2 nov 2019

DEL PLAN DE ESTABILIZACIÓN DEL 59, SESENTA AÑOS DESPUÉS



Esto no lo sabía yo”. He leído (en 5 Días, tiempo atrás) que eso fue lo que le dijo Franco a Ullastres, ministro de Comercio, cuando hace sesenta años -en 1959- le dijo que no teníamos -el Instituto Español de Moneda Extranjera no tenía- ni un dólar para pagar lo más imprescindible… y se puso en marcha en Plan de Estabilización que estaba ya dibujado desde fuera y al que desde dentro se le imprimió carácter. Vamos, que hace 60 años nos abrimos a la inversión extranjera y a trabajar duro… y hasta la primera crisis del petróleo, octubre del 73 en adelante, sólo Japón tuvo un crecimiento sostenido superior al de España.

Y vale que -un pulpo será animal de compañía- no fue un camino de rosas en determinados aspectos, pero este país se sacudió la miseria, al dejar a un lado la autarquía, y nos pusimos a la altura continental que, como bien saben, tan solo es una península -¡pero qué grande!- de Asia.

Sí, los EEUU apostaron por la España de Franco (como la Texaco ya hizo en el 36) y como estábamos en plena Guerra Fría, lo comido por lo servido, entre ayuda militar (más las bases) y créditos industriales las primeras inyecciones de una pocas decenas de millones de dólares se tradujeron en, leo, más de mil quinientos millones de dólares de entonces. Comenzó la cosa en 42 pesetas por dólar… y se devaluó hasta las 60 (1959)… y hasta el 73 no pasó las barrera de las 75 pesetas…. Pero esa es otra historia ya.

Veníamos de “Guatemala” y estábamos en “Guatepeor”. La República no gozaba, ya de por sí, de buena situación económica ni en el 31. La peseta republicana sufrió continuas devaluaciones y en 1939 ya no tenía valor. La inflación era la tónica dominante en la economía posterior del Frente Popular. Cataluña, y hasta algún que otro ayuntamiento, emitió su propia moneda. Había problemas a la hora de recaudar impuestos: se dejó de recaudar la Contribución Territorial y el otro gran impuesto nacional, la Contribución de Utilidades. Hubo alguna que otra colectivizaciones de tierras y bajaron las producciones agropecuarias. El colapso económico contribuyó al colapso militar.  

Los sublevados lo tuvieron mejor; se organizaron mejor. Sí, no faltaron los bancos que largaron préstamos desde Inglaterra, Suiza, Italia y los EEUU. No en balde, Juan March estaba en el ajo. Luego estuvo la apuesta por contratar en liras… y la lira italiana se fue devaluando. En muy poco tiempo, el Banco de España de la zona sublevada tuvo más respaldo internacional, por gestión, que el de la España republicana. Los problemas de recaudación fueron similares, pero el éxito se basó en una gestión más eficaz de los recursos existentes, así como en conseguir una financiación adecuada con créditos de larga duración.

Y además, se aplicaron medidas muy prácticas, entonces, como la de asegurar el abastecimiento mediante instituciones de control. La primera, en 1937, el Servicio Nacional del Trigo; muy socialista, pero desde el punto de vista fascista.

Y llegamos a julio de 1939 con un país arruinado y una población hambrienta para arrancar la posguerra sin producción industrial -ni fábricas, ni materias primas, ni energía- y basándolo todo en el sector primario que iba a ritmo de cangrejo. La idea que se aplicó fue la de la autarquía (que funcionaba en Italia y, especialmente, en la Alemania nazi) que contralaba producciones, precios y salarios. Y proliferaron los institutos -y servicios- nacionales de esto y lo otro para dirigir la producción… y se hubo de recurrir a las cartillas de racionamiento… y con la escasez y la intervención estatal -de libro- se llega al mercado negro y la corrupción en una España aislada internacionalmente tras la IIGM y, ¡cómo no!, “la pertinaz sequía” que impedía a la agricultura enseñar brotes verdes.

