20 jul 2025

CUM ROMAE FUERITIS, ROMANO VIVITE MORE.. DE EMIGRANTES Y ALTERIDAD

 

 

En El Mundo en Breve, en esta mañana de domingo, se preguntaba Leyre Iglesias, subdirectora de opinión, si ¿podemos hablar de los inmigrantes?: “Tenemos suerte. Somos un país moralmente superior, porque aquí tenemos claro que sugerir la existencia del mínimo problema de integración es un acto de racismo y sumisión a la ultraderecha[1]. Y me ha abierto los ojos y he tirado de notas acumuladas para escribir un Post -que va a ser este- que arranca con lo vivido a lo largo de la semana con lo de Torre Pacheco, lo de Canarias y todo lo que gravita en torno a esto; que estoy yo de los pelos; y sólo vestigios me quedan.

El titular de una noticia leída en El País, lo venía a decir todo: La inmigración ahonda la grieta entre bloques en la política española[2]. Y, la verdad es que así es -El Gobierno despliega datos para defenderla mientras el PP exige respeto a las costumbres españolas y Vox apoya que haya quien se tome la justicia por su mano-; pero lo es porque ahora nos estamos poniendo finos -finos, finos, filipinos- y confundimos churras con merinas bajo la espada de Damocles de que somos un país de emigrantes donde juega duro el intento de superioridad moral de la izquierda contra la tradición y la visceralidad.

Respeto a las costumbres y tradiciones, como siempre se ha hecho. Donde fueres, haz lo que vieres es la gran lección de convivencia. Cum Romae fueritis, romano vivite more et si fueris alibi, vivito sicut ibi: cuando vayas a Roma, vive como los romanos; y si fueras a otro sitio, vive como allí se vive. Que no es de hoy la cosa. La frase original la adaptó San Ambrosio de Milán, en el siglo IV, y la remachaba como exhortación religiosa para seguir las prácticas de la Iglesia Romana frente al arrianismo, pero todos la entienden hoy muy bien y en su concepto real.

Y sí, somos un país de emigrantes y reconocemos la importancia de la convivencia.

Sí, en efecto, somos un país de migrantes; emigrantes e inmigrantes.

Pero no tiene un pase que tergiversemos la historia. Se les ve la patita política a los bocachanclas que la meten hasta el corvejón[3], parte esta de la anatomía de los cuadrúpedos que los urbanistas progres, como es ilógico, desconocerán.

Y vuelvo a la opinión de Leyre Iglesias: “El viernes, en Zugspitze… … el comisario europeo del ramo y los ministros de Interior de Alemania, Francia, Polonia, Austria, República Checa y la socialista Dinamarca prometieron mano dura, porque ‘el gran número de inmigrantes que han entrado ilegalmente en Europa en los últimos diez años’ ha ejercido una ‘presión significativa’ sobre ‘los sistemas de asilo, recepción e integración’, ha planteado ‘desafíos a la seguridad’ y ha contribuido a la ‘polarización’ social[4]. Y nos señala que el Financial Times ya ha destacado que “España supera ya a Alemania en solicitudes de asilo[5]. Esto se pasa ya de castaño oscuro.

Basta con mirarnos el ombligo para descubrir que en el ADÑ de los aborígenes de la vieja piel de toro está lo de migrar; la diáspora española que le he leído a alguien[6].

La propia historia de la Reconquista nos sitúa ya como emigrantes con rumbo sur. Aquello fue disponer tierras -reconquistárselas a los moros- e ir a colonizarlas. Migrantes, pues.

Pero desde que un buen día nos fijamos en que había tierras más allá del oeste peninsular -allende la mar océana-, nos dio por emigrar -por lo que fuera- y ya eso de emigrar, a partir de ahí, fue coser y cantar.

Sí, somos un país de emigrantes. Pero para compararnos como hoy se hace hay que tener claros una serie de detalles -con mucha importancia- que ya nos ponen en caminos divergentes. Aceptamos el concepto, pero no las formas.

Es que a los españoles nos va la marcha -insisto en el ADÑ patrio- y en cuanto comenzamos a visitar las islas de la Macaronesia[7] -y en cuanto tomamos posesión- la cuestión fue desplazar peninsulares para vivir en ellas. Para mí que fue en ese instante cuando -de verdad- comienza la historia de la emigración ibérica. Así pues, pontifiquemos: nos convertimos en migrantes al arrancar el siglo XV; el proceso de las migraciones españolas dio comienzo con los inicios del siglo XV.

Comenzó por la Macaronesia. Hasta entonces, sólo las islas Canarias habían interesado[8] -a mallorquines, castellanos, portugueses y genoveses- para incursiones esclavistas -actividad mercantil de moda de aquellos tiempos- y para algo del comercio de púrpura a través de la orchilla[9], que -parece ser- fue lo que llevó al normando Jean de Béthencourt a lanzar la primera operación de conquista canariona en 1402 ocupando primero La Graciosa y luego Lanzarote, donde establecieron la primera fortificación para colonos, a la que llamaron -que tiene su miga- Rubicón; que me suena al río frontera en la península itálica que los generales romanos debían cruzar desarmados para no desafiar a la metrópoli. No obstante, desafiemos al Atlántico.

