10 dic 2018

DE POLÍTICA TURÍSTICA EN ESTE PAÍS (III) – De los años cuarenta, cuando nos inventamos un impuestillo por dormir en los hoteles




En 1950 casi llegamos a los 750.000 turistas. Hacía poco menos de cinco años que había terminado la IIGM y poco más de una década que lo había hecho la nuestra.

Para mí la clave estuvo en las ganas de los europeos (primero y de los propios españoles después) de olvidar la situación, en las vacaciones pagadas (que venían de antes) y en el nuevo concepto del tiempo libre que se enseñoreó de la Europa occidental. Luego entrarían en liza los niveles de renta (europeos), el automóvil y el avión, la necesidad patria de conseguir divisas y la continentalidad que llamamos ahora: la inmediatez a la Europa que podía viajar.

Pero esto tuvo su proceso.

En 1938 existían ‘las dos Españas’ y cada una tenía su ente de Turismo. Sí, estaríamos en guerra pero la estructura de la Administración lo contemplaba. El Patronato Nacional de Turismo en la España republicana y el Servicio Nacional de Turismo en la España sublevada; el primero, recordemos, adscrito a la Subsecretaría de la Presidencia del Consejo de Ministros; el segundo, a la Subsecretaría de Prensa y Propaganda, del Ministerio de la Gobernación, con el abogado y periodista Luis Antonio Bolín al frente. Y con él apareció el Turismo del Frente Militar -las Rutas de Guerra-: se llevaba allí a los corresponsales de prensa extranjeros (como cuento en unviejo post donde aludo al trabajo de Eva Concejal) y algunos invitados de postín.

En Agosto del 39, con la guerra finalizada y la paz estallada, por ley, los Servicios Nacionales -y el de Turismo era uno de ellos- se transformaron en Direcciones Generales y ahí tenemos la segunda Dirección General de Turismo que llegaría a durar 38 años como tal. Comenzó adscrita al Ministerio de la Gobernación, pero al crearse el Ministerio de información y Turismo (1951) se integró en él hasta su disolución (la del Ministerio) en 1977. A partir de 1977 al Turismo se le adjudicó una Secretaría de Estado, hasta 1982 en se suprimió -también entre 2001 y 2003- para volver a ese rango en 1996; y hasta hoy, con la excepción reseñada. Lo que nos lleva a colegir que la visión de la importancia del turismo va por barrios.

Pero volvamos a los años 40 en que lo del turismo -y todo lo demás- no fue moco de pavo[1].

La primera acción de ‘política turística’ se da en 1939, un 8 de abril (a la semana del Parte), y es la de desarrollar el control sobre los alojamientos hoteleros: habrían de disponer de permiso urbanístico especial para su construcción, la categoría iría en función de los servicios, deberían someterse a inspección administrativa, tener registro de clientes y precios máximos y mínimos; sería el SNT, al poco DGT, quien autorizaría esos precios.

Aparecieron entonces las Juntas Locales de Turismo; y por encima de ellas, las Juntas Provinciales de Turismo. La idea era seguir la estala de los Sindicatos de Iniciativas y Turismo que desaparecieron en las refriegas administrativas del reciente conflicto. Se reglamentó la publicidad turística, se volvió a dar empuje al Crédito Hotelero primorriverista buscando mejorar los hoteles sobre los que se había implementado un pequeño impuesto -la Póliza de Turismo- desde 1946 (y hasta 1964; de varios precios, en función de la categoría del establecimiento). Vamos, que no es nuevo ese de “la tasa turística versión años 40”.

Y en los años 40 la política turística planificó con ganas: se reguló la actividad de las Agencias de Viajes, se dio máxima representatividad al Sindicato Nacional de Hostelería y Similares y se aprobó el Reglamento Nacional de Trabajo para la Industria Hotelera y de Cafés, bares y Similares (1944); también se ordenó el transporte por carretera (1949) y el INI puso en marcha la empresa Autotransporte Turístico Español (ATESA) que en el 64 contó con la integración de Viajes Marsans (que también tendría su Post) y estuvo operando hasta la privatización de la red del INI en 1980, abandonando el transporte de viajeros para centrarse en el alquiler de vehículos, por lo que aún hoy es habitual ver las letras de ATESA en el lateral de furgonetas y similares.