Se les ocurrió la idea de los pantanos… y las de las centrales eléctricas, y la de los créditos a la industrialización y la de la liberalización parcial del comercio exterior… y como llovió, el 1952 se pudo poner fin al racionamiento y sus cartillas y en 1954 recuperar los niveles de renta de 1935 y comenzar a sacar un poco la cabeza del agua una vez que en 1955 la ONU nos readmite y olvidamos la pancarta “Si ellos tienen ONU, nosotros tememos DOS”. Pero es que desde 1951 estaban llegando dólares yanquis injertos en la gran operación del Plan Marshall, pero que aquí nunca llegaron con esa etiqueta.

Y aún así hubo que esperar a 1957 para que le dieran el puntapié a los economistas de la Falange y entraran los tecnócratas del Opus -Mariano Navarro Rubio (Hacienda), Alberto Ullastres Calvo (Comercio) o Laureano López Rodó (Secretario general técnico), de la mano del almirante Carrero Blanco, no se me olviden-: integristas en lo católico y libertinos liberales en lo económico que, como digo, pusieron en marcha el Plan de Estabilización que acaba de cumplir 60 años.



Aquí llegado conviene decir, ahora que tan de actualidad está el Brexit, que aquí aplicamos la misma identidad económica que el Fondo Monetario y la OCDE acaban de implantar en el Reino Unido (o en Francia; incluso en Turquía) y salió bien (como en los otros países).

Y Juan Sardá fue el economista catalán que puso a España en el tren de la modernidad. Formado en la London School of Economics era, lo que se dice, un liberal pragmático. Y como jefe del Servicio de Estudios del Banco de España envió una nota -Nota dirigida al Ministerio de Hacienda por el director del Servicio de Estudios del Banco de España- basándose en lo que trabajaba, desde hacía algunos meses, con al economista francés Gabriel Ferrás, director del departamento para Europa del FMI. La nota advertía del inminente colapso de la economía española y de la necesidad de abrirla al exterior. Ullastres se fue a hablar con Franco, como contaba al principio, que, resulta que hace unos pocos años lo supimos, estaba ya al tanto de todo… Y el caso es que se aceleró la llegada, en junio de 1959, de una delegación del FMI presidida por el propio director gerente, Per Jacobsson, para entrevistarse con el jefe del Estado y convencerlo de que era hora de liquidar la autarquía y de reestablecer el equilibrio entre ahorro e inversión. Y entraron en liza ya Fuentes Quintana y otros economistas de prestigio.

De inmediato, Decreto-ley de Ordenación Económica de 21 de julio de 1959, llegan la devaluación de la pesetas y la inyección de 554 millones de dólares, la mitad de lo que entonces eran los ingresos fiscales anuales del Estado, aportados por el FMI, la OCDE, el gobierno de los EEUU y la banca privada americana.

Un estudio de Jordi Maluquer, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Barcelona, sintetiza esta etapa: “el crecimiento acumulado en España durante el periodo comprendido entre 1960 y 2015 fue del 533%, claramente por delante del 323% de la UE-28. Por tanto, el despegue de la convergencia económica con Europa es inseparable de las liberalizaciones que se introdujeron con el Plan de Estabilización de 1959, un primer paso hacia la recuperación de la libertad económica que, a su vez, derivó en una aceleración de la Transición hacia la libertad política”.

Aquella apertura, confirmada luego con el acceso al GATT (Acuerdo General de Aranceles y Comercio; 1963), con nuestro Acuerdo con la Comunidad Económica Europea (1970) y con nuestra mayor articulación -vía comercio exterior, turismo, intercambio tecnológico e inversiones extranjeras- se fue recorriendo el camino para una mejor modernización de la economía española, luego tan brutalmente afectada en sus posibilidades de crecimiento por las vacilaciones e inseguridades propias de las etapas posteriores a las crisis del petróleo, los últimos Gobiernos de Franco, la transición y las nuevas adecuaciones económicas de los ochenta, nuestra entrada en le UE (1985)… y hasta la crisis de 2007-14 y el momento en que nos encontramos.

Y viéndole ya las orejas al lobo mesetario del final de la segunda década del siglo XXI, conmemorando los sesenta años de aquel Plan de Estabilización, ¿no podríamos ponernos las pilas? Supimos hacerlo entonces.

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