El Béthencourt este tenía relación con hilaturas y tejidos en su tierra natal y le interesaba, en principio, el tinte. Y que si el tinte para arriba y que si el tinte para abajo, terminó como señor de las Canarias y terminó el normando ofreciendo a Enrique III de Castilla la propiedad de aquellas islas; y hasta consiguió del Papa Luna, el antipapa Benedicto XIII, una bula para animar a una cruzada contra los infieles isleños, los majos (aborígenes de las islas de Lanzarote y Fuerteventura), que ya habían comenzado a ser esclavizados en razias esporádicas en el siglo XIV. Y como el que no quiere la cosa, familias enteras oriundas de tierras castellanas emigraron a aquellas islas. El inicio de la emigración peninsular.

A partir de ahí, de las Canarias, aquello ya fue un sin parar hacia el nuevo continente en cuanto Colón lo puso en el mapa.

En esto de la emigración, se estima que entre 1492 y 1950, entre 5 y 7’5 millones de españoles emigraron al Nuevo Mundo[10]. Al principio, imagínense aquellos cascarones para transportarlos, fueron unos pocos de miles. Hay constancia de la mayoría de los embarcados entre 1492 y 1546; pero desde entonces -1546- se necesitaban un permiso, expedido por el Consejo de Indias y ahí la burocracia nos lo documenta. Y también habría irregulares en esto, que no quedaron contabilizados, pero pocos.

Y este sumar de españoles con destino a América el periodo mejor datado del proceso ocurrió entre 1880 y 1930. La Estadística general de la migración española, publicación anual del Ministerio de Trabajo es fantástica. En el compendio de 1929 los gráficos son formidables y señalan ese año un número altísimo de mujeres con menores y reflejan, al mismo tiempo, el regreso de muchos. Porque migrar es emigrar con la intención (o la realidad) de tener que volver.

En fin, que, por ahí, en libracos y documentos olvidados están los nombres de los españoles que fueron al Nuevo mundo: desde los grandes conquistadores y expedicionarios al último de los chiquillos que acompañó a sus padres en la aventura de ultramar; lo mismo tropa que familias, la Casa de la Contratación -primero en Sevilla, luego en Cádiz[11]- lo anotaba todo.

Comenzó esta aventura de migrantes al Nuevo Mundo con andaluces de Huelva, Sevilla y Cádiz; y con el tiempo pasamos a extremeños, gallegos y de otros puntos de la Corona de Castilla. Hay pocas referencias a aragoneses en la conquista de América, pero también los hubo[12].

Al principio fue la corona española la que animó el proceso[13]. Los Reyes Católicos fomentaron, regularon y hasta prohibieron, en un momento dado, la emigración a América, pero después de ellos, especialmente durante los siglos XVII y XVIII, el propio ciclo de la vida, las crisis de subsistencia, las grandes desigualdades sociales y las limitaciones de acceso a los recursos -como ahora en muchísimos casos- fueron las que llevaron a muchos españoles a emprender la aventura migratoria. Y no te cuento lo de la segunda mitad siglo XIX y arranque del XX…

Bueno, sí. El periodo más duro de la emigración patria se desarrolló entre 1880 y 1930[14]. En varios libros y muchísimos trabajos de investigación sobre el tema, tirando de fuentes oficiales, se cifra en, aproximadamente, cuatro millones el número de emigrantes españoles que salieron de la península e islas en esas cinco décadas. Argentina y Cuba acogieron el mayor porcentaje en un flujo continuo, alentado por los distintos gobiernos y fortalecido por existencia de redes familiares en aquellos países donde la existencia de una infraestructura económica, social, familiar y política fue determinante[15] para el éxodo; lo ya nos plantea una diferencia clarísima con el momento actual.

Pero en ese mismo tiempo -terrible- también el norte de África fue el objetivo migratorio. Y como el protagonismo de esa emigración corresponde a las zonas mediterráneas, lo destaco. Desde Alicante, Murcia y Almería, incluso desde las Baleares, miles de españoles migraron a las regiones norteafricanas de Orán y Argel. Aquello significó una alternativa a la miseria y a las malas condiciones de vida peninsular, pero también tuvo un significado importante para Francia porque utilizó a aquellos españoles como elemento fundamental para la colonización y, especialmente, la occidentalización de Argelia. En 1862 -¡Ojo, al dato!, que decía Butanito- un convenio hispano-francés reconocía a los españoles unos privilegios que no tenían otros extranjeros; así, en 1896 más de la mitad de los trescientos mil europeos en el Oranesado eran españoles; amén de los nacionalizados franceses. En 1931 los españoles componían la mayor colonia extranjera existente en aquel país.

Sí, el nuestro es un país de emigrantes; al menos -insisto- desde el siglo XV. Vamos, que tenemos experiencia en esto; en lo malo, en lo peor y en lo pésimo, que de todo hubo. Pero siempre aparece un decreto ministerial o un convenio internacional por medio.

