11 jul 2020

A PROPÓSITO DE LA CONCERTADA Y LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA (IV)


Tras el Trienio Liberal (1820-1823), la segunda restauración absolutista con Fernando VII y los pleitos sucesorios, es conocida como la Década Ominosa (1823-1833). La empanada mental estaba de lo más espeso entre absolutistas reformistas y absolutistas integristas. Estos últimos apostaban hasta por la vuelta de la Inquisición y tenían en Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey, su estandarte. La historia los conoce como ‘Carlistas’. Ya, como pincelada histórica, entrarían aquí los líos de estos dos hermanos con la Pragmática Sanción a la Ley Sálica, lo de Isabel II, lo de Mariana Pineda, el pronunciamiento de Torrijos y -de oca a oca- la guerra civil entre isabelinos/cristinos y carlistas.

Tal como estaba el paisaje, el paisanaje fue a la par: juicio de purificación a los catedráticos y profesores y fuera de circulación todo libro prohibido por la Iglesia. El ministro Francisco Tadeo Calomarde presenta su plan de Estudios (1824; dirigido espiritual y físicamente por el mercedario padre Martínez, obispo de Málaga) que deja todo el sistema educativo bajo el control de la Iglesia, exigiendo a los maestros tanto ‘pureza de sangre’ como profesión de la fe católica. La novedad: los reglamentos de Escuelas de Primeras Letras y de Escuelas de Latinidad y Colegios de Humanidades (Secundaria, ambos). 

Avanzar, avanzábamos poco. Y encima, estalló la Primera Guerra Carlista (1833-1840) que transitó entre brotes anticlericales (1835), una revolución (1836, que trae el Plan del Duque de Rivas), una desamortización, la de Mendizábal (1836, también, que incide de pasada en las cuestiones de la Educación) y una constitución (1837) que posibilita a Javier de Burgos, el de la división por provincias, un esbozo de avance en instrucción pública… pero nada de nada hasta la Ley Moyano de 1857, porque la Ley Someruelos (1838; del 3er marqués de Someruelos, Joaquín José de Muro) de Instrucción Primaria es un corta y pega del plan ducal de 1836; y el proyecto Infante (1841, don Facundo), durante la regencia de Espartero para ‘Secundaria’ no pasó de eso.

Desde luego que, antes de llegar a la Ley Moyano, habría que anotar también el Plan Pidal (1845), que vuelve a secularizar la enseñanza y le aplica los concetos de universal, libre y gratuita. Este plan crea los institutos en la óptica en la que los conocemos hoy.

Y llegamos ya a Claudio Moyano y su ley de 1857: Ley de Instrucción Pública. Fue la primera en regular de manera integral el sistema educativo español. Es un ejercicio de toreo de salón pues incluye los compromisos del Concordato de 1851 y transpira liberalismo, fruto de una etapa conocida como Bienio Progresista (1854-56) bajo el reinado de Isabel II; veníamos de la Revolución de 1854 y salió un texto que fue básico por más de un siglo: hasta la Ley General de Educación de 1970. Cosas de este país.

Ahora se diría que la de Moyano era una ley sexista; chicos y chicas tenían asignaturas, digamos, “propias de su género”, pero la parieron en 1857 y ya atendía necesidades especiales de alumnos ciegos y sordo-mudos, con atisbos de integración.

Y de repente estalla el Sexenio Revolucionario (1868-1874), que otros llaman Democrático, tras la Revolución de septiembre de 1868, que conocemos como ‘La Gloriosa’… o ‘La septembrina’. Isabel II al exilio, monarquía parlamentaria (con Amadeo I) y República, Primera República (1873-74) para ir de fracaso en fracaso hasta la derrota final con el pronunciamiento de Martínez Campos y la restauración borbónica en 1874 con Alfonso XII.

La Gloriosa trajo consigo libertades a porrón: libertad de enseñanza (y cátedra), de culto, de reunión, de imprenta y sufragio universal… se anima a los ayuntamientos a crear escuelas primarias, secundarias, de adultos y hasta granjas-escuela. Se reorganizan todos los estamentos y se dan cuenta que no hay dinero suficiente para aquella experiencia universal tan bonita y que la mitad se había tomado a pitorreo aquél “exceso” de libertad y el gobierno del general Serrano da marcha atrás y se racionalizan las reformas teniendo como norte la Ley Moyano.

Y cuando llega la Restauración, sigue la Ley Moyano como referencia. 

Y no puedo estar más tiempo sin citar al sistema filosófico de Karl Christian Friedrich Krause (filósofo alemán, 1781-1832), el krausismo, caracterizado por el intento de conciliar el racionalismo con la moral, en España buscaba conciliar tradición y modernidad. Vamos, superar lo de las dos Españas que, como venos, no es de hoy. Los krausistas implementaron la pedagogía como base de la educación.

Y viendo que el Estado se desentiende, por falta de medios e ilusión, de la Educación Pública surgen tres grandes posiciones ideologizadas de enseñanza: la Institución de Libre Enseñanza, con los profesores krausistas que habían sido expulsados por el gobierno de Antonio Cánovas mediante el Decreto Orovio (1875), la Escuela Nueva -que muchos apuntan hoy que era de tendencia socialista- y la Escuela Moderna de tendencia anarquista.

La Institución de Libre Enseñanza (1876-1936) de Francisco Giner de los Ríos comenzó en la órbita universitaria y bajó al plano de la educación primaria modernizando métodos, contenidos y objetivos recogiendo el viejo principio liberal. La clase es un espacio de convivencia de profesor y alumnos, se estimulan las sensibilidades, se crean las colonias escolares y se potencian las salidas y excursiones y entran en juego la coeducación y la cooperación. 

Y en 1898 perdimos Cuba, Filipinas y el norte. En muchos foros se dijo que había sido la escuela yanqui, y no la armada yanqui, la que había vencido a la nacional. Nuestro libros decían que Dios había dotado a España de riqueza, fertilidad, clima benigno, ingenio, valentía y hermosura… pero éramos una España pobre, primitiva y rutinaria.

La cosa estaba tan chunga que en Zaragoza, en febrero de 1899, en la Asamblea Nacional de Productores Joaquín Costa -el de “despensa y escuela, y doble llave al sepulcro del Cid”- llama a una política general de “blusa y calzón corto” (obreros y escolares) pontificando que nuestro problema era “pedagógico tanto más que económico y financiero y requiere una transformación profunda en la educación nacional en todos sus grados”.

Y todos se plantearon solucionar aquel problema. Y aquí, en la vieja piel de toro, cuando todos se ponen a solucionar el mismo problema… lo multiplican.







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