Ambos forman la memoria emocional (la carga emocional de las experiencias que se queda marcada en la mente); Sin ella no hay acceso a las emociones, ni se produce el aprendizaje emocional; ello incapacita al sujeto para la toma de decisiones. (Y ahí lo dejo).

Y las emociones nos motivan, nos guían, nos preparan para afrontar realidades. Hablamos de estados afectivos, de reacciones subjetivas… Y -amigos que menospreciáis esta realidad en la que vivo, sabed que- cada individuo experimenta una emoción de forma particular. Y si algo gusta, gusta; y si no gusta, disgusta.

Aquí llegados, planteo con solemnidad que las emociones no son mesurables. ¿O sí?

Marion A. Wenger[6] sostuvo que todos sabemos lo que es una emoción; y lo tenemos muy claro hasta que intentamos definirla. Entonces, la liamos. Y eso es lo que me han hecho, Juan Ramón, Ramón, Irene y otra larga caterva de individuos que se dejan llevar y eligen mal el patrón de comparación y el valor de la emoción.

Tal vez sea porque no hay patrón para comparar lo tuyo. Es que la emoción es un proceso psicológico que nos genera el entorno, nos sitúa en el mismo y nos lleva a defenderlo sin pensar en más. Puente de plata que les brindo.

Desde Darwin[7] planteamos que las emociones -y el cómo expresarlas- son cuestiones biológicamente innatas. Y lo que es innato resulta que pertenece a la naturaleza biológica del ser y no vamos a complicarnos con ellas porque unos las defendemos mejor que otros (Y vuelta la burra al trigo; que esto es comparar, Juan. Somos todos incorregibles.)

Aunque ahora llegan los del neuromarketing[8] y dicen que sí son cuantificables. Para ellos, las emociones son observables, medibles y registrables. Acabo de leer (y no anoté a quien) que “los humanos actuamos más guiados por nuestras emociones que por nuestro raciocinio[9]”… y -¡coño!- entiendo a todos estos puñeteros[10]. Si se lo hubieran pensado, seguro que no lo hubieran dicho. Pero es que nuestro cerebro construye el conocimiento a partir de la experiencia y los intereses; y en esto de los intereses… cada uno arrima el ascua a su sardina. Y mi ascua es Benidorm que, mira por donde, acaba de cumplir 65 años con su plan de ordenación municipal de 1956, tiene desde entonces protegido más de la mitad del pequeño término municipal, aún le queda suelo programado para edificar desde el mayor raciocinio, es sostenible a más no poder, gestiona eficazmente sus consumos y sigue consumiendo cielo en lugar de suelo.  

Yo no comparo; me refugio en la incomparabilidad manifiesta. Es que hay tantos Benidorm como uno desee encontrar; porque los hay. Solo que hay que venir a descubrirlos.



[1] Conceder menos valor o interés del que merecen o tienen

[2] Lo correcto es boñiga, con “b”, pero se acepta moñiga, con “m”, en el Diccionario del español actual, de Andrés, Seco y Ramos. Y lo he puesto así para provocar un poco más.

[3] Brutal represión por parte de los revolucionarios mediante el recurso al terrorismo de Estado entre septiembre de 1793 a la primavera de 1794, bajo la égida del Comité de Salvación Pública y conocida como Terror Rojo. Tuvo sus réplicas. La llamada Reacción termidoriana (iniciada a la caída de Robespierre -con él, Francia vivió una orgía de sangre- en julio de 1795 y que llegará hasta octubre) se conocerá como Terror Blanco… y hubo más.

[4] Situado en el Ágora de Atenas, era atendido por 50 buleutas representantes de los barrios atenienses. Su misión era albergar las medidas y pesos oficiales y cualquier ateniense podría ir a comprobarlos en cualquier momento del día. También era un sitio para guardar los tesoros y objetos del culto además de albergar las leyes de Atenas y derechos y obligaciones de los ciudadanos para que, en caso de disputa legal/judicial, etc, estén escritas y nadie pueda modificarlas a su antojo.

[5] Psicólogo pionero en el estudio de las emociones y su expresión facial. Ha sido considerado uno de los cien psicólogos más destacados del siglo XX.

[6] Psicólogo estadounidense especializado en psicofisiología. Trabajó para la Fuerza Aérea de los EE.UU. y en la conceptualización del papel del sistema nervioso autónomo en el comportamiento emocional. Fue profesor en UCLA

[7] Charles, para los conocidos. Naturalista inglés, reconocido por ser el científico más influyente de los que plantearon la idea de la evolución biológica a través de la selección natural.

[8] Aplicación de técnicas pertenecientes a las neurociencias, en el ámbito de la mercadotecnia y que analiza los niveles de emoción, atención y memoria evocados por estímulos.

[9] Un rastreo en Internet me lleva hasta Inma Marín; pero no fue a ella. Interesante su página.

[10] Los que hacen la puñeta y causan molestias

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