En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes está disponible un trabajo sobre inmigración que destaca que “Durante el siglo XIX en este país la emigración llegó a ser considerada como “un azote para la nación”, por lo que suponía de pérdida de brazos, de inteligencias y de esfuerzos provechosos para la patria. Esta opinión quedó reflejada en documentos de la época. Por ejemplo, en el Real Decreto de 18 de julio de 1891 del Ministerio de Fomento que creaba una Comisión para estudiar los medios para contener la emigración. Ya entonces se era consciente de que la emigración acarrea un sinfín de calamidades al emigrante. Otro documento oficial anterior, la Real Orden del Ministerio de la Gobernación de 16 de septiembre de 1853 advertía en su Exposición de Motivos que los emigrantes se exponían a ‘los abusos a que suele dar lugar la codicia de los especuladores que, llevados de sórdido interés, conducen a veces a los que emigran hacinados en estrecho espacio y sin las condiciones sanitarias que el decoro, la moral y hasta la humanidad misma reclaman’[16].

Se nos iban muchos; tantos que llegó el momento en que la emigración fue considerada una grave ofensa a la patria y estuvo severamente castigada por la ley con penas de confiscación de los bienes de quien emigraba[17]. Aquellas antiguas leyes, como no había quien parara el movimiento, fueron abolidas a principios del siglo XIX por los constituyentes de Cádiz.

Ya en el siglo XX, en 1924 -bajo la dictadura de Primo de Rivera-, se aprobó un Real Decreto por el que se creaba la Dirección General de Emigración (que pasaba a depender del Ministerio de Trabajo) con funciones específicas para proteger y tutelar a los emigrantes españoles. Pero -¡Tate!, aquí hay tomate- las navieras y las agencias de emigración -que ya funcionaban en la vieja piel de toro- siguieron controlando y operando, al margen de esa Dirección General y con bastante autonomía. La cuestión era la falta de organización del nuevo organismo con los consulados españoles y los gobiernos extranjeros, lo que limitó la eficacia de la protección al emigrante. Y hasta podemos hablar de un fracaso en el control de la emigración clandestina (irregular) hacia Argentina o Cuba. Nicolás Sánchez-Albornoz definió esa dirección general como “una iniciativa pionera fallida; más intento simbólico que una herramienta eficaz[18].


Durante la República se intentó reestructurar esta dirección general sin éxito; y ya en el franquismo la emigración quedó en manos del Instituto Español de Emigración, un organismo creado por un Decreto de fecha 23 de febrero de 1956 y que tenía como objetivo “organizar, controlar y proteger la emigración de trabajadores españoles al extranjero de forma legal y ordenada[19]. La cuestión principal que en él anidaba era la de promover una imagen positiva del régimen franquista en el exterior al tiempo que ofrecer asistencia y servicios a los emigrantes en aquellos países (casas del emigrante, centros culturales, cursos de idioma y formación previa al viaje) así como el principal: canalizar las remesas que enviaban los emigrantes al Estado, cuestión clave para la balanza de pagos. De él se ha dicho -y no sin razón- que trataba a los emigrantes como instrumentos económicos y propagandísticos. Hay quien le achaca otras misiones: evitar la salida del país de mujeres, de trabajadores especializados y de obreros políticamente conflictivos. Lo cierto es que funcionó a pesar de la lentitud burocrática tan española.

Pero con todo y eso, el Instituto Español de Emigración fue clave en el segundo gran periodo de emigración, no menos duro que el primero, que se dio entre 1950 y 1974, entonces con principalísimo destino a Europa, donde cerca de tres millones de españoles encaminaron sus pasos a Francia, la República Federal de Alemania (RFA) y Suiza; aunque entre 1950 y 1960 también salieron hacia América más de un millón de emigrantes, de los cuales entre 33 y un 57% -según fuentes- retornaron a España después de varios años.

La cuestión siempre fue migrar: irse con la única intención de sobrevivir y regresar, si es que había suerte, con el bolsillo un poco más lleno[20]. Emigrar es irse para no volver; inmigrar es hacer eso dentro de un mismo país. Migrar es hacerlo con la mente fija en volver.

Tras la guerra civil y la autarquía, en una España hecha unos zorros y con una Europa enfrascada en otra guerra -la IIGM-, las cosas no marchaban nada bien y seguimos migrando -pero muy poco- a América.

Y a partir de 1945 se nos abre un periodo oscuro en el que se impidió incluso la inmigración peninsular[21]; hasta 1957. Pero también es la fecha en que, pese a las restricciones, arranca el segundo gran periodo emigrante español con dos flujos sucesivos: el primero de los flujos, que llamaremos el ultramarino (1945-1960), se centró masivamente en los destinos latinoamericanos (Argentina, Brasil, Venezuela etc.), y el segundo de los flujos, que llamaremos continental (1960-1980), cambió de rumbo y medio dirigiéndose, por vía férrea mayoritariamente, hacia los países desarrollados de la Europa occidental: Francia, la República Federal de Alemania, Suiza e incluso Inglaterra que ya habían superado el trauma económico de la IIGM.