Orgánicamente teníamos en la década de los 40 todo el panorama turístico reglamentado, pero aquella España, reconozcámoslo, era un desastre. Yo no estaba ni en proyecto, pero he estudiado y leído que, por lo menos, era la España de la cartilla de racionamiento y de malos caminos y peores carreteras con alguna gasolinera que más bien podía tener restringido o en mínimos el servicio. La España de la autarquía que en materia de Turismo estaba peor que en la penosa década anterior.

Contrariamente a la muy extendida idea, la Guerra Civil no dejó muy maltrechas las infraestructuras, fábricas y ciudades; pero los daños suponían un pesado tributo para un país técnicamente atrasado. Una cuestión clave fue la anulación de la moneda emitida por el Gobierno de la República una vez terminada la guerra. Eso fue un varapalo económico sin precedentes -de hecatombe económica lo calificaba el historiador Pedro Voltes Bou- para media España -pequeños ahorradores y empresarios que quedaron ‘al otro lado’- pero la cuestión que lo determinó, más que un supuesto odio a todo lo republicano, fue la tremenda inflación que soportaban la moneda y la economías republicanas, cifrada en unos inasumibles 1.041 puntos (Antonio de Miguel) que hubieran hundido la economía de la “nueva” España.

Era aquella España de los años cuarenta una España de postguerra donde la miseria campaba por sus fueron y unos tintes autogestionarios intentaban pretendían color -azul Mahón- a la economía: el nivel de la maltrecha renta per cápita que teníamos en 1935 no se recuperaría hasta 1953; y no es juego de cifras. Y eso, unido al boicot internacional -aislamiento y repudio internacional- será determinante. Recordemos que en 1946 hubo una condena internacional a España (Resolución 39), retirada de embajadores y unos pocos años de aislamiento económico y político (cuatro, porque fue revocado en febrero de 1950 por la Asamblea General; Resolución 386)[2] que, gracias a la Guerra Fría, EEUU rompió en 1953 con las Acuerdos. Pero España no recibió ninguna ayuda del Plan Marshall, ni fue admitida en la OTAN.

Bueno, pues pese a ello y con todo lo que caía en España y Europa, en 1946 registramos 83.568 turistas y en 1947 nos superamos hasta los 136.779 turistas. Hay datos de todos loa años de esa década y las sucesivas.

Pero bueno, a lo que vamos. Había mimbres y se habían inventado una tasa hotelera: Póliza de Turismo… que sus raquíticos ingresos generó.







[1] El origen de este modismo proviene de la España del siglo XIX, cuando era común y extendido el uso de relojes de bolsillo, que los rufianes se dedicaban a robar. Para robarlos más fácilmente, los ladrones separaban la esfera del reloj de la cadena a la que iban sujetos, que estaba a su vez fijada a un botón en las ropas de sus víctimas. La cadena quedaba entonces colgando, pero sin reloj. Estos ladrones llamaban "pavo" a sus víctimas, siendo el "moco" la cadena sin valor que dejaban colgando de sus ropas, haciendo alusión a la membrana flácida que posee el mencionado animal sobre su pico. Una vez robado, la cadena era "moco de pavo", es decir, algo que colgaba sin valor. De ahí que cuando se dice que algo "no es moco de pavo", quiere decir que no se trata de algo sin valor, sino de algo importante.
[2] En enero de 1950, el periódico estadounidense The New York Times publicó una carta del secretario de estado Dean Acheson en la que admite que la resolución 39 ha sido un fracaso, mencionando que el gobierno estadounidense estaba en disposición de apoyar una resolución que terminara con esta situación.

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