Ayer no lo mencioné, pero un punto añadido para volver a la
Playa de las Tres Piedras era el parking que ofrecían (y ofrecen) los chiringuitos;
hoy clubes de Mar. Sí, un reducto donde poder aparcar cerca de todo: del mar y
del bar, que tan importante es uno como otro. Y eso lo ofrecía el añorado Faro Blanco (que no es ni la sombra de
lo que era)… y los clubes de mar. Es que el lugar estaba (y está) lejos de todo;
por narices hay que coger el coche y desplazarse hasta allí ex profeso. Y para
uno que vive en Benidorm, que bajas de casa y está la playa, playa urbana por
excelencia, lo de hacerse quilómetros para llegar a ella es de lo más
complicado que debe soportar.
El caso es que habiendo dejado el día de autos el coche a la
altura de las Antillas Menores, las botas de Indiana calzadas y el salacot de
turno para protegerme de los rayos de sol, bañado en protección 50+ e impelido
por el espíritu de los grandes descubridores patrios, comencé la aventura de
encontrar mi Walhalla particular -a ser posible- no lejos de allí.
Tras el fracaso, se hacía imprescindible localizar una
alternativa al apagado Faro Blanco;
el plan B -que no existía- solo apuntaba en la dirección de abandonar la zona y
decir adiós a aquél frente litoral entre el Prospín
y el Ajedrez que tanto nos gusta a
770 kilómetros de casa. Además, uno no es de tumbona, ni baños de sol; más bien
uno es de taburete de barra y recipiente de cristal -bien lleno y frío- en la
mano.
Y, sobre todo, de ambiente andaluz.
Yo no busco un Club de Mar de esos; vivo en el mayor Club de
Mar del Mediterráneo: Benidorm. Dispongo de una sensacional oferta gastronómica
(vascos, andaluces, castellanos, alicantinos…).Busco otra cosa; por eso fui
allí.
Total, que comencé la caminata aventura con tal fortuna
-¡válgame Dior!- que a los pocos pasos, no más de dos docenas -he de confesar-,
me topé con La calita de Meca. Y fue curiosidad, porque ni calita, ni Meca
(ni el nadador, ni el cúlmen de la almadraba -recuerden: de la Ceca de Sevilla
a los Caños de Meca-). Traspasé el umbral…
Y más que con el lugar en sí, me topé con Ilde y con Nani. Que me disculpen Pedro
y José María, pero entre el
sanluqueño y el sevillano me descubrieron que la esencia del chiringuito no había
muerto, a pesar de que se pueda jugar a Club de Mar (palabro) entre niveles,
barras y espacios. Fue entrar… y ya no habían problemas: lo que haga falta.
¡Olé!
¡Albricias!, grité -y reclamé- cual mensajero que entra en
Roma poseedor de buenas noticias y reclama el pago por ello. ¡Albricias! Había
recuperado el trocito del Paraíso sureño que un rato antes me había sido robado
por la modernidad impenitente del concepto raquítico de Club de Mar.
Por suerte, no estaba todo perdido; había vida detrás de
aquella atalaya. Las ventajas del faro: la luz da vueltas e ilumina en todas
direcciones. El faro blanco me enseñó el camino a La Calita de Meca. Vuelta
a la vibrante realidad, a la familiaridad, al ambiente agradable, al toque
andaluz… y a unas tapas que quitan el sentido, sin abandonar los guisos, que a
la orilla del mar cobran otra dimensión, o la cocina de altura, que también la
hay: ¡cómo tratan el atún! Mi libro sobre la almadraba hubiera mejorado mucho
de haber conocido antes el lugar.
Hay un guiso que le llaman “berza”, pero nada que ver con la
brassica olerácea -en tapa o en plato-,
suficiente para resucitar un muerto, con “su
pringá y tó”. En julio, como en agosto; bajo buena sombra y bien regado, un
plato de “berza” te deja nuevo y te saca el sol del cuerpo. ¡Por Dios!, unas “castañitas” te elevan al 7º cielo, y un
atún encebollao te dejan en estado de
trance. Y las tapitas de siempre -huevas y papas aliñás, la carrillada y los
pescados-, las invenciones de la modernidad jugando con la berenjenas, y las
copitas de siempre. Y, sobre todo, ese toque del sentir andaluz que tanto echo
de menos aquí.
Muchas veces se olvida que a Andalucía se va por su gente.
Sí, en La calita de
Meca, juegan también a Club de Mar (y son buenos) sin perder la esencia del
atractivo que nos llevó al lugar; tienen su golpe de chiringuito de playa
almibarado por su apuesta moderna. Lo hacen en otra división. Para mí, que lo
han logrado: sublimar lo sublime. A La
calita de Meca sigue llegando el langostino vivo y la gamba saltando; la
corvina aleteando, la sardina con su puntito amarillo… y hasta los postres
tienen su aquél. Casi todo, como la carrillada, te entra por la vista. Además,
inventan toques de cocina y no pierden la esencia de lo andaluz. Bueno, hasta
tienen un vasco bordando espetos al más puro estilo andaluz. Me olvidé
preguntarle si eran 8 sus apellidos, pero este quedó prendado del Sur y en ná y
menos se casa.
Sí, La calita de Meca
juega a Club de Mar (y son muy buenos jugando) con el reggae de Marley y Tosh
sonando a cualquier hora, mientras Pedro, con parsimonia, se entrega a sus
cócteles que trasladan sabor cubano y preludian noches de copas y música en
vivo. Sí, pero de día rezuma ambiente tradicional de chiringuito, refinado,
donde José María te ofrece un fino, Monge
(vino en rama), que es de otro mundo, aunque está en este, y no falta gente normal que disfruta el placer
de una tapa cerca del mar.
Y pasan las horas y descubres a Pedro en Isla Mayor.
¡Caray!; yo conocí bien ese lugar cuando “los
patos de Doñana”. Se llamaba Villafranco del Guadalquivir, y mientras
buscábamos evidencias de Roundup (glifosato, de Monsanto) vivíamos el
expediente de segregación de Puebla del Río, que consiguió. ¡Qué pequeño es el
mundo!
Y pasan las horas; y entre crónica viene y crónica va, te
encuentras frente a dos grandes de su profesión: Ilde y Nani. Ya en casa sabes
que allí, por lo menos hasta el verano que viene, dejas amigos. Ilde me dibujó
el más fantástico mapa de Sanlúcar de Barrameda que se pueda uno imaginar. Le
bastó una servilleta de papel. No en balde, eso es arte, Pedro Campaña -ya
manierismo- pintó un fantástico Descendimiento para su pueblo, Sanlúcar. ¿De
ahí le viene? No sé. Y otro que tal: Nani deja por unos días su pasión de
lutier sevillano para derrochar profesión y gracejo de mesa en mesa.
¿Cómo no voy a volver a La
calita de Meca? Ya cuento los días y sueño con las tapitas. Gracias;
recuperé el cachito de paraíso que había perdido y gané amigos.
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