Y era tal la necesidad de migrar que el impedimento del idioma no fue barrera. Y aquí entra en liza otra peculiaridad de nuestra faceta emigrante: siempre existía un núcleo de españoles en el país destino. Sí, y esto es de capital importancia. El punto de destino de aquellos españoles migrantes en busca de trabajo y fortuna era siempre un lugar en el que ya existiera una numerosa colonia española instalada, por lo general, muchos años antes. Y los ya instalados contaban con mejores condiciones que las que se disponía en la madre patria.

Pongamos el caso de Argentina. Según el censo argentino de 1947, unos 750.000 españoles residían allí ya, en “la Argentina de la abundancia[22] de Juan Domingo Perón cuando llegaron los flujos migratorios. Y les fue bien, muy bien; pero duró lo que duran tres piedras de hielo en un güisqui on the rock.

Con el primer plan quinquenal el gobierno peronista nacionalizó los ferrocarriles (los británicos estaban KO tras la IIGM), creó su flota mercante -que llegó a ser la cuarta del mundo-, y conformó Aerolíneas Argentinas. Se iniciaron importantes planes de vivienda y se acometieron enormes inversiones en salud, educación y energía. Se crearon miles de puestos de trabajo y los salarios reales aumentaron un 50% entre 1945 y 1948, convirtiendo a la República Argentina en un Eldorado sin paragón cuando en España, en ese mismo tiempo, el PIB del país “crecía” en un –0’9% (menos cero, coma nueve por ciento) y sobrevivíamos en miseria autárquica a regañadientes.

Pero 1950 marcó la inflexión. Fue cuando se comenzaron a verse en Europa los primeros frutos de la reconstrucción impelida por el Plan Marshall -European Recovery Program (ERP)- que llevaba en marcha desde 1948 gracias a los 13.000 millones de dólares de la época que obraron el milagro de la reconstrucción. Se necesitaba mano de obras a destajo en Europa justo en el momento en que las crisis económicas se adueñaron de los países de Latinoamérica. Y se produjo el viraje del flujo migratorio español. Cambió el rumbo y el medio de los migrantes españoles que dejaron el barco y la meta puesta a occidente y tomaron el tren que salvando los Pirineos les dejaba en Francia, Suiza o Alemania.

Y nuevamente los españoles emigraban hacia destinos donde ya existía una colonia asentada. Por ejemplo, en la Francia continental de 1956, entre emigrantes de etapas anteriores y exiliados de la Guerra Civil, estaban ya censados cerca de 300.000 españoles. Y se firmaban -¡Ojo!- acuerdos bilaterales con esos países que llegaban incluso al campo de la Seguridad Social. Esto es ya de por sí una clarísima diferencia a tener muy en cuenta en cuanto hablamos de inmigración ahora mismo.

Pongamos los años 50 en antecedentes patrios. España, con todo lo que acarreaba, entró en la década del cambio; pero no se manifestó igual para todos los españoles, aunque sentó las bases del “milagro español[23]. Los gobiernos franquistas que se sucedieron en la década se pusieron las pilas -primero la firma del Concordato con la Santa Sede (1953)- y al socaire del concepto Guerra Fría llegó todo lo demás: los Pactos de Madrid (con los EEUU, 1953), el (re)ingreso en la ONU (1955), el retorno a la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 1959), el ingreso en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), más conocido como el Banco Mundial (1958), y la entrada en la Organización Europea de Cooperación Económica (1959)… Entonces, en toda esa década, el PIB por habitante real en España creció un 3’5% anual, frente al decrecimiento de la etapa 1935-1950.

Las causas del crecimiento fueron las lógicas: el fin del aislamiento internacional, la llegada de algunos dólares frescos, las depreciaciones de la peseta y la reorientación parcial de la política económica. Y la llegada del turismo. Comenzamos a crecer, pero al crecer sin convergencia aumentaron los desequilibrios. Es en esta década cuando se produjo un espectacular trasvase de trabajadores del campo a las ciudades, con sus familias. Casi tres millones de españoles migraron por el país de forma espontánea y caótica para salir del agro (siempre en bajo rendimiento) y establecerse en ciudades (fabriles), no siempre en condiciones mínimamente dignas. Es la historia del éxodo rural español[24] con españoles que lo dejaban todo -que muchas veces ni siquiera era nada, pues eran jornaleros- y se iban (con una mano delante y otra detrás) a trabajar a las ciudades. El boom económico que se fraguaba necesitaba de una gran cantidad de mano de obra para la industria, la construcción, la automoción y los servicios en las ciudades. En paralelo a esto, los medios de producción agraria (muy precarios hasta entonces) se modernizaron con una incipiente mecanización de las explotaciones, con lo cual, en el campo empezaron a sobrar brazos. Un doble factor de ignición del proceso explosivo y un único elemento que explotó.

