5 jul 2020

A PROPÓSITO DE LA CONCERTADA Y DE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA (II)



La idea de una escolarización general de la población nace con la premisa de implementar en la sociedad que las gentes dejaban de ser súbditos, cosas del Antiguo Régimen, y pasaban a ser ciudadanos. Para ello era necesaria -y convencidos estaban- la adquisición del sentimiento de ciudadano y nada mejor para ello que adquirir conciencia de pueblo, además de matemáticas y geografía, que eran las dos asignaturas básicas del avance, significaron aquellos padres liberales de la patria.

La premisa fundamental era la implantación de una enseñanza universal, laica, igualitaria, democrática, gratuita y científica a través de la escuela pública.

Pero las bases del Antiguo Régimen era fuertes y controlaban lo que entonces se llamaba educación popular. Y luego estaba la Iglesia, en la que se había delegado buena parte de la fase de instrucción desde tiempos pretéritos. Vamos, que hasta 1812 la instrucción en España fue asunto eclesiástico tanto en responsabilidad, como en organización y cometidos; un monopolio. Porque no sólo estaban los centros propios de la Iglesia, como fuentes de saber, sino la implantación de un clero regular y secular que se dejaba sentir, especialmente en zonas rurales, y el control ideológico de los textos en los que estudiar.

El primer intento liberal fue el de secularizar la educación; rescatarla de manos de la Iglesia. Y digo rescatar, porque nunca aquellos liberales querían enfrentarse con la Iglesia. Aquellos liberales se enfrentaban con buena parte del clero, que sí se sentirá agredido por la revolución liberal hasta bien entrado el siglo XX.

Y antes de que me piten más los oídos, que aquí leemos -y comemos- con los ojos y no con el cerebro, he escrito se-cu-la-ri-zar; no laicizar la educación. Resulta que apartar la organización del estamento religioso de la enseñanza es una cosa e independizar de la tutela eclesiástica la educación es otra. Y esto hay que verlo con los ojos del XIX y de aquellos liberales que querían iniciar un proceso de sistema público de educación. Por aquellos días el laicismo no era una prioridad liberal y nadie dudaba de la religión de la nación española.

Y un detallito de no menor importancia. Lo de la lengua. Los liberales querían una lengua uniforme para la nación española. Aquello no tenía nada que ver con imponer el castellano sobre las demás lenguas, sino implementarla como sustitutiva del latín que era la lengua por antonomasia de la cultura (hasta entonces, eclesiástica) y estaba muy ñoño estar de tertulia de cafetín hablando en latín.

Y la preguntita: ¿cómo era la educación en el Antiguo Régimen?

Pues estaba estamentalizada. Y lo estaba en función de la pirámide social. Y la Iglesia detentaba un inmenso poder paralelo al real, con base económica (tierras, inmuebles y diezmos) surgida del campesinado, al que persuadían y dominaban. Incluso eran los ‘dueños’ del calendario (laboral y de festivos) y la moral les acompañaba en lo de que imperaba en el país una vocación de servir  a Dios, al rey y a la comunidad. Terreno abonado pues, hasta la irrupción liberal.

No había una estructura propiamente dicha en lo de la educación más que en la Universidad, pero antes de llegar a ella había centros de la Iglesia y antros de los ayuntamientos.
Cualquier autor que consultes habla de la precarización de la enseñanza elemental, que estaba, además, al alcance de muy pocos. La cúpula de la pirámide recurría a los preceptores, que impartían una enseñanza personalizada y, claro está, desigual. Los que no podían pagarse un preceptor, o leccionista, acudían a los centros de las órdenes religiosas y de los ayuntamientos que podían. Jesuitas, escolapios, agustinos y dominicos, principalmente, copaban las posibilidades y garantizaban una cierta ortodoxia.

