14 nov 2019

DE LA OPERACIÓN WILLI




He de confesar, no sin rubor, que me ha enganchado la serie The Crown. Me ha apasionado ver la interpretación que John Lithgow hace de un Winston Churchill en el final de su carrera política; el episodio del Gran Smog de Londres, Anthony Eden (Premio Weteler de la Paz y aquí me lo centran en la pésima gestión de la Crisis de Suez), Harold Macmillan (y su esposa Dorothy… y el lío con el político conservador Robert Boothby)… Estoy como que esperando, estamos en la etapa de Macmillan, a ver qué actriz me interpreta a Christine Keeler porque está al caer el escándalo Profumo que termina en el Hotel Bayren de Gandía con la Guardia Civil deteniendo a la chica… Seguro que no sale la playa gandiense.



Y es que de todo esto que pasa en la serie ya he escrito en este blog por una cosa u otra.

Y, aún me quedan por conocer, de seguir viéndola -que espero que sí-, a Sir Alec Douglas-Home, el breve; o a Edward Heat, el regatista; o al laborista Harold Wilson, que de origen obrero llegó a Premier y terminó como barón Wilson de Rievaulx.

Me pirra la política británica… y estoy ahí pendiente de saber si “habrá” más temporadas y veré a James Callagham hundir el país y servírselo en bandeja a la química Margaret Thatcher; luego John Major, Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron (de la Isla, como le dice “el Herrera”) y mi “Cirisa” (Theresa) May. Del rubiales actual prefiero los chistes de la prensa británica… y a tanto no creo que lleguen los guionistas de la serie.

Y no, no me interesan ni Isabel, ni Felipe, ni Margarita, ni el resto de las figuras de la estirpe.

No es lo mismo el caso de Alan Lascelles, “Tommy” Lascelles, secretario de la Reina, por la carta, de 1950, al editor del Times y la propuesta de disolución del Parlamento británico que imperó hasta 2011. Un tipo genial… y un episodio no tratado…

Por supuesto, no me interesa nada de nada el tal Eduardo, duque de Windsor. Sólo estoy esperando que me lo despachen por filonazi y ver si cuentan -se entretienen mucho en episodios como el del Gran Smog o los amoríos de Margarita- lo de la “Operación Willi”. Ojo, que si lo cuentan, ¡salimos!

Hasta ahora sólo se cita a Gibraltar, que península Ibérica es; pero no salimos para nada.

Por ahí se cuenta que la “Operación Willi” fue un intento ‘fallido’ de las SS (no debió pasar de una idea en unas cuartillas) para retener en España a la pareja y “si todo salía bien” (para los planes e Hitler), reinstaurarlo como rey de una Gran Bretaña dominada por los tropas alemanas.

Las simpatías de Eduardo por los nazis están al Orden del Día.  Antes de abdicar como rey, para el 47 cumpleaños de Hitler, Eduardo le envía un telegrama de felicitación y nada más abdicar se marca una tourné por la Alemania nazi con mucho palique con Goering y hasta entrevista con el Fhürer en el retiro de montaña de Berchtesgaden.

Y estalla la guerra -IIGM- y al duque, que tenía empleo de general de brigada, me lo mandan al Cuartel General británico en Francia y termina -parece que ya no hay dudas- en pasarles información a los nazis sobre Bélgica, con lo que lo sacan del teatro de operaciones y termina por entrar a España y llega a Madrid.

Hay un libro sobre esto que se llama “Conspiración en Madrid” (Javier Juárez Camacho, Editorial Doña Tecla; 2017) que aporta, además, el hilo de la relación de la andrógina Wallys Simpson con Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini, y con algún jerarca nazi. Es más, la boda de la pareja la organiza el excéntrico millonario francés Charles Bedaux, decantadísimo partidario de Hitler. Ya saben: verde y con asas, alcarraza.

Total que, con los duques en Madrid, en junio de 1940, la pareja decide alojarse en el Ritz (habitación 501) en lugar de hacerlo en la embajada, lejos del control de los chicos de Churchill cuando Madrid, en aquellos días, era una jaula de espías de todos los colores.

Y aquí entran en liza dos personajes de la España de Franco: Serrano Súñer, el cuñadísimo, que quiere actuar de mediador para la paz entre una Alemania victoriosa y una Gran Bretaña que prevé derrotada tratando la figura del duque como elemento clave de reposición de la monarquía, y Juan Beigbeder Atienza, ministro de Exteriores que ante la creciente nazificación de Falange estaba buscando un hilo con los Aliados, por lo que “se veía en demasía”, decían las malas lenguas -y a la postre le costó el cargo por la carga sexual de las visitas-, con Rosalinda Fox, una agente británica por la que Churchill supo que la idea general de los nazis y de Serrano Súñer era retener al duque en una finca de Ronda hasta que Hitler invadiera Gran Bretaña y le pusiera de nuevo en el trono, con su querida Wallys.

Y por Rosalinda, Churchill se entera que el duque, el indiscreto duque, no para de repetir entre sarao y sarao madrileño en aquellos doce días de farra española, que “las bombas sobre Londres pueden ayudar a traer la paz más rápido”… y aún no habían comenzado a bombardear Londres los nazis.

Como justificación a la postura filonazi de Eduardo Windsor, leo que “lo que le daba miedo era el comunismo y gobiernos como el de Hitler podían atajar su entrada en Europa”.

La gente en España del MI6 y el embajador Samuel Hoare se movieron rápido y este último traslado al duque un mensaje de Churchill y del ministro de la guerra Hugh Dalton: “o salían de inmediato para Lisboa o allí mismo le arrestaban y sacaban del país” en una madrugada de bochorno y muchas copas. De salir para Lisboa, se le nombraría Gobernador General de las Bahamas… y los Windsor salieron para Lisboa deprisa y corriendo, despistando a los nazis que no se atrevieron a intervenir.

Hay quien mete en este episodio al agente Dudley Clarke, que tuvo más de una con la policía española en aquél verano de 1940, pero…

Total que aquí me hallo yo, esperando que llegue la hora del próximo episodio de The Crown para saber si ya llegamos a despanzurrar la historia filonazi del duque de Windsor y sale Madrid por en medio.








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