Y como no siempre se conseguía lo muy necesitado y buscado, aquella triste realidad “de éxito” empujó más allá de los Pirineos a una ingente cantidad de españoles. Los distintos autores marcan una horquilla entre 1’5 y 2 millones de españoles que se marcharon a distintos países europeos donde, insisto, siempre había una colonia de españoles que anunciaba la existencia de trabajo; y en seguida hubo convenios por medio. El país no quería perder fuerza laboral (pese a todo) y gustaba de controlar la realidad.

Fue el tiempo del famoso Plan de Estabilización (año 1959), diseñado por los ministros tecnócratas Alberto Ullastres (Comercio) y Mariano Navarro Rubio (Hacienda) -junto a los economistas de la talla de Enrique Fuentes Quintana y Juan Sardá- que estuvo bendecido por el director-gerente del Fondo Monetario Internacional, Per Jacobson, y permitió a España un crecimiento del 6,4% anual entre 1960 y 1973.

Aquel plan, concebido como antesala de los Planes de Desarrollo implicaba unas muy duras y decididas medidas. Lo mejor es que clausuró el mal sueño falangista de la autarquía; lo peor es que forzó a numerosas empresas antiguas a cerrar o a realizar expedientes de crisis con los correspondientes despidos de trabajadores que pasaron a engrosar el paro. Eso sí, España pasó de tener en 1959 una deuda de 2 millones de dólares a disponer, en 1960 -en tan sólo el primer año-, de un superávit en su balanza de pagos de 81 millones de dólares. En el período que va de 1960 a 1975, el Producto Interior Bruto (PIB) pasará de los 633.000 millones de pesetas hasta los 5.870.000 millones. Aquello fue brutal, pero no todo el país estaba en condiciones de integrarse y adaptarse de forma inmediata.

En diciembre de 1960, España ya lograba un saldo positivo en su balanza de pagos de 500 millones de dólares, pero, aún así, muchos españoles tuvieron que emigrar.

Y lo hicieron hacia los países industrializados de Europa (y a la vendimia francesa) donde la coyuntura era diferente a la nuestra. Es cierto que los créditos del Plan Marshall fueron determinantes, pero clave fue la buena capacidad organizativa de estos países. De todos es conocido el caso de la República Federal de Alemania que para 1950 ya había recuperado el pulso de su economía y necesitaba mano de obra extranjera porque las bajas sufridas en la IIGM afectaban a su población activa. Así, la RFA se convirtió en la meta de millones de españoles, italianos, portugueses, griegos y turcos.

En 1952 ya había un Convenio de Intercambio de productores con la RFA; en 1960 fue ampliado y mejorado en el marco del llamado sistema de “trabajadores invitados” (Gastarbeiter). Acuerdos bilaterales con Francia, desde 1950 y convenio en 1969; la emigración espontánea inicial se canalizó de inmediato. Acuerdos laborales con Suiza y convenio desde 1961. Y, hasta un placet con el Reino Unido, donde nunca hubo convenio. En 1956, España había creado el Instituto Español de Emigración para fomentar y regular estos movimientos, y en 1960 se promulgó la Ley de Bases de Ordenación de la Emigración, que consolidó la política migratoria del régimen franquista.

Gustará o no, pero aquí hubo ya un entresijo regulatorio y legal. Estos convenios permitieron la emigración laboral de cientos de miles de españoles bajo condiciones reguladas. Con la RFA se estableció hasta un sistema de selección, transporte y contratación de trabajadores supervisado por ambos Estados. Con Francia, al acuerdo del 69 formalizó la situación de muchos trabajadores ya instalados. Con Suiza se crearon oficinas de contratación conjuntas, y se garantizaba el equiparamiento en derechos laborales y sociales a los emigrantes.

No me insistan, que no es lo mismo, aunque en La Patria en la Maleta[25], uno de los estudios más detallados sobre la emigración española a Europa, José Babiano y Ana Fernández señalan que de los más de dos millones de españoles que migraron a Europa entre 1960 y 1973, más de la mitad lo hicieron de forma irregular; irregularidad que matizan; “buena parte de ellos solo eran ‘ilegales’ a los ojos de las autoridades españolas”. Babiano y Fernández cuentan que la mayoría de los emigrantes optaban por salir de España con un visado de turista y buscar trabajo de forma independiente en los países de destino ayudados por familiares o paisanos que residieran allí.

Si, en aquella España, estando el Instituto Nacional de Emigración, emigrar fuera de los cauces habilitados era delito; pero las propias autoridades franquistas nunca se emplearon a fondo en perseguir a estos “infractores” que traían divisas.

En el ángulo opuesto, quizá alguno no lo recuerde y otros muchos -en un alarde de estulticia- prefieran ignorarlo, pero con la RFA se firmaron convenios de Formación Profesional en el marco de los acuerdos de emigración laboral. Así, jóvenes españoles viajaron a la llamada Alemania Federal para formarse profesionalmente entre 1960 y 1973, primera crisis del petróleo. Alemania, como reflejamos unos párrafos más arriba, necesitaba mano de obra cualificada y vio en la formación de jóvenes extranjeros -de entre 17 y 21 años, sin cualificación profesional o con estudios básicos- una forma de cubrir sus necesidades laborales.

