1 ago 2020

EN GENERAL, DE LA CITA PREVIA Y LA CONDICIÓN HUMANA



DE UN SUCEDIDO EN EL CAP I CASAL: SI HAY QUE IR, SE VA; PERO IR POR NÁ…


El miedo es una emoción; emoción primaria -y desagradable- ante la percepción de un peligro. Como animales (algunos, incluso, racionales) tenemos un instinto natural de aversión al riesgo. El miedo es un mecanismo de supervivencia, por lo que es lógico que siga muy presente en nuestras vidas.

Ahora bien, expuesto esto (y que aún podríamos abundar más), ampararse en esa emoción para gandulear aún más es una actitud -¿o aptitud?, que hay gente pa tó- deplorable de la especie humana es, consiero, un delito, no tipificado.

Y como desde el 79 aC, gracias a un pretor llamado Octavius, el metus causa (por causa del miedo) es un eximente de responsabilidad, un altísimo número de servidores públicos, en distintos ámbitos de la película social de la vida en tiempos del SARS CoV2, se han agarrado a la cita previa como a un clavo ardiendo para rendir aún menos. Y no he escrito ‘trabajar aún menos’.

Desconozco la naturaleza jurídica por la que el factor eximente del miedo insuperable es utilizable como argumento para no pegar ni un palo al agua (no dar ni clavo, no dar ni golpe, no dar ni chapa, no hincarla…); pero se utiliza.

Desde que Monsieur Sans-délainos visitara’ al comenzar el segundo tercio del XIX (enero de 1833) no habíamos vivido en este país una situación igual, una vez que olvidamos la siniestra situación de la ventanilla. Dice el DRAE, para la entrada ventanilla, subsector oficinas, que se trata de una “abertura, generalmente acristalada… que permite la comunicación entre empleados y público”… y por lo general impedía ver lo que ocurría al otro lado.

Nadie como el genial Antonio Fraguas FORGES para retratar el mundo de las ventanillas… y sus servidores públicos…
Aute, Luis Eduardo, cuando compuso La Ventanilla en honor a ese ejército de servidores públicos que olvidan su función, no se imaginaba que con la cita previa esta de marras de ahora nos iba a pasar lo mismo: Si no te pilla la ventanilla ‘confesao’, la ventanilla le hace papilla al más ‘pintao’; la ventanilla, ¡que pesadilla!, la ventanilla da la puntilla al más ‘pintao’ … que es el estribillo más coreado.

Pero Aute en La Ventanilla -un infierno a ritmo de cuplé- profundizaba en la cuestión: Buenos días amable funcionario, servidor solicita su favor. Ruego a usted me procure un formulario, aquel de la franjita bicolor.

Y preparado que iba Aute, como todo hijo de vecino previsor: Traigo encima todo lo necesario: el carnet, cuatro timbres y un jamón, los penales con tufo de incensario y los certificados de adhesión (antes al Régimen; y ahora… también).

Y va, y se las da de enteradillo ante el servidor público. Va y le dice: Es en la ventanilla veinticuatro, allí es donde lo debe de entregar, convenientemente reintegrado, con una garantía prepostal…  ¡Pardiez, qué insensatez: descubrirte ante el taimado personaje: sabes a dónde vas! Pero le necesitas a él.

Y claro, pasa lo que pasa. El personaje, más agrio que un yogurt del 64, te espeta, a ritmo de jotica (Jesús Munárriz puso la voz) que… además aún le faltan siete pólizas, dos de tres, tres de cinco y dos de diez, el precepto pascual de su parroquia y la huella de un dígito del pie… cosas normales, como siempre.

Y eso que usted iba prevenido de cara a la ventanilla: Santo cielo, yo ya me lo temía, no me diga que tengo que volverPues sí: ¡Vuelva Usted mañana).

Y la pregunta del millón: ¿cómo puedo vivir sin fe de vida?

Y las naturales consecuencias: ¡ay cuando se lo cuente a mi mujer!

Pero el problema, aún cuan grande es ante la parienta, reside en que por esa gestión que choca en la ventanilla… hace ya cuatro meses que no existo; todo porqué me falta ese papel

Y te pones farruco, ante la estulticia personificada ante ti. Y vas, y dices: por favor quiero hablar con el ministro, a ver si esto se aclara de una vez.

Y te sale el funcionario de turno: Ya empezamos con la historia de siempre, ¿dónde se habrá creído usted que está?, a este le ha dado ya el delirium tremens, así es como pretenden dialogar. Ya se creen que estamos en Europa..

Y te ofrece la solución: ¡a la cola, a la calle, o a callar!... la canción termina pidiendo ¡Mas respeto que soy la autoridad!

Bueno, pues esto no ha cambiado mucho, sólo que ahora se escudan en la cita previa con tal de seguir sin dar el callo (expresión que antes no utilicé, porque significa trabajar mucho).

Y dicen que Larra colocó al gabacho Sans-délai en un retrato sobre el pecado de pereza en este país… No, pereza no es; es indolencia. Es falta de respeto a sus semejantes, insensibilidad a la situación de los demás que acuden ante él.

No estoy criticando la ineficacia; denuncio la vanidad de una minoría mayoritaria que se evidencia ante el funcionario -minoritario- que te atiende y te facilita el trámite…

-¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas pruebas. Me parece que son hombres singulares... Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca. -
Presentose con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.

A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión. Vuelva usted mañana -nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.

"Grande causa le habrá detenido", dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero: Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.

-Grandes negocios habrán cargado sobre él -dije yo. Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.

-Es imposible verle hoy -le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo.
Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. ...

Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro. De aquí se remitió con fecha de tantos -decían en uno. Aquí no ha llegado nada -decían en otro.

-¡Voto va! -dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay[1], y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?

Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!



[1] Hay quien pretende que Garibay fue un noble vascongado (Esteban de Garibay y Zamalloa) que fue amado por una mujer fea, vieja, maledicente, chismosa, avara, contrahecha y vengativa. Una vez muerto Garibay, añade la leyenda, que en el Cielo no le admitieron por pecador y en el Infierno tampoco le dieron entrada por tonto y majadero. De este modo el alma de Garibay, suspensa y sin destino definitivo, fue condenada a vagar por el espacio en castigo de su excesivo mal gusto y bobería.

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