12 oct 2017

DE UN PUEBLO QUE TUVO FE; DE BENIDORM 1960




José Luís Castillo Puche fue un buen escritor, con estudios eclesiásticos y título de periodismo en el 44, amigo de Pío Baroja, jefe de Prensa del Ministerio de Educación, Premio Nacional de Periodismo (1952) y Premio Nacional de Novela (1954), director de la Editora Nacional y profesor de Redacción periodística en la Complutense madrileña.

En el ejemplar del Diario ABC del 6 de noviembre de 1960, en color, Castillo Puche publica en las páginas 21 y 22 un artículo titulado “Benidorm no pierde, con nada, su gracia de pueblo levantino y marinero”, con la particularidad de haber invertido el sentido de un fotolito y salirnos el espigón del puerto al revés.

Pero eso es lo de menos. Lo mollar está en cómo describe en periodista lo que ve; el asombro que le produce y el extasío de como lo describe. “300 construcciones de nueva planta, 98 casas rehabilitadas, 210 locales industriales de nuevo cuño” en apenas dos años, dice que le contó “el joven arquitecto Casanueva” (que imagino sería el arquitecto Casanova). Al mismo tiempo reseña y se maravilla del momento en que llega a Benidorm: “treinta bloques de apartamentos y otros tantos en construcción, doce hoteles de 1ª y otros tantos de 2ª, diez residencias y quince o veinte pensiones”, señalando a continuación que “todo el pueblo es piso alquilado”; economía colaborativa de hoy en día.


Y lo que más le maravilla es que pese al boom turístico y a la llegada de extranjeros, “Benidorm sigue manteniendo su gracia de pueblo levantino y marinero -Castillo Puche es lorquino- a pesar de fluorescentes, verbenas y festivales”.

He constatado que a los intelectuales de la época el Festival de la Canción no les atraía ni lo más mínimo; critican las letras, los ritmos, las melodías y a los intérpretes. Pero como no fue un festival para intelectuales, triunfó.

Castillo Puche, como también Fuster, Capó y otros, destacan que junto al Benidorm turístico vivía otro “erre que erre en sus lutos y en sus cales (pueblos blancos mediterráneo a base de cal), impertérrito en sus tomates en agua y sal, e indiferente al bikini y a la cocacola”.

Le gustaba al periodista el poso de tradición que anidaba en la “grata penumbra tras las persianas, las umbrosas escaleras, las africanas terrazas… Benidorm está sabiendo conservar su carácter y encanto”.

Hoy, lo que maravillaba a Castillo Puche quedó desestructurado al poco tiempo de su reportaje y ahora sólo merece el título de Casco Tradicional; tan desvirtuado quedó que no puede llamarse ni Casco Antiguo o Casco Histórico.

Pero volvamos a las amarillentas páginas del ABC, un ejemplar de 128 y colores pastel con textos de Julio Camba y otras grandes plumas, centrado, mira qué cosas, en “la trascendencia histórica de un viaje de El Caudillo a Barcelona con motivo de la Carta de Régimen Especial de la Ciudad Condal”.

Así, en medio del éxito que describe, resulta que aquel Benidorm que visitó estaba patas arriba: en obras. “Ahora mismo Benidorm es un pueblo dificultoso, incómodo; casi desagradable. Medio pueblo está levantado, lleno de zanjas y montones de tierra. Más que una ciudad de verano se diría que es zona de guerra”. Pero eso no amilana ni a los residentes ni a los turistas, encendiendo el asombro del periodista: “Y, sin embargo, la gente va al mercado que está todo rodeado y ensordecido de máquinas perforadoras y de obreros de pico y pala que aquí cavan y allá echan tierra, que en una calle arreglan la fuente y en esta otra una boca de cieno”. Y llega a la admiración: “Nunca he visto, con todo, que la gente proteste menos ante tal cúmulo de dificultades”.

Y expone la clave de esa actitud: “Por lo visto, la gente tiene fe en Benidorm y en el turismoy las obras las toman como propias”.

Ya, rayando el paroxismo, reconoce que “la principal industria del pueblo son los forasteros”. La gente lo sabe y se va implicando en el proceso, “pero todavía no han vendido la mula y el burro. Todavía, Benidorm de noche, por encima del ruido de los night-clubs, es pelea de gatos, ladrido de perros, furor de grillos y estallido de cohetes”.

Parece, explica Castillo Puche, “que Benidorm… hace dichoso al viajero. Es posible que ahora los veraneantes más que buscar oasis de descanso lo que busquen parrillas existencialistas…”. Yo me pierdo en lo de ‘parrillas existencialistas’ mientras imagino a los turistas tostándose al sol de la mañana y entre luces de neón por las noches, porque se maravilla el periodista con lo que ocurre: “la gente se ve que enloquece con este sol tostador y cegante que hace ponerse al rojo vivo a las cigarras”.

Se queja en la crónica de que “aún la carretera nacional atraviese la villa” y de que “no se terminan las obras de desviación porque el dueño de una vulgar alfarería pide que le indemnicen como si su rústica artesanía fuera arsenal atómico”. Pero al mismo tiempo elogia a las gentes de Benidorm: “Benidorm sigue manteniendo con orgullo capitana de la marinería del oficio. Benidorm ha dado durante muchos años más capitanes de barcos mercantes que muchas provincias marineras y aún hoy es puerto de origen de los más distinguidos alargavistas transatlánticos”. Se congratula de que “ya tiene Benidorm asegurada el agua -que parecía increíble y que ha costado tanto- y goza del futuro alcantarillado”.

Concluye con una verdad: “El mar no falla nunca en Benidorm”. Y en base a ello argumenta que: “Benidorm tendrá asegurado su provenir de pueblo universal en sol, luz, hospitalidad y exótico colorido”. Y creo que no se equivocaba porque entonces como ahora “quienquiera que aquí llega, aunque no tenga la comida a punto, aunque falle el butano o el petróleo, sabe siempre que el agua del mar le espera, a la hora que sea, en apetecible temperatura”.

La pincelada final de Castillo Puche es para la tradición: “Al mismo compás que Benidorm progresa y se moderniza, los benidormianos[1] siguen replegándose en el vivero de sus tradiciones. Las casas sacan brillo a las lacas y renuevan el membrillo que conserva intactas las mantillas”. Esencia de pueblo que aún anida en el meollo de Benidorm.





















[1] No tengo ni idea de dónde se saca el gentilicio “benidormianos”

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