Dependiendo del oficio se formalizaban contratos de entre 2 a 3 años en el sistema dual alemán de formación teórica en escuelas profesionales y práctica en empresas con remuneración durante la formación y protección por la legislación laboral alemana. Muchos de aquellos jóvenes se integraron en el mercado laboral alemán; otros regresaron a España con una cualificación profesional sólida. Tengo en mente hasta cinco casos de ingenieros electromecánicos que con 17 años llegaron allí, con apoyo logístico gestionados en parte por el Instituto Español de Emigración (IEE) y las Bundesanstalt für Arbeit (agencias de empleo alemanas) y tras dos décadas allí volvieron a España.

Aunque, lo de Francia es lo que más se pudiera llegar a asemejar a ciertos casos de lo que acontece con africanos y de otras nacionalidades que nos llegan a estas alturas del siglo XXI. Miles de españoles viajaban cada año, especialmente entre agosto y octubre, a trabajar en la vendimia por el Languedoc, la Borgoña o Burdeos. Se trataba de emigración temporal: voy, vendimio y vuelvo. Muchos trabajadores iban por su cuenta, sin contrato previo o sin una mediación estatal efectiva. La CGT francesa denunció tratos vejatorios, salarios ínfimos y condiciones humillantes a todos los que acudían sin contrato a través de intermediarios. Pero, aun así, se iba. Sergio Molina tiene un libro sensacional: Las uvas de la ira: identidad y lucha de los temporeros españoles en la vendimia francesa, 1960-1977[26].

Dicho esto, podemos admitir que, a los españoles de hoy, de ayer y de siempre, y a los emigrantes que nos llegan hoy les puede traer hasta aquí la misma motivación social y económica. Sí, huyen, como huían los de aquí, de la falta de futuro. Realizan los trabajos que descartamos en la condiciones más duras y menos remuneradas. Están expuestos al desprecio y a la desconfianza, condicionados por el racismo y hasta en camino de la exclusión social. Y llegan de forma irregular y carentes de documentación. Sí, el fondo es el mismo; pero el tiempo y las condicionantes son distintas.

Los españoles de mitad del siglo XX emigraban -masivamente- dentro de acuerdos bilaterales entre Estados y luego, con la entrada en la CEE (hoy UE), pasaron a ser ciudadanos comunitarios. La emigración de los 60 fue masiva, pero menos criminalizada que la actual. Hoy, la política de fronteras de la UE es mucho más dura.

Los españoles compartían cultura similar con la de los países de acogida; incluso religión. Y en el caso de Hispanoamérica, lengua. Los migrantes que nos vienen provienen de culturas y subculturas diversas (musulmana, subsahariana, asiática) y eso acentúa la percepción de la alteridad (ser diferente) en las sociedades receptoras.

Los emigrantes españoles solían viajar en tren o autobús, a menudo organizados. Hoy, las miles  de personas que nos llegan cruzando el Mediterráneo lo hacen en pateras, con altísimo riesgo para su vida.

No, no es lo mismo. Y no es que haya emigrantes de primera y de segunda. Hay personas que emigran en un tiempo que es distinto hasta en el concepto cultural.

Me llego a hacer la idea -y veo estudios e informaciones- de lo que de verdad sucede en sus países de origen e imagino que, como en la España de los cincuenta en adelante, la emigración suele venirle de perlas a los gobiernos de estos países; aquí fue una válvula de escape y seguridad ante las tensiones sociales provocadas por el paro, las huelgas y los masivos desplazamientos de las poblaciones rurales empobrecidas hacia las grandes ciudades. En lo que leo ahora de por ahí no siempre es así; faltan estructuras.

En lo que más coincidimos -y, aún, así, con diferencias- es con lo de las divisas, fundamentales para solventar problemas con la balanza de pagos y sostener la economía nacional. Ahora mismo, muchos de estos emigrantes que nos llegan contribuyen, también, a la economía de sus países. En el caso de Gambia estas remesas superar el 20% del PIB nacional; y en el caso de Nigeria el propio Banco Mundial señala que en 2023 por ese concepto los nigerianos en Europa remitieron más de 19.000 millones de dólares. Pero este es hoy el gran negocio de Western Union o MoneyGram.

Las remesas de los emigrantes solventaron los grandes problemas de España durante muchos años. Solamente en 1973, el año que estalló la primera crisis del petróleo, las remesas de divisas enviadas alcanzaron los 53.000 millones de pesetas[27]. Y en el periodo 1953-1973 se estiman que remitieron a España 6.000 millones de dólares[28].

Los emigrantes españoles solían vivir de forma muy precaria, tanto los legales como los irregulares. Esto se debía principalmente al deseo de ahorrar y enviar el máximo de dinero a la familia; las divisas famosas. Los emigrantes que nos llegan tienen complicadísimo el poder vivir, incluso de forma precaria.

