1975 marca un punto de inflexión; 1976 comienza con un nuevo
Jefe de Estado, pero con la misma política turística. Hasta junio de 1977, con
la primeras elecciones, todo es continuismo en turismo.
A partir de 1977, un 4 de julio, se rompe con la etapa
anterior: desaparece el Ministerio de Información y Turismo. Pero será la Constitución
la que marque, ya en 1979, la política turística. Las Comunidades Autónomas
tomarán la batuta y cambia el concepto. Bueno: más que cambiar, resulta que colocó
cabezadas a un corcel desbocado como era el turismo.
Enrique Barón,
primer ministro socialista de Turismo, nombra Secretario de Estado de Turismo a
Ignacio Fuejo (que luego encontraría
acomodo en Paradores y en la Embajada española en Lisboa -consejero de Turismo-
hasta el final de su vida laboral). Fuejo marcará la década de los 80; tuteló
el traspaso de competencias en Turismo a las CCAA y se empeñó en los turismos
alternativos.
Lo de ‘tu-te-lar’ es una forma benevolente de escribir. Todas
las CCAA querían asumir turismo porque ‘vendía’
como nadie en lo político, en lo social y en lo económico… y era una nueva
forma de ver ‘quién la tenía más grande’;
muy de mocetón español en la pubertad democrática. Y como la Carta Maga no
recogió reserva competencial alguna para el Estado en materia de turismo, pues…
¡ancha es Castilla! Bueno, al final interpretaron los expertos el tema y se
repartieron las cuestiones.
Y mientras transfería competencias, Fuejo buscaba la
alternativa al turismo de Sol y Playa con lo que intensificó la promoción de
los apellidos turístico rural, verde, cultural y gastronómico desde un
departamento que cada vez tenía menos implantación territorial. Y dejando a un
lado mi secular bordería, la verdad es que con Fuejo hubo planes de modernización
hotelera y se confeccionó un Inventario turístico; hasta se reconocieron públicamente
los problemas de sector. También he de señalar que es en este periodo cuando se
comenzó a construir la rentabilidad social del turismo.
Y dicho esto, vuelvo a Fuejo y a sus cosas. De sus apoyos
firmes a aquello del turismo rural
fructificó lo de Taramundi (1985); un
Consejo de Ministros eligió el concejo astur para la experiencia pionera a
través de DITASA (Desarrollo Integral de Taramundi, SA). Y allí se creó la
primera ruta de senderismo turístico de España. Y se beneficiaron, en un primer
paso, Taramundi, Llan y Teixos. Así que, castaños, robles y abedules, en un
terreno pizarroso, comenzaron a tener atractivo turístico sin ser un lugar de
playa. ¡Cómo nos había cambiado a los españoles la democracia!
Abel Caballero fue
el segundo ministro; continuista. José
Barrionuevo fue el tercero; hizo lo mismo. Con ellos, Fuejo seguía mandando
desde la Secretaría de Estado y seguíamos sin una estrategia nacional de
turismo en los 80; sólo iniciativas concretas de las Comunidades Autónomas y
una apuesta estatal por lo verde y rural centrada en Asturias… porque los otros
dos nodos previstos fracasaron: Sierra de Gúdar-Bajo Maestrazgo y Cuacos de
Yuste. Incluso los apoyos a Peñamellera y Alto Turia también quebraron.
Destaco lo del turismo rural porque lo que no fuera Sol y
Playa hasta entonces había demostrado tener el ni el más mínimo arraigo en la
vieja piel de toro. Recordemos que lo de “Vacaciones
en casas de labranza” (1967) no pasó de ser una anécdota: “un programa cargado de buenas intenciones
pero carente de realidad” (Guarmido y Vilches, 1997). Resultó la idea franquista
un programa más consolidado que las iniciativas del llamado “neorruralismo” de
la transición -ideales para los manuales universitarios de la materia-, pero de
mínima incidencia.
La verdad es que la medida conceptual del llamado turismo rural, apoyada en pilares como que
ralentizaba el despoblamiento rural, ayudaba a las rentas de los agricultores,
diversificaba la economía de las zonas agrarias y preservaba tanto el medio
natural como la riqueza patrimonial no encontró quien le pusiera objeción
alguna.
Pero los 80 también tienen sus sombras. A Fuejo no le salió lo
de los Estudios de Turismo. A través de la Ley General de Educación intentó dar
carta de naturaleza a las enseñanzas de Turismo en el nivel medio (que se
estaba intentado desde 1963); no lo consiguió. Tampoco a nivel universitario
(habrá que esperar al año 1996; Decreto 259/96). Y plasmó su recelo (no se me
ocurre otra manera benevolente de llamar a su fobia) al turismo de Sol y Playa
potenciando insistentemente las modalidades turísticas de la caza, la pesca, de
balneario, de parques naturales y de Tercera Edad. Nacerá el programa de vacaciones
del IMSERSO (1985) a partir de la experiencia continuada de “Juntos
en Navidad” (1980).
Y vuelvo a Fuejo y a lo verde porque desde la Facultad que
tengo grabado ‘a fuejo’ esto: “hay tantos turismos como motivaciones puede
tener el turista para viajar” y, resulta que, esta del medio rural es
una; manque me pese (permítanme el
arcaísmo).
El caso es que los ochenta se nos pasaron en nada; con una
administración central apostando por el turismo rural y haciendo dejación de
funciones hacia las CCAA que camparon por sus fueros. El viejo decreto del 74 (2482/74)
sobre Medidas de Ordenación de la Oferta Turística se pasó toda la década de
despacho en despacho y en cada mesa le encontraron una utilidad a partir de la
cual hilvanar una medida sobre preferencias de uso turístico, fomentar la
construcción de infraestructuras o condicionar la posibilidad de construir
nuevas instalaciones turísticas siguiendo la nueva tendencia de respeto al
Medio Ambiente. Aquel decreto fue, como decía un veterano alcalde de Benidorm,
‘la bota de Charlot; la de pases por la
olla que llevaba y, luego de mordida, al pie’.
Y, como dije, de interpretar la Constitución dedujeron los
saben deducir cuando no pone nada que las CCAA se quedarían con la
planificación del turismo, la ordenación de las actividades e industrias
turísticas y su inspección, con lo de las agencias de viaje en esa comunidad, con
la potestad de la apertura de establecimientos turísticos y con la regulación,
coordinación y fomento de las profesiones turísticas. Para el Gobierno central
quedó la supervisión bajo la premisa de que la coordinación de la planificación
general de la economía le correspondía a Madrid y dada la importancia del
turismo como sector económico, pues eso: coordinada el turismo. Y asumida esa
coordinación, pues aquello de las relaciones internacionales que afecten al
sector turístico, lo de las agencias de viajes cuando el ámbito sea de más de
una comunidad autónoma cuando operen en más de una Comunidad Autónoma; la promoción
y, atención, “la comercialización del turismo en el extranjero” con la excusa
de que es ¡¡una actividad de comercio exterior!! Además, las cosas del Seguro turístico
y la legislación general. En un principio, también, tuvo todo lo de los títulos profesionales de turismo. Y, al
alimón, la Administración Central y las Administraciones Autonómicas asumieron
competencias compartidas en materia de subvenciones, información a los turistas
y recopilación de datos estadísticos.
La década termina con el Libro Blanco del Turismo (1990) y se abrirá con la Ponencia
Parlamentaria sobre el Sector Turístico… pero eso ya será en 1991. Otra
década.
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