En las principales ciudades, los económicamente pudientes acudían a las centros específicos de enseñanza de las órdenes religiosas y los demás debían conformarse con los municipales que, por lo general, estaban instalados en locales insalubres, regidos por docentes muy mal pagados y poco preparados, integrantes todos ellos de la Hermandad de San Casiano (desde 1642 como gremio) que, a falta de centro de preparación de maestros de primeras letras, expedía títulos a quien osara introducirse en el campo de la enseñanza. No quiero recurrir a los dichos populares sobre la paga y el hambre de los maestros decimonónicos y hasta bien entrado el siglo XX.

Lo que hoy conocemos como educación secundaria carecía en el Antiguo Régimen de entidad y se centraba en preparar alumnos para las Universidades a través de las llamadas Facultades Menores; superar los exámenes te llevaba a las Facultades Mayores.

Sería injusto no citar aquí, en la ‘educación secundaria’ las iniciativas de jesuitas y escolapios para la formación de jóvenes en comercio e industria, el Colegio Imperial de Madrid y los Seminarios de Nobles.

En Madrid está la calle de los Estudios. En 1567 se construyó allí, en un lateral de la calle Toledo, la Casa de Estudios, regida por la Compañía de Jesús y sostenida por la Villa de Madrid (como venía haciendo con un casa de estudios desde 1346 a instancia del rey Alfonso X) dónde hubo matrícula gratuita para ciertos estudios. En 1603, con un legado de María, hija de Carlos I (V, de Alemania) y esposa de Maximiliano II, emperador del Sacro Imperio, en el viejo terreno de la Casa de Estudios se construyó el Colegio Imperial (ya se imaginan de donde le vino el nombre; como a la calle antes citada). Los jesuitas siguieron al frente de la institución educativa hasta su expulsión (1767), lo que llevó aparejado el cierre hasta que Carlos III (1770) lo reabrió con 15 cátedras y biblioteca pública. La historia de este centro es apasionante y se merece un Post por sí sola. El caso es que con el Plan Pidal (1845) el Colegio Imperial pasó a ser el Instituto de Segunda Enseñanza San Isidro, que aún hoy sigue su actividad docente… conveniente reformado desde aquellos días.

Los Seminarios de Nobles sólo los citaré de pasada porque eran un tanto elitistas. Como su nombre indica surgen a comienzos del XVIII en Barcelona, Valencia y Madrid, a cargo de los jesuitas, para acoger la enseñanza de nobles ya que los burgueses estaban accediendo a los habituales centros de enseñanza de aquellos días. Cayeron en desuso cuando expulsaron a los jesuitas (1767) pero Campomanes (1785) formuló un plan para su recuperación… pero se quedó en nada por falta de fondos.

Los fondos fueron -y son- el gran problema de la educación en la vieja piel de toro.

Finalmente y de pasada citaré a la Universidad por ser el único estamento educativo que en España estaba organizado ‘desde siempre’. Las universidades de la España del XIX habían sido fundadas en la Edad Media y tenían planes de estudio (la mayoría obsoletos; pero los tenían), profesores cualificados, enseñanzas vertebradas y prestigio por áreas. Obviamente estaban dominadas por la Iglesia, por lo que Carlos III (rey entre 1759 y 1788) había iniciado un programa de reformas. Todos podemos tener en mente las universidades Pontificias de Comillas y Salamanca que estaban bajo la autoridad del Pontífice de Roma.

Ya sé que dije de pasada, pero no puedo dejar escapar la ocasión de citar los cuatro modelos universitarios de aquellos años. Estaría el modelo claustral del medievo, donde Palencia quiere apuntarse el tanto de la más antigua (1208) pero Salamanca (1218) sí exhibe título; el modelo colegial, con estandartes como Alcalá de Henares, Sevilla o Santiago de Compostela; el modelo conventual de los Jerónimos en El Escorial o los dominicos en Orihuela; y el modelo municipal, propio del Reino de Aragón, con universidades mantenidas por los ayuntamientos (y regidas por oligarquías locales, que no todo puede ser hermoso) como Barcelona, Zaragoza y Valencia.



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