Por lo general, los migrantes españoles en Europa previos a la primera crisis del petróleo recibieron la solidaridad de sindicatos y organizaciones de trabajadores. Ahora es cuestión problemática.

Eso sí, hay una coincidencia en una impronta xenófoba, no muy marcada en los cincuenta, por ciertos sectores de la sociedad receptora europea y algunos medios de comunicación que fue transformando el paso del tiempo y que a estas alturas del siglo XXI tiene otros tintes y condicionantes.

La memoria colectiva sobre los emigrantes españoles en Europa les representó como duros trabajadores temporales, muy eficientes, con estancias relativamente cortas, aunque decenas de miles de españoles se quedaron en sus países de destino. Según Carlos Sanz, más del 70% de los 137.000 españoles que vivían en Alemania en 1981 llevaban en el país más de diez años[29]. Algunos siguen aún allí.

Ahora mismo nos encontramos con un batiburrillo de percepciones según el color del cristal con que se mire.

Y otro elemento diferenciador que no quiero olvidar fueron las Casas de España.

Un español, de emigración, sabe mucho; y más de añorar la patria por mucha ideología que se tenga.

Las “Casas de España” fueron creadas por emigrantes españoles como asociaciones en el extranjero para ofrecer apoyo mutuo, integrar culturalmente a los recién llegados y mantener vínculos con la madre patria y el terruño. Su implantación comenzó en el sigloXIX y se consolidó en el XX

La primera generación de estos centros surgió ya a finales del siglo XIX en la isla de Cuba: el Centro Gallego de La Habana (1879) o el Centro Asturiano (1886). Pronto, canarios, catalanes y vascos les imitaron y el fenómeno saltó al continente entre 1880 y 1930 en Argentina, México y Uruguay. En Europa se gestaron asociaciones similares desde finales del XIX, pero estas consolidaron su forma moderna sobre todo en el exilio de posguerra y la emigración laboral del franquismo. En Europa la cosa comenzó enviando capellanes católicos a parroquias frecuentadas a partir de 1966; y ya desde 1971 se puso en marcha una red de casas por Alemania, Francia, Holanda, Suiza y Bélgica, que hasta llegaron a Australia, un lugar poco estudiado de la emigración española.

No obstante, en Europa ya funcionaban, desde los inicios del XX, los centros asturianos (en Bruselas, París y varias ciudades suizas); los círculos catalanes eran legión, empezando por el Marsella que funciona desde 1918; las casas vascas y los centros gallegos ya le habían tomado al IEE la delantera… porque la morriña, el recuerdo de la patria, cuando la migración forma parte del ADÑ, es muy fuerte.

Cuidado con la vara de medir en esto de las migraciones: respeto y consideración, pero atención a los conflictos de identidad y la discriminación estructural que son las asignaturas pendientes. Considero que España acoge, reconoce y valora a los emigrantes; incluso a las segundas generaciones, pero el momento de la cuestión es determinante.

 

En el Paseo de Rosario Acuña (paseo del Rinconín) de Gijón está la escultura de Ramón Muriedas, la madre del emigrante, que en una insensatez supina llegan a llamarla "la local del Rinconín". vale que es en estilo moderno y expresivo, pero es un icono de la incertidumbre por la marcha y la nostalgia. En Garachico, Tenerife, en Risco Partido, con un vacío en el pecho, a la altura del corazón está el monumento canario a la emigración. Y en el Concello de Negreira, en A Coruña, una obra de Gracía Branco representa la dura escena familiar de la marcha.

En el pueblo de Padul, en el Valle de Lecrín, Granada, y en la antigua estación del tranvía de Padul a Dúrcal, que funcionó en 1923 y 1974, está esta obra de Julio Martín Villanueva que retrata la partida impuesta por las necesidad sujeta a la incertidumbre de un destino que ignora y el poco equipaje es el testimonio de sus limitaciones.

Dicen que es Bruno Catalano quien mejor refleja el vacío de la partida del emigrante. La serie se llama viajeros; y hay metálicos viajeros de estos repartidos por casi todo el mundo.


[3] Articulación situada entre la parte inferior de la pierna y superior de la caña, y a la cual se deben los principales movimientos de flexión y extensión de las extremidades posteriores en los cuadrúpedos.

[6] Francisco María; en OKdiario. La diáspora se refiere a los descendientes de españoles que viven en otros países y que mantienen vínculos culturales y emocionales con España. La diáspora española es especialmente importante en América Latina, donde hay una gran cantidad de personas de ascendencia española. https://okdiario.com/historia/espanoles-mundo-emigracion-diaspora-10899477

[7] Macaronesia es el nombre colectivo de cinco archipiélagos del Atlántico Norte, más o menos cercanos al continente africano: Azores, Canarias, Cabo Verde, Madeira e islas Salvajes que españoles y portugueses dominaron y colonizaron.

