21 ago 2016

DE LA INDUSTRIA DE LOS FORASTEROS (IV)


Lo dejamos ayer sobre la mesa: “el nuevo turismo socialista” británico.

Así le definía el consejero económico y comercial de la Embajada española en Londres porque se trataba de “viajeros de gastos limitados a cifras tan modestas” (hasta 50 libras, recordemos) según una norma del gobierno laborista (socialista) británico. Para los expertos, era (y es), sencilla y llanamente, “turismo fordista”. Se llamara como se llamara, Jaime Alba y Delibes alertó de la emergente tendencia en 1949 y del papel que podía jugar España en ello.

Para atender la demanda, Alba y otros economistas señalaron que, España necesitaba urgentemente “hoteles modestos repletos de comodidades”. De inmediato, desde ese mismo 1949, aquí nos pusimos manos a la obra: infraestructuras de transportes y de alojamiento y restauración en condiciones. El Sindicato Hotelero, mano derecha de la DGT, se ocupó de la formación del personal y de recordar a los camareros “su importante misión para el país”. Pero no daba abasto. Varias firmas británicas comenzaron a operar libremente y se abrían más instalaciones que personal cualificado salía de los dos centros existentes.

El turismo de playa salió reforzado; las agencias españolas preferían los itinerarios por la monumentalidad de las ciudades, y las británicas apostaron, siguiendo la tendencia Fielding, por el ocio y la diversión; por la playa a fin de cuentas.

En la década de los años 50 Mallorca y la Costa Brava capitanearon la iniciativa hotelera: “las empresas turísticas británicas establecieron relaciones directas con hoteles catalanes y mallorquines”. Necesitaban una celeridad que la burocracia española ralentizaba.

Wladimir Raitz
Uno de los pioneros fue, en 1950, Wladimir Raitz (de familia de rusos blancos emigrados en 1928 al Reino Unido). Fundó Horizon Hollidays y empezó a vender vacaciones a Córcega y, al poco, a la soleada España por menos de 40 libras. Algunos precios aún se ponían en guineas. Sky Tours, Thomas Cook o Henry Dunn se movilizaron, espoleados por Raitz, contratando vacaciones con hoteles modestos y, sobre todos, “facilitando préstamos a emprendedores españoles que querían construir, a cambio de que se les garantizaran las reservas de habitaciones durante toda la temporada a precios fijos”. Este fue el modelo operativo estándar.

Así, entre 1945 y 1951 se construyeron en España 168 hoteles; el 75% (124 hoteles) se materializó con la fórmula de financiación reseñada: dinero inglés que era muy bien acogido porque eran divisas. A nadie le importaba que fuera para “el nuevo turismo socialista”. El Crédito Hotelero se aplicó a un total de 44 instalaciones en ese periodo.

Una vez disponible el alojamiento, se requería el desplazamiento. Ante la demanda de vuelos a España, BEA (British European Airways) se metió en el negocio con nuevas líneas y pronto sumó conexiones a Valencia (para la Costa Blanca) y Málaga (para la Costa del Sol).

En plena vorágines del turismo, en julio de 1951, contra pronóstico (dicen los politólogos), se creó el Ministerio de Información y Turismo. El turismo alcanzaba rango ministerial. Pack (y otros muchos) dicen que al primer titular del nuevo departamento, Gabriel Arias-Salgado, “le avergonzaba la segunda parte del nombre de su cargo”: lo del turismo. Es más, dicen los estudiosos que con tal nombre -Ministerio de Información y Turismo- sólo pretendía el Régimen suavizar el nombre de un ministerio censor; un contrapeso a la censura en prensa, radio, teatro, etc.

Sea como fuere, el caso es que ya en 1951 el turismo era protagonista en España; era un fenómeno social y económico. Luis Bolín, dejó entonces la DGT (Dirección General de Turismo; que ejercía desde 1938) y le tomó el relevo Mariano de Urzáiz, Conde del Puerto, quien se propuso internacionalizar España y para ello apostó por el Año Santo Jacobeo de 1954. Complacía el ideal católico del Régimen y se abría internacionalmente España. Jugada maestra pues resultó ser el primer evento de dimensión internacional que protagonizaba España en aquellos días de ostracismo y, además, inauguró la etapa de máximo interés por la ruta compostelana -por el Camino- que desde entonces nos ha situado en plano mundial.

Ya para entonces, primeros años 50, España realizaba estudios sobre viabilidad económica del turismo. Los economistas Forns (1952) y Prieto (1954) comenzaban a ser tenidos en cuenta porque no sólo advertían de las posibilidades de mitigar el crónico déficit comercial de España, sino porque el tiempo les daba la razón. Ya con esta base, especialmente con el dictamen de Forns, el Ministerio encargó el primer estudio sobre la realidad socioeconómica del turismo en España que desembocó en el Plan Nacional de Turismo (ley 17.07.1952); un plan que encontró inmediato eco en varias publicaciones internacionales del momento por su idoneidad manifestada en las ideas de “sol, playas y fiestas populares”, lo que más llamaban la atención porque estas cuestiones eran tildadas de “exóticas”.

Publicidad en prensa: vacaciones 1965
Pero esas características de exotismo ya habían comenzado a utilizarse en materia de promoción, como hemos visto en Post anteriores, desde mediados de los años 20. El concepto “diferente” se plasmó en papel en 1948 y se popularizó en 1957. Y mientras el slogan se proponía, se acometían planes de adecuación de la red viaria para atender a las demandas del país y concretar los flujos de turistas. El Plan de 1950 atendía a las conexiones con los incipientes núcleos turísticos “radicados en la Costa Brava, en Mallorca y en el litoral granadino” (¿?). El nuevo sector pedía mejorar las infraestructuras de las Rutas de Interés Turístico pero el Ministerio, demostrando mayor visión, optó por atender el cordón litoral a pesar de que en 1953 ya no disponía de presupuesto.

El caso es que España se vendía sola pero no teníamos aún, en 1952, la capacidad de distribuir los flujos por unas carreteras medianamente decentes y muchos menos la capacidad alojativa, que se montaba con excesiva celeridad y dejando mucho a la improvisación. Además estaba la cuestión de los precios. Las tarifas se habían fijado en 1948 y para 1952 el IPC se había disparado un 83% con lo que los hoteleros añadían extras por doquier u omitían servicios para poder compensar su cuenta de resultados.

Así no íbamos bien.




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