18 may 2010

Manolo Ballestero y Ballestero, helmántico y cauriense, vivió en Benidorm

Vamos, no me jodas! Diría mi buen amigo Manolo Ballestero, helmántico y cauriense, fijosdalgo trasnochado, liberal de pacotilla y furibundo anticomunista, después de que el Presidente haya reconocido que la crisis es de octubre de 2008 y no haya aparecido en letras gordas, cuerpo de delito, en los principales medio del país.

A Manolo, para no ver lo que nos venía, se lo llevó Dios de esta vida miserable, como el burro la vinagre. Periodista de raza, estampa viva de otra forma de poner las cosas blanco sobre negro, la mejor pluma al este de Finisterre y lo suficientemente activo para que nadie le llamara la atención, terminó sus días en el ABC: habían nacido el uno para el otro. No en balde, cuentan, era amigo y compañero de farras charras de Torcuato (II) Luca de Tena y pupilo de su padre. Estaba más en sintonía, digo yo, con don Torcuato (I), el del siglo XIX, y leía continuamente cosas de Valle Inclán, maestro para él.

A Manolo tardaremos mucho en valorarlo en su justa medida. Atrás quedan titulares encriptados como aquél de “La sombra del pacto llega hasta el kilómetro 122”… y luego apareció en el punto kilométrico 122, de la Nacional 332, un garito noctívago llamado KM-122… y todos fueron a reverenciarlo. Serían miles las cosillas de este tipo, para un tipo que vio nacer “Ciudad” y varios periódicos más.

Siempre estaba de humor “manolero”, encabronado con el sistema. Siempre le veía un punto malo a las cosas. Algún presidente de la Generalitat cada sábado le preguntaba: Manolo, ¿qué he hecho mal esta semana? ¡Bueno! Y Manolo se lo decía. Nunca llovía a gusto de Manolo, pero ahí estaba, al pie del cañón dando forma a la palabra, ilustrando las ideas y explicando las consecuencias. Otra cosa era llevarlo al papel y mandar la crónica. El ordenador le mataba, prefería colgarse al teléfono y dictar, magistralmente, crónica y artículos; pero los tiempos iban cambiando y Manolo padeciendo. Las máquinas de escribir (mecánicas) le temían y bebía los vientos por una Underwood que hay por casa.

Lo dicho, el hidalgo trasnochado merece un homenaje. Si hay trabajos publicados sobre “periodistas modernos” del XIX, deberíamos hacer al menos uno sobre un “periodista antiguo” del siglo XXI que recordaba el “Acta Diurna” de Julia Cesar y las “Gacetas” del XVI, pero le gustaba consultar la prensa en Internet y mancharse los dedos con la prensa impresa.

A horas del Aniversario de la Conjuración de Venecia (1618) anoche nos acordamos de él. Le encantaba aquél episodio por ser parte de la Leyenda negra española, que combatía con fiereza. Él era admirador de don Francisco de Quevedo y siempre carcajeaba contándonos aquél episodio en el Véneto en el que “don Francisco pudo huir de Venecia disfrazo de mendigo y porque hablaba bien el dialecto veneciano”. Ni que decir tiene que fue un fracaso y la flota española del Adriático tuvo que volverse a golpe de tam-tam (eran galeras). Anoche lo recordábamos mientras dábamos cuenta, en su honor, de unos “Lolas” de 'Por Larrañaga', un mareva médium que nos dejó en la gloria. Fue en honor a Manolo. Y como recordaba Marc Bolan (T. Rex). Alan Freed dice que hay cosas en la noche que es mejor no ver. Manolo lo sabía.

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