[8] Tartesios y fenicios debieron de ser los primeros en avistar la silueta del archipiélago; su existencia llegó más tarde al conocimiento de historiadores y geógrafos clásicos como Plutarco, Plinio el Viejo y Ptolomeo. Hay constancia de que en el Imperio Romano (desde el siglo I aC) hubo asentamientos; luego llegaron los bereberes. Desde el siglo XIII hay referencias a expediciones de marinos genoveses, lusitanos, mallorquines, catalanes, andaluces y vascos que se aproximaron a las costas canarias en busca de riquezas desconocidas y esclavos (y también para difundir el cristianismo). Los navegantes mallorquines tuvieron especial protagonismo en esas décadas; sus informaciones sirvieron de base para el Atlas Catalán del mallorquín Abraham Cresques, de 1375, un documento fundamental que recogía el nombre actual de las islas del archipiélago y que fue utilizado para otros viajes. Al inicio del siglo XV dos aventureros normandos (franceses), Juan de Béthencourt y Gadifer de la Salle, fueron los primeros conquistadores, guiados por la leyenda del oro africano. Béthencourt cedió sus dominios a su sobrino Maciot, que en 1418 se los vendió al conde de Niebla; y a las islas llegaron nobles castellanos y familias, desde 1479. Ese año, los Reyes Católicos y Alfonso V de Portugal firmaron el tratado de Alcaçovas, por el que se acordaba el reparto de los territorios atlánticos que cada monarquía reclamaba para sí. El tratado reconocía la soberanía de Portugal sobre las islas de Madeira (descubierta en 1419; colonizada desde 1425), Azores (d, 1427; c, 1439) y Cabo Verde (d, 1460; c, 1462) mientras Castilla se adjudicaba el control sobre las Canarias. A finales del siglo XV, Alonso Fernández de Lugo terminó la conquista de Gran Canaria y Tenerife tras librar una serie de duras campañas contra los indígenas de las islas; su colonización fue inmediata.

[9] Roccella canariensis es un liquen conocido como orchilla del que se extrae un colorante natural, la orceína, y utilizado para el color púrpura. Especialmente valorado por los antiguos romanos y por los comerciantes y fabricantes de paños genoveses y venecianos en el siglo XV. Fue uno de los principales productos históricos de exportación de Canarias, donde se da en acantilados orientados a los vientos alisios.

[10] Consultados los trabajos de V. Aubrey Neasham, Ciriaco Pérez Bustamante, Juan Friede, Mario Góngora, Peter Boyd-Bowman, James Lockhart , Ángel Rosenblat, Francisco Solano, Fermín del Pino y Carlos Martínez Shaw.

[11] La Casa de Contratación fue instalada inicialmente (1503) en las Atarazanas de Sevilla, pero ese lugar estaba expuesto a las riadas y era perjudicial para las mercancías, por lo que pronto fue trasladada al Alcázar Real, y allí quedó instalada en la sala de los Almirantes, hasta que fue trasladada a Cádiz en 1717. En junio de 1790, Carlos IV mandó suprimirla dejando en su lugar un juez de arribadas como lo había en los demás puertos habilitados para el comercio con América.

[12] Fernando Boyl, Juan Vidal, Pedro Portet, Francisco Garcés, Melchor de Alavés, etc.

[14] Para este periodo Nicolás Sánchez Albornoz destacó el concepto “emigración en masa”, porque en Europa el periodo comprendido entre los años 1820 y 1930 tiene registrados alrededor de 60 millones de europeos que emigraron a América.

[18] Sánchez- Albornoz, Nicolás (compilador). Españoles hacia América. La emigración en masa 1880-1930. Alianza Editorial. Madrid. 1988. Cuadernos de Historia, ISSN 0719-1243, Nº. 9 (Diciembre), 1989, págs. 210-215

[21] Hubo un tiempo en que fue necesario un pasaporte interno de marcada impronta política, ya que para ser concedido era preciso contar con un informe político-social favorable de la Dirección General de Seguridad. Este pasaporte estuvo vigente hasta 1948 para poder emigrar entre las distintas provincias. Incluso hasta 1942 para poder desplazarse entre municipios de la misma provincia.

[22] Crédito a España de 350 millones de pesos, 400.000 TM de trigo, 120.000 TM de maíz, provisión de carne congelada, legumbres, aceites comestibles y otros productos. Y, además, la visita de Eva Duarte.

[23] Período de desarrollo y crecimiento excepcionalmente rápido en todas las áreas principales de actividad económica en España durante la última parte del régimen franquista, de 1959 a 1974, en el que el PIB promedió una tasa de crecimiento del 6,5 por ciento anual, y fue en sí misma parte de un período mucho más largo de una tasa de crecimiento del PIB superior al promedio de 1951 a 2007.

[27] Informe Banco Mundial: 916 millones de dólares en remesas; al cambio (57’8 pesetas por dólar de media anual), 52.994 millones de pesetas

[28] Cálculo complicado porque España adoptó el sistema de Bretton Woods en julio de 1959, estableciendo el cambio inicial con el dólar el 17 de julio de 1959: 60 pesetas = 1 USD.

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