25 abr 2010

Jornadas Gastronómicas (IV) - La socorrida patata.

Llama la atención que Colón trajera alimentos de América, declinando el XV, y sus consumos tarden tanto en popularizarse… con el hambre que había. Pero la cosa pasota viene de antes de Colón. Los árabes, por ejemplo, trajeron la berenjena… y sólo era una planta de jardín, de bellas flores y morados frutitos, cuyo consumo, convencidos estaban, producía locura. “Manzana loca” la llamaban. Bueno, pues en un repingo climático del XVII, como no había otra cosa que comer,… le pegamos, por fin, a la berenjena; lo único que había.


Con la patata pasó casi lo mismo. Los españoles la comenzaron a cultivarla en Colombia, hacia 1537, para ¡adornar huertos! indianos En 1554 la trajeron a Sevilla como curiosidad botánica y algún noble y avezado prior conventual la plantó. Pero en la hambruna de 1571 no hubo más tutía… y la comieron por primera vez y salvaron el expediente aquél año. Pero las prédicas contra el “comer como indios” las dejó, de nuevo, en los jardines.

La tutía era, como llamaban los patrios, un remedio ocular árabe, la tutiya (sulfato de cobre, remedio para los ojos). “No hubo más tutía” viene a significar que “no hubo más remedio”. Y como ya sabemos lo de la tutía, sin más tutía, volvamos a la patata.

Saltado 1600 comenzaron a cultivarlas en los conventos, para añadirlas a la “sopa boba” que se daba a los pobres. Se pasaba tanta hambre que había que echarle al pote lo que fuera. Oye, funcionaba. El éxito fue tal que hacia 1650 el Ejército tomó cartas en el asunto con la patata y casi la alistó a filas. Cada regimiento tenía un estandarte, un tambor y un quintal de patatas.

Pero mientras que aquí eran comida de pobres y soldadesca, en Europa fue mejor acogida. Entre 1580 y 90 llegó a Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Polonia y Rusia… en los hospitales, para dar de comer a los enfermos… y en seguida a todos los campesinos la cultivaron. Tenían tal éxito que hasta se dictaron normas contra su cultivo… y la gente volvió a pasar hambre. Se cuenta lo de Parmentier y el ramo de flores de patata como fundamental para recuperarla. El caso es que el noble y erudito gabacho, cautivo en Prusia (Guerra de los Siete Años, 1756-63), fue alimentado con patatas… y a su regreso convenció a Luis XVI, con flores de patata, de que eliminara las leyes que prohibían su cultivo en Francia… y Francia se quitó el hambre. Y como Francia, media Europa. En Irlanda fue monocultivo nacional… hasta que irrumpió el ”tizón de la papa” y acabó con las cosechas europeas (1846-48) provocando la mayor hambruna continental que se recuerda: en Irlanda, de 8’5 millones de habitantes, un millón de muertos y otro millón de emigrantes a los Estados Unidos.

Los tomates y pepinos siguieron la historieta de la patata, con mejor fortuna y menos víctimas. En medio de la hecatombe famélica de 1608, el Hospital de la Sangre de Sevilla decidió probar con las cosas de su jardín y empezó a dar de comer a los enfermos tomates y pepinos; vitaminas puras. Además de inventar el gazpacho, curaban a la gente… y la gente cultivó tomates y pepinos.

Debo confesar, que yo también sucumbí a la flor de la patata. Haciendo un herbario, en segundo de carrera, me volví loco para clasificarla. El coscorrón de mi abuela, gerente en su mocedad del Agrupatatas (primera cooperativa patatera de la provincia de Alicante, cuando Primo de Rivera, y que montó su padre) me devolvió a la realidad… y hasta recordé el anuncio, en tiempos del Tío Paco (años sesenta), del “yo sí